Ding dong

Una de nuestras Fridas decide compartir estas palabras con nosotres. Ding Dong, un canto a los cambios.

Ilustración de Amanda
Ilustración de Amanda

Más de lo mismo. La misma mierda. Mismo perro, distinto collar. Gatopardismo. Málaga y Malagón. Hay gente que no cambia. Señora, ¡su cambio! Pero si en el fondo… es igual. Y da lo mismo. Cambio… y corto. No importa ya.

El cambio se nos escabulle. Nos afanamos tras él a pasitos rápidos como persiguiendo cualquier otra marca de estatus, pero no llegamos fácilmente a alcanzarlo. Cual artrópodes hacendoses concurrimos a desbordar los exclusivos templos del cambio: centros comerciales, gimnasios, bodas, quirófanos, peluquerías, universidades, aeropuertos. Atravesando la puerta de salida seremos otre distinte de quien entró, prometide: míra qué chule con sus botas nuevas, su culo prieto, su maridete la mar de apañao, sus tetas ingrávidas, sus mechas cuquis, su título de que algo sabrá, su migración de embutido y mucho Skype envasado al vacío.

Migrar, mutar, moverse, mudarse, transformar, transitar, alternar, superar, cambiar. En el cambio salta la novedad, la chispa: cambio de estado. Chas. Instagram. Refresca. Uf. Ay. ¡Ya! El objetivo puesto en ese instante inolvidable de la noticia que consiste en que todo siga exactamente tal cual era. Y es que como en lo demás (lo que comemos, lo que hablamos, lo que hacemos, cómo amamos…), tenemos que aceptar que sólo nos queda el sucedáneo industrializado de lo que un día fue cambiar de verdad. Pero también como en lo demás (ese pan de masa madre, una voz que descuella, tu gesto desnudo, una noche de piel eterna…), quedan brechas en el relato por donde a veces se descuelga la magia cruda y nos roza.

Hay más potencial de cambio en un rato de escucha o lectura genuina que en un viaje trasatlántico de sólo ida. Pero nos ocurre menos a menudo. Existen mensajes evanescentes que a veces se pinzan entre burbujas de ideas y son capaces de fertilizarnos la carne. Esos cuerpos embarazados de cambio y verdad la misma cosa paren mundos-bomba que se ciernen ya sobre esta normalidad sombría y la amenazan.

Y es que el cambio cambio no puede vibrar en un cuerpo solo, sino que es sustancia de un cuerpo de cuerpos arracimados. No es fenómeno individual sino que todo tiene que transmutar para que el cambio arraigue. Todo. Todes. Tú también. El cambio prende como una colectiva de textos repujados en pieles quemadas por la luna. El cambio te quema. Amiges, vengo a anunciar el advenimiento del cambio. El cambio genuino, la revolución, las conciencias y los brazos declarados en rebeldía. Este cambio es un cambio feminista y, ¡ay!, ya toca al timbre.   

Por Almudena Lozano (32) –  Madrid (España)
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1 Comentario

  1. «Hay más potencial de cambio en un rato de escucha o lectura genuina que en un viaje trasatlántico de solo ida.» Me ha encantado esa parte, no puedo estar más de acuerdo.

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