Simone de Beauvoir, una entrevista a través del espejo

Abro los ojos. La luz aún no entra por la ventana. Debe de ser temprano todavía pero mi mente ya está despierta y espabilada, así que decido levantarme.

Ilustración: Charlie de Nova

Aún resuenan en mi cabeza el eco de las palabras de Simone de Beauvoir:

Uno de los beneficios que la opresión ofrece a los opresores es que el más humilde de ellos se siente superior: un pobre blanco del sur de los Estados Unidos tiene el consuelo de decirse que no es un sucio negro. Los blancos más afortunados explotan hábilmente este orgullo. De la misma forma, el más mediocre de los varones se considera frente a las mujeres un semidiós.

Miro el libro sobre la mesilla. El segundo sexo. ¿Cómo algo tan pequeño puede guardar esa inmensidad dentro?

Con ese pensamiento me voy desnudando camino del baño y sigo rememorando sus palabras:

La burguesía conservadora sigue viendo en la emancipación de la mujer un peligro que amenaza su moral y sus intereses. Algunos varones temen la competencia femenina. En Hebdo-Latin, un estudiante declaraba el otro día: «Toda estudiante que llega a ser médico o abogado nos roba un puesto»; Son las palabras de alguien que no se cuestiona sus derechos en este mundo.

Mientras mi cabeza navega por esos pensamientos la practicidad se cuela por una rendija y pienso que hoy no me voy a lavar la cabeza, ya lo hice ayer y no quiero perder tiempo. Es la magia de nuestras mentes que lo mismo estamos arreglando el mundo que pensando en la cosa más superficial.

Busco una goma del pelo y una horquilla para sujetármelo bien y cuando poso mi mirada frente al espejo me quedo paralizada. ¿Quién es? ¿De quién es ese reflejo?

Veo la sorpresa también en su rostro. Pero no hay atisbo de miedo y extrañeza en ninguna de las dos. No necesitamos presentarnos. Somos diferentes pero somos la misma. Es extraño y normal al mismo tiempo. Simone y yo.

Y empezamos hablar. Lo hicimos durante horas, desnudas frente al espejo. Una desnudez no tanto derivada de la ausencia de vestimenta sino más interna, compartiendo una verdadera intimidad.

– “Los hechos se presentan abiertamente, cuando se escribe, pero nunca debe traicionarse la ambigüedad de los mismos ni encerrárselos en falsas síntesis: se ofrecen a la interpretación”, dijo Simone.

En ocasiones me cuesta encontrar las palabras para la cosa aparentemente más sencilla. – Le respondí.

– “Yo sostenía que la realidad desborda todo lo que se puede decir de ella; había que afrontarla en su ambigüedad, en su opacidad, en vez de reducirla a significaciones que se dejaran expresar por palabras”.

Efectivamente, porque no todo se puede expresar con palabras. ¿Cuál crees que debería ser el objetivo para el que escribimos?

– “… deberías mostrarnos las cosas amables que hay en este mundo. Y hacerlo un poco más habitable escribiendo buenos libros. Me parece que ése es el papel de la literatura”.

–  Y a veces, imagino, que lo de mostrar lo bueno se te haría un poco difícil con el mundo que nos rodea y tus ideas revolucionarias.

– “Yo no tenía ideas subversivas; en verdad, no tenía ninguna idea, sobre nada; pero todo el día me ejercitaba en reflexionar, en comprender, en criticar, me interrogaba con precisión la verdad: ese escrúpulo me volvía inepta a las conversaciones mundanas”.

Seguimos hablando y, por cómo hablaba, me di cuenta de que el espejo abría la puerta al tiempo en el que ella vivió ya que no recordaba morir. Y, supongo, que eso es algo de lo que no te olvidas.

– ”Hay días tan hermosos que uno tiene ganas de brillar como el sol, es decir, de deslumbrar la tierra con palabras, hay horas tan negras que ya no queda otra esperanza que ese grito que uno quisiera lanzar…

Y lo lanzas… y te sientes frustrada y liberada en un solo instante.

Simone, asintió, se quedó reflexionando y lanzó: “Las cosas nunca tienen tanta importancia; cambian, terminan, y a fin de cuentas todo el mundo muere: eso lo arregla todo”.

Es una forma de verlo pero…

– “Los muertos están muertos; para ellos no hay problemas; pero nosotros, los vivos, después de esta noche de fiesta, vamos a despertarnos, y entonces, ¿qué haremos para vivir?”, me interrumpió.

Y con esa pregunta que no buscaba respuesta me confirmó mis pensamientos. No estaba muerta. Esto era increíble.

– “Pienso en toda esa vida detrás de mí: ningún porvenir podrá quitármela”, dijo rompiendo el silencio.

Desde luego que no y, es más, tu vida dará lugar a que muchas personas reflexionen sobre las suyas, a que muchas mujeres se empoderen. Eso es mágico. Un sueño hecho realidad. – Le respondí.

Como el que estamos viviendo ahora -dijo sonriéndome- Tenemos que despedirnos, el alba se asoma ya.

No. Alarguemos este momento hasta el infinito – le imploré.

– “Comprendo que estés abatida. Pero no te atormentes demasiado. Por el momento se impone forzosamente el vacío. Y después, un día, una idea aparece.

Gracias por tanto. Eres única – le dije mientras las palmas de nuestras manos parecían tocarse a través del espejo.

– “Es tan asombroso ser une, es tan radicalmente único, que cuesta convencerse de que esta singularidad se encuentra en todo el mundo y une pertenece a las estadísticas”, “para saber quién eres y lo que quieres hacer, tienes que decidir cómo vas a situarte en el mundo.” y vosotras lo estáis haciendo muy bien. Estoy orgullosa.

Sus palabras se fueron perdiendo y mi propio reflejo me devolvió la mirada en el espejo. Parpadeé. Di toquecitos en el espejo con la yema de los dedos con ese movimiento rápido de la persona que espera ansiosa.

Ya no estaba. Pero estaba.

La vi en mí. La sentí dentro.

Y ese día la vi en cada una de las mujeres que se cruzaron conmigo por la calle.

En algunas estaba viva y parlanchina, en otras dormida esperando a ser llamada.

Porque todas tenemos parte de su fuerza dentro.

Cierra los ojos.

Respira.

¿La sientes?

 

 

____

NOTA: Todas las frases entrecomilladas son frases de Simone de Beauvoir, sacadas de sus libros y sin cambiar nada de ellas.
Los libros de los que las he sacado son: «El segundo sexo», «Los mandarines», «La mujer rota», «La plenitud de la vida», «Memorias de una joven formal» y el epílogo de «La fuerza de las cosas»
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