«¿Y qué ocurre, por otra parte, con el recuerdo inmaterial que nos es heredado a cada ser viviente? Ese código elemental que nos guía aun sin pedirlo hacia la perpetuación».
Quizá no lo recuerdes, o quizá no cómo te gustaría. Probablemente no guardes un recuerdo de ese momento, ni la intención de rescatarlo de tu memoria. Sólo el hecho de pensar en ello – que no recordarlo – inquieta tu mente, la mía y la de él: ¿Cuál fue el inicio del Todo? Y, si el Todo es así, ¿por qué?
El Demiurgo, contaba Timeo e inmortalizado en la pluma de Platón, creó el universo a imagen y semejanza del que fuera, además del arquitecto, el artesano del mundo material y caótico; él, rescatando del mundo de las ideas la perfección de la forma, dotó a la materia de tal arquetipo y así la plasmó en cada centímetro de su creación. El día, la noche y todo ser habitante sobre la tierra firme, el agua y los cielos, fue engendrado a partir de la Idea e inmortalizada su alma a través del mayor símil de eternidad: el Tiempo. Dicho correr de las horas, de movimiento esférico como el propio Creador, haría de su creatura perpetuo son rectilíneo, a merced de los dioses visibles: los astros y planetas.
El universo era imperfecto entonces, tanto como ahora, pues la Idea, al ser tallada en lo tangible, pierde su calidad de perfección, originando de ella una única copia que debiera ser ordenada perennemente, para no caer de nuevo en la anarquía originaria.
«Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de ‘rosa’ está la rosa
y todo el Nilo en la palabra ‘Nilo»
Quizá hubiera verdad en las palabras de Platón al pensar en nuestro mundo como la proyección parcial de otro y, Gerardus’t Hoof, físico y teórico holandés, no hubiera fallado al exponer, hará unos años, la hipótesis que aúna a la teoría cuántica y la gravitatoria de Einstein, a la que dio nombre de principio holográfico. Nuestro mundo sería, pues, un mosaico holográfico de información (bits fundamentales de la materia y las leyes de los que son cautivos), en representación de una lejana proyección en 2D, carente de gravedad: el mundo de las ideas.
¿Quién sabrá si ese lejano cosmos bidimensional que se plantea real y contundente tuviera inicio y Creador, y fuera, igualmente, la sombra de otro? Uno más distante; y éste, la de otro, hasta la infinitud.
Como respuesta dicotómica del pensamiento platónico, Aristóteles manifestó su negativa a la hora de concebir al mundo como la representación de lo idílico y creación de un ser supremo. Negando en su teoría a la ilusión como atributo de la materia y aceptándola como una realidad cognoscible en sí misma, dedujo al universo atemporal, mas finito en tamaño y único. En el mundo supralunar, aquel perfecto celeste ordenado, donde moran los seres inmateriales y eternos, también habita el motor del mundo, que dota de movimiento circular al éter (quinta esencia) y de rectilíneo al mundo corruptible de los cuatro elementos (fuego, aire, tierra y viento): el terrenal. La vida se expresa en vibración finita, y el universo en sustancia, sin comienzo ni fin, dotado de alma.
«Jamás hubo otro comienzo que ahora,
ni más juventud o edad que ahora,
ni habrá jamás otra perfección que ahora,
ni más cielo o infierno que los de ahora.»
Siglos en adelante, en la misma Tierra, fue engendrado al que se dice redentor suicida de nuestros pecados y de nombre histórico Jesús de Nazaret; nacido de una menor de edad inmaculada y adoptado por un carpintero. La creencia de su doctrina, conocida como cristianismo (en alusión al instrumento de su tortura y muerte), ha ocupado durante siglos el monopolio del pensamiento occidental hasta expandirse, a base de garrote, hacia selvas inhóspitas, más allá del Atlántico, de lares de cuyo nombre aún se ignoraba en las enciclopedias. Como una de las muchas doctrinas religiosas, inspiradas en el creacionismo, describe a nuestro mundo como el propósito de un plan divino, muy lejano de nuestro entendimiento, según claman interpretaciones fundamentalistas.
El ave que canta, la lluvia, el movimiento de cada astro y cada partícula de nuestro ser resultaría el antojo de un Diseño inteligente, presente en todo pensamiento y acto, así como en el futuro que nos deparará la muerte física. Creador y verdugo. Padre e inquisidor. Aliento y castigo: Dios. Guardián de los cielos y motor de cada aleteo del ave cantadora, rama en la que postra su plumaje y viento que transporta su reclamo. Dios que del mar al cielo impulsa al agua; agua a merced de la luna y agua que nos forma. Dios omnipresente, en ti y en mí, según la idea.
En antítesis a la creencia de un destino celeste, no pocas de la ciencia arguyen contra los seres supremos, en pro de la evolución de la consciencia y el desarrollo tecnológico. Mas, ¿a tal punto podría llegar un organismo de gran recorrido de evolución y tal maestría en el dominio de la materia que lograra crear vida y existir incorpóreo?, ¿Está llamada nuestra especie a tal punto evolutivo?, ¿nos vería nuestra creatura de la misma forma que nosotros a Dios?
– «Lo que yo tengo , lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo
es tuyo también» –
¿Diría así Dios? Y, si el Creador está en nosotros, ¿en qué nos diferenciamos de Él? ¿Y, nuestra creación de nosotros…? Quién sabrá si incitara intencionadamente a sus creaturas de misma imagen y semejanza a la rebelión, negando el bocado del árbol de la sabiduría. Quizá fuera razón de su orgullo y voluntad verlas cuestionar su palabra, crecer, equivocarse y aprender, hasta dominar la materia y la energía y dar origen a un nuevo mundo y a sus seres. En la inmutabilidad de Edén, siempre perfecto, sería imposible alentar a la creatividad humana, y sólo en la materia imperfecta pudiera haber cuna a la evolución; jamás podría haberla en la Idea abstracta, el mundo supralunar o en las alturas celestes.
Quizá nuestro destino y de aquello a lo que demos vida sea crear. Quizá sea fractal la ventura de la vida y la desobediencia el motor del progreso. Tal vez ocurra así, como espejo de la mutación genética.
«El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror.– ‘¿Cómo’ (se dijo)
‘pude engendrar este penoso hijo-«
…
En su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?»
La macroevolución -un paso más allá que la teoría microevolucionista, planteada por Darwin- defiende el posible desarrollo de un “código replicante primario” que, luego de cientos de millones de años, llegara a formar a la compleja cadena de ácido desoxirribonucleico (ADN), que cuestionara, en un ensayo, el comienzo de su existencia. Otras miles de millones de cadenas vestidas de arte, uniformes y túnica, bien sentencian su comienzo como una voluntad celeste o una ilusión compartida; otras, como un espejismo o un sueño.
A su vez, complementaria al pensamiento darwinista converge la teoría de la generación espontánea, desarrollada siglos atrás por Aristóteles y estudiada científicamente por la abiogénesis; ésta defiende a la vida como el resultado de la permutación de químicos en la materia inorgánica y expuestos a ciertas condiciones climáticas, que dieron origen, como fruto, a la consciencia súbita. Así, el comienzo de la vida (materia en movimiento y autorreplicable, a voluntad), tendría principio en lo inerte; desde la fría roca, hasta el fotón obsequiado por cada astro.
¿Y qué ocurre, por otra parte, con el recuerdo inmaterial que nos es heredado a cada ser viviente,? Ese código elemental que nos guía aun sin pedirlo hacia la perpetuación. Biológicamente mediado en nosotros por el cerebro reptiliano, (el más antiguo), guarda en él toda experiencia acumulada desde el comienzo de la vida hasta nuestra era: el instinto. “Instinto…. Instinto…. – dijo Whitman – siempre instinto, procreando el mundo”, aquel que Aristóteles llamaría ley natural y el psicoanalista freudiano pulsión de Eros.
O, quizá, quién sabe, la respuesta a todo lo tenga quien nos sueña, quien dormido nos crea y decidiera al agua elemento primordial de vida. La vida sería el “dormir del Brahma”: Sueños; y nosotros la misma materia de la que éstos se forman. Todo parte de la luz prístina, que Dios soñase estallar y, como gotas de mar, cada átomo fuera “parte y todo” del universo.
«We are such stuffas dreams
as dreams are made on,
and our little life
Is rounded with a sleep.»
Y, si toda naturaleza es consciencia viva, ¿habrán quedado escritas las ilusiones, los pensamientos y deseos de cada ser en los mares? Cada instante, cada elección, cada segundo. Y, así, ¿podremos grabar nuestras intenciones en ellos? Quedaría así el destino de cada átomo y el fluir de cada sueño como deber de la materia y la energía; de nosotros: polvo y energía, flor, pensamiento y son. De ellos podríamos rescatar al origen del olvido y hacer que llueva; el comienzo del Todo, de cada pensamiento, de cada deseo y decisión en la memoria inaccesible de una gota de mar.
Johana G.
Referencias:
– Walt Whitman: Canto a mí mismo
– Shakespeare: La tempestad
– Calderón de la Barca: La vida es sueño
– J. Luis Borges: El golem/Ruinas circulares
– Platón: Timeo/República VII
– Aristóteles: Física/Metafísica
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