Maureen nos acerca a la interesante leyenda de Abla Pokou, cuyo sacrificio quizá sea el más grande que una madre pueda hacer. Version française ici.
Los Baoulés constituyen un pueblo de Costa de Marfil, de origen Akan, establecido en el centro del país entre la sabana y la zona del bosque. A principios del siglo XVIII, una división entre los miembros del pueblo Ashanti en la actual Ghana llevó a una parte de la población a marcharse hacia el oeste. Los miembros del clan real Baoulé, dirigidos por la princesa Abla (o Abraha) Pokou, venían directamente de la corte de Kumasi (Ghana).
Esa corte real emigró a la muerte del rey Osei Tutu. Su hijo Daaku, el hermano mayor de Abla Pokou, fue candidato al trono; así como su primo Opokou Ware. Derrotado en la carrera hacia el trono, Daaku murió algún tiempo después de la llegada al trono de su primo.
Abla Pokou se marchó clandestinamente del país porque ya no tenía a su hermano y único defensor. Ella se vio obligada a marcharse para salvar su vida y la de su único hijo. Ayudada por sus partidarios, dejó el reino de Kumasi una noche lluviosa.
La historia cuenta que, perseguida por los soldados de su primo, Abla Pokou se salvó sólo después de haber sacrificado a su único hijo al genio del río Comoé, cuyas aguas estaban crecidas. Fue después del sacrificio del hijo y de la travesía por el río cuando lxs fugitivxs se empezaron a llamar a sí mismxs Ba-oulé (el niño está muerto).
Una vez a salvo al otro lado del río, la princesa se convirtió en reina y organizó su pueblo en ocho clanes: Ouarébo, Nzipbri, Saafwè, Faafwè, Manafwè, Aïtou, Agba y Ngban.
Afectada por el sacrificio de su hijo, agotada por el largo y doloroso camino por el bosque y enferma, Abla Pokou murió temprano (hacia 1760) en Niamenou, donde todavía se encuentra su trono circular, así como sus objetos sagrados: tambores, asientos y escudo de armas. Fue su sobrina Akwa Boni quien le sucedió. Ella instauró los clanes en todo el país y comenzó inmediatamente guerras de conquista para expandir los límites del nuevo reino.
Esta leyenda recuerda a Moisés llevando a su pueblo fuera de Egipto; pero Moisés no tuvo que sacrificar a su hijo para abrir el Mar Rojo. Abraham, otro personaje bíblico que aceptó sacrificar a su hijo Isaac, fue salvado por su dios antes del golpe fatal. Aquí, el don y el dolor fueron hasta el final.
¿Dónde marcar la frontera entre la realidad histórica y la leyenda que genera la veneración de un pueblo entero? Una cosa es real: el éxodo aconteció y los baoulés son una rama del grupo Akan. Sólo se necesita comparar la civilización Baoulé y la civilización Ashanti para darse cuenta del vínculo de parentesco.
La escritora marfileña Véronique Tadjo, en su libro dedicado a la reina Pokou, saca otras enseñanzas de esa leyenda; considerando la situación singular de Costa de Marfil y del resto de África, un continente plagado de conflictos armados. Ella nos da el siguiente análisis:
Abla Pokou arrojó a su hijo al río para salvar a su pueblo. Lo que llama la atención en la leyenda es la falta total de espacio para los sentimientos y la emoción. El acto de sacrificio se narra en el mismo tono que el resto del relato del éxodo, sin recibir una atención especial. Nos podemos preguntar si esto no es una forma para exorcizar el mal que afectó al pueblo Baoulé tan temprano en su historia.
Entonces la leyenda tendría como función minimizar la carga emocional del acto de sacrificio, calmando las mentes y restaurando la confianza del pueblo en la perennidad de su futuro. Los malos recuerdos son deliberadamente bloqueados -al menos para parte de la población no iniciada- y fueron entonces abandonados en las profundidades de la memoria. Sólo aquellxs que tenían las claves de la leyenda eran conscientes de toda su importancia y transmitían sus conocimientos a los otros miembros de la comunidad poco a poco, dependiendo de las circunstancias (…).
La colonización europea trajo consigo la escritura romana en África occidental. Las transcripciones al francés de la tradición oral de los idiomas locales fueron desarrolladas para Costa de Marfil. Tal fue el caso de la leyenda de Abla Pokou, que fue transcrita por Maurice Delafosse, un administrador francés que hizo una transcripción literal con la ayuda de un intérprete. La historia fue entonces publicada.
De repente, la leyenda se encontró fijada en el papel, haciendo abstracción de los diferentes niveles de lectura que existían en la tradición oral. Estos permitían que los miembros de la sociedad entendieran la historia según su grado de madurez social, con las personas iniciadas teniendo el conocimiento completo (…).
Desafortunadamente, como se nos presenta hoy en su forma estática, la leyenda se ha vuelto peligrosa. Se ha vuelto peligrosa porque sólo nos trae una interpretación del relato en primer grado. Nuestra comprensión se encuentra empobrecida y sólo nos queda la historia de esta reina que dio a su niño en sacrificio.
¿Cómo entonces sorprendernos de la poca importancia que se da a los derechos de lxs niñxs que están cada vez más implicadxs en la guerras y los numerosos conflictos que desestabilizan el continente? Niñxs soldadxs, niñxs refugiadxs, niñxs huérfanxs, niñxs víctimas cuya agonía ignoramos (…).
Nos asustamos cuando nos miramos en el espejo, en el magma de nuestro futuro. El mito fue sacado de su contexto. Fue desnudado a toda prisa. Fue desfigurado, desnaturalizado, robando para siempre una parte de nuestro conocimiento.
Por eso es importante continuar cuestionando la tradición oral y siempre profundizar en la investigación; no para congelar nuestra memoria, sino para liberarla. Así, tal vez nos será posible descubrir algunos enigmas de nuestra historia y entender mejor nuestros comportamientos actuales.
Este es un extracto del articulo de la revista L’arbre à Palabres del 18 de enero 2006, escrito por la historiadora Aissi Konan y dedicado a la leyenda de la reina Abla Pokou: http://www.revues-plurielles.org/_uploads/pdf/13_18_6.pdf
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