De cómo un universitario americano pasó de agresor a defensor de los derechos de las mujeres.
Cuando era pequeño, mi madre y mi padre solían discutir mucho. Algunas mañanas me despertaba con el sonido alarmante de mis padres gritándose. La discusión continuaba hasta que mi padre gritaba «¡Y se acabó!No voy a seguir hablando más de esto». La disputa acababa justo ahí. Mi madre nunca tuvo la última palabra.
Los gritos de mi padre hacían encogerse a mi madre; yo quería hacer algo para parar esa furia proyectada contra ella. En aquellos momentos, me sentía impotente porque era demasiado pequeño para enfrentarme a mi padre. Aprendí muy pronto que la fuerza y el poder intimidaban a mi madre. Nunca vi a mi padre golpearla, pero sí presencié lo hirientes que podían ser sus golpes verbales cuando caían sobre la psique de mi madre.
Mi padre no maltrataba siempre a mi madre, pero cuando lo hacía, me identificaba con el dolor de ella, no con la agresividad de él. Cuando le hacía daño, me hacía daño a mí también. Mi madre y yo teníamos un vínculo muy especial. Era divertida, inteligente, cariñosa y hermosa. Era muy buena escuchando, y me hacía sentir especial e importante. Y cada vez que la cosa se ponía fea, ella era mi roca y mi base.
Una mañana, después de que mi padre le gritara a mi madre durante una discusión, ella y yo nos quedamos en el baño, solos, preparándonos para el día que nos esperaba. La tensión en la casa era tan espesa como una nube de humo negro. Sabía que mi madre estaba disgustada. «Te quiero, Mamá, pero ojalá tuvieras un poco más de valor cuando discutes con Papá», le dije lo suficientemente bajo para que él no pudiera oirme. Ella me miró, acarició mi espalda y forzó una sonrisa.
Tenía tantas ganas de que mi madre se defendiese a sí misma… No entendía por qué tenía que rendirse a él cada vez que peleaban. ¿Quién era él para sentar las normas de la casa? ¿Qué le hacía tan especial?
Crecí resentido por la dominación de mi padre en casa, incluso queriéndole tanto como quería a mi madre. Su ira y su intimidación consiguieron impedir que mi madre, mi hermana y yo expresáramos nuestra opinión cada vez que no coincidían con la suya. Algo en esa desigualdad de su relación me parecía injusto, pero a una edad tan joven, no podía expresar qué.
Un día, mientras estábamos sentados en la mesa de la cocina tras una de sus discusiones, mi madre me dijo: «Byron, nunca trates a una mujer como tu padre me trata a mí». Ojalá la hubiese escuchado.
Conforme fui creciendo y tuve mis propias relaciones con chicas y mujeres, a veces me comporté como vi a mi padre comportarse. Yo también me volví defensivo y verbalmente agresivo cada vez que una chica o una mujer con la que salía me criticaba o me desafiaba. Denigraba a mis novias controlando su peso o la ropa que elegían ponerse. En una relación en particular durante la universidad, usé frecuentemente mi corpulencia para intimidar a mi novia, echándome sobre ella y gritándole para defender mi punto de vista.
Había asimilado lo que había visto en casa y me estaba convirtiendo lentamente en aquello que había despreciado siendo niño. Aunque mi madre intentó enseñarme mejor, yo, como muchos chicos y hombres, me sentí en mi derecho de maltratar al género femenino cuando me beneficiaba.
Tras graduarme en la universidad, necesitaba un trabajo. Supe de un nuevo programa de sensiblización que estaba por lanzarse. Se llamaba Los Mentores en el Proyecto de Prevención de Violencia. Siendo un estudiante-atleta, ya había hecho sensibilización comunitaria anteriormente, y el Proyecto MPV me pareció un buen plan mientras que encontraba un trabajo en mi campo, el periodismo.
Fundado por Jackson Katz, el Proyecto MPV se diseñó para utilizar el prestigio de los atletas para convertir la violencia de género en algo inaceptable. Cuando me entrevisté con Katz yo no sabía que el proyecto era un programa de prevención de la violencia de género. Si lo hubiese sabido, probablemente no hubiese ido a la entrevista.
Así que cuando Katz me explicó que estaban buscando a un hombre para ayudar a institucionalizar el currículo basado en la prevención de la violencia de género en institutos y facultades de todo el país, casi me vuelvo por donde había venido. Pero durante la entrevista, Katz me hizo una pregunta muy interesante: «Byron, ¿cómo crees que beneficia la violencia de los afroamericanos hacia las afroamericanas a nuestra comunidad?».
Nunca nadie me había hecho esa pregunta antes. Como hombre afroamericano profundamente preocupado por los problemas de raza, nunca había pensado demasiado sobre cómo el abuso emocional, las palizas, las agresiones sexuales, el acoso en la calle y las violaciones afectan a una comunidad entera, tal y como el racismo hace.
Al día siguiente, asistí a un taller sobre prevención de la violencia de género facilitado por Katz. Allí planteó una pregunta a todos los hombres en la sala: “¿Qué cosas hacéis para protegeros de ser violados o agredidos sexualmente?”
Ni un solo hombre, incluido yo, pudo responder rápidamente la pregunta. Finalmente, un hombre levantó la mano y dijo: “Nada”. Entonces Katz preguntó a las mujeres: “¿Qué cosas hacéis para protegeros de ser violadas o agredidas sexualmente?” Casi todas las mujeres en la sala levantaron su mano. Una a una, cada mujer testificó:
“No establezco contacto visual con hombres cuando camino por la calle”, dijo una.
“No dejo mi copa sin vigilar en las fiestas”, dijo otra.
“Uso el apoyo de mis amigas cuando voy a fiestas”.
“Cruzo la calle cuando veo a un grupo de tíos caminando hacia mí”.
“Uso mis llaves como un arma en potencia”.
“Llevo conmigo un spray de autodefensa”.
“Vigilo qué ropa me pongo”.
Las mujeres continuaron durante varios minutos, hasta que su parte de la pizarra estuvo completamente llena de respuestas. El lado de la pizarra de los hombres estaba en blanco. Me quedé estupefacto. Nunca había oído a un grupo de mujeres decir esas cosas antes. Pensé en todas las mujeres que había en mi vida (incluyendo a mi madre, mi hermana y mi novia) y me di cuenta de que tenía mucho que aprender sobre género.
Días después de ese taller, Katz me ofreció el trabajo como especialista mentor-formador, y lo acepté. Aunque no sabía mucho sobre temas de género desde un punto de vista académico, rápidamente aprendí en el trabajo. Leí libros y ensayos de bell hooks, Patricia Hill Collins, Angela Davis y otras escritoras feministas.
Como la mayoría de hombres, me había tragado el estereotipo de que todas las feministas eran blancas, lesbianas, ataca-varones poco atractivas que odiaban a los hombres. Pero después de leer los trabajos de todas esas feministas negras, me di cuenta de que esto estaba muy alejado de la realidad. Tras investigar a fondo su trabajo, llegué a respetar de verdad la inteligencia, coraje y honestidad de estas mujeres.
Las feministas no odiaban a los hombres. De hecho, les querían. Pero tal y como mi padre había silenciado a mi madre durante sus discusiones para evitar escuchar sus quejas, los hombres silenciaron a las personas feministas, denigrándolas y haciendo oídos sordos sobre quiénes somos en realidad.
Aprendí que las feministas ofrecían una importante crítica sobre una sociedad dominada por los varones que, rutinaria y globalmente, trataba a las mujeres como ciudadanos de segunda clase. Ellas decían la verdad, e incluso siendo un hombre, su verdad me hablaba a mí. A través del feminismo, desarrollé un lenguaje que me ayudó a expresar mejor cosas que había experimentando creciendo como un hombre.
Los escritos feministas sobre el patriarcado, el racismo, el capitalismo y el machismo estructural conectaban conmigo porque había presenciado de primera mano el tipo de dominación machista a la que ellas desafiaban. Lo vi de niño en mi casa y lo perpetué siendo adulto. Su análisis de la cultura y comportamiento de los hombres me ayudó a poner el patriarcado de mi padre en un contexto social más grande, y también me ayudó a entenderme mejor.
Decidí que me encantaban las feministas y abracé el feminismo. El feminismo no sólo da voz a las mujeres, sino que allana el camino a los hombres para liberarse del dominio de la masculinidad tradicional. Cuando herimos a las mujeres en nuestras vidas, nos herimos a nosotros mismos y herimos a nuestra comunidad también.
Según me fui haciendo adulto, el comportamiento de mi padre hacia mi madre cambió. Con la edad se suavizó, y dejó de ser tan poco razonable y tan verbalmente agresivo. Mi madre llegó a hacerse valer cuando estaban en desacuerdo.
Me impactó oírla decir la última palabra y que mi padre la escuchara sin enfadarse. Fue un gran cambio. Ninguno de ellos se consideraría a sí mismo feminista, pero creo que ambos aprendieron con el tiempo a ser individuos más completos que se trataban con respeto mutuo. Cuando mi padre murió de cáncer en 2007, lucía orgullosamente por la ciudad una gorra de béisbol que yo le había regalado y que decía: “Acaba con la violencia hacia las mujeres”. ¿Quién dice que los hombres no pueden ser feministas?
Autor: Byron Hurt (@byronhurt). Director de cine, escritor y productor musical.
Traducción: Elo y Mines
Artículo originalmente publicado en: TheRoot.com
26 Comentarios
Bien por ustedes, lo mas importante es, crear conciencia, y actuar en correspondencia…. bravo!!!
La MAV es una organización genial. Me ha inspirado mucho para mi propio trabajo y espero que siga dando tantísima caña, y es que no les falta razón: El sexismo y la violencia de género es un problema DE los hombres que sufren las mujeres y los hombres que no son «suficientemente hombres». Una buena publicación. Gracias.
soy madre tengo dos hijos un varon y una mujer a ambos les enseño el valor por el ser humano,el respeto y valor de ambos generos,ambos son valiosos,si estoy de acuerdo con byron para que la mujer en nuestra sociedad machista salga adelante,sea respetada y valorada debe ir de la mano de los hombres.el hombre tiene que entender y superar ese complejo machista,es hijo de una mujer,tiene esposa,compañera,amiga,hija ,hermana,vamos hombres reaccionen,los necesitamos.
realmente yo me identifico, no se porque pero muy en el fondo deseo de corazon que exista que sea haga mas grande esta cultura de la violencia de genero, y aprender mas sobre como ser feminista y yo como hombre no sentirme mal.abrazar el feminismo y aportar lo mas que se pueda a favor del genero femenino que merece mucho respeto y admiracion.
Me encanto el articulo. Si solo existieran más varones como Byron, todo cambiaría.
Pingback: ‘Por que sou um homem feminista?’ por Byron Hurt | Micromachinhos
Me gusto mucho el articulo… Muy real. Me considero feminista en el sentido que lo enfoca Byron… no en el sentido de las mujeres en contra de los hombres (tambien hay una gran cantidad de ellas). Es muy cierto que una sociedad entera es transformada por el lugar que se le de a la mujer en ella… Como madre de un varon siempre le inculco a mi hijo la igualdad de generos… Ni mejor ni peor. Dos partes distintas en un todo.
Sobre la madre de Byron… no se si yo habria tenido tanta paciencia en esperar un cambio. Creo que aunque los abusos sean esporadicos… son abusos de igual forma. Yo me habria separado al comienzo de los malos tratos… mas somos todos distintos en nuestra forma de pensar.
Gracias por el interesante articulo.
Quizás tú tampoco sabes qué es exactamente el feminismo y, al igual, que hizo Byron, deberías educarte en el tema. Las mujeres feministas no odiamos a los hombres, quienes dicen ser feministas y odiar a los hombres, no lo son realmente. Son hembristas, son igual de sexistas que los machistas.
Espero haber aclarado tu confusión, que si es penoso que hayan tan pocos hombres feministas, llega a ser trágico cuando una mujer dice que no lo es o confunde ideas.
MUY BUENO, EL ARTICULO MI SOBRINO NACERA EN MARZO LA VERDAD AL SABER QUE SERA UN VARON ME PREOCUPA UN POCO ¿POR QUE COMO CRIARA MI HERMANA A UN HOMBRE EN EQUIDAD DE GENERO EN UN MUNDO Y UNA SOCIEDAD PUES COMO LA NUESTRA, MACHISTA A MORIR ? COMO PUEDO YO APOYAR A ESA FORMACION ? OJALA Y PUDIERAN RECOMENDAR ARTICULOS O LIBROS PARA EDUCAR EN EQUIDAD A UN CHICO VARON LO MAS POSIBLE PUES LAMENTABLEMENTE SE QUE EN DETERMINADO MOMENTO LA SOCIEDAD TERMINARA POR CONSUMIRLO.
SALUDOS!!!
Solo deseo felicitar a Byron. Y que mas hombres se aventuren a conocerse asimismos para que se empoderen genuinamente. /|\
EXCELENTE …………. GRACIAS A A EXISTENCIA QUE NOS ESTAMOS DESPERTANDO
excelente, ya que el violento no es violento por algún trauma, sino por APRENDIZAJE, y es muy dificil de salir de ese lugar de violento, pero hubo señales muy claras de la madre en el momento de niño, para que Byron pudiera salir de la violencia verbal, y los padres aprendieron a comunicarse desde otro lugar, por eso ya no importaba quien daba por terminada la conversación.
La experiencia de Byron es un reflejo de lo que a muchos nos pasa con diferentes matices, el patriarcado se manifiesta de diferentes maneras pero su escencia es la misma, y asi debe ser identificada para que todos podamos hacerlo visible, ahora mi cuestionamiento es el título, es suficiente la experiencia vivida para ser un Hombre (Varón) Feminista? tal vez el artículo por si solo no sea suficiente para semejante título, mis saludos y a seguir cuestionando al patriarcado que está siempre presente.-
En mi familia no he vivido la violencia, pero si he sido muy agredida en otros ambitos me gustaría conocer más.
«“No establezco contacto visual con hombres cuando camino por la calle”, dijo una.»
Lo cual es tomarnos a todos los hombres por violadores y adquirir un comportamiento antisocial. Lamentable.
Hombre, Raúl, lamentable…
Lo lamentable es que la GRAN MAYORÍA de chicas tenga que adoptar estas tácticas por la calle por sentirse intimidada.
Yo ya tengo 30 tacos y ya no lo sufro -no sé si porque ya soy viejuna o si es que los hombres notan que camino con una seguridad que antes no tenía-, pero me he tirado muuuuuchos años caminando así por la calle. Y no porque pensara que todos los hombres son unos violadores, sino porque las miradas intimidan, los silbidos intimidan, los comentarios en voz alta al amigo que tienen al lado intimidan. Y cuando eres una chica joven y estás sola, es algo que tienes que aguantar a diario.
Sí, es lamentable que tengamos que adoptar esos «comportamientos antisociales», como tú los llamas, para intentar protegernos de algunos que creen que la calle es suya, y que tienen derecho a dar su opinión sobre nuestros cuerpos cuando nadie se la ha pedido.
Tal vez mi experiencia te pueda servir de algo y puedas comprender que no se trata de ningún comportamiento antisocial lamentable, sino de prevención y protección. Desde mi niñez me vi en situaciones que no entendía muy bien por qué me pasaban, pero que me enseñaron a que debía cuidarme y estar a la defensiva. Siendo escolar, un hombre mayor se subía al omnibús con un portafolios en la mano y nos restregaba el trasero. Al principio parecía casualidad, porque una lo miraba y él hacía que no pasaba nada. El día que nos dimos cuenta que era intencional empezamos a gritar y el guarda nos hizo bajar por irrespetuosas. Siendo adolescente,trabajaba y estudiaba, por lo tanto tenía que andar sola o con amigas y decenas de veces me tuve que pelear en la calle con tipos que querían tocarme que me seguían a pie o en autos. Una noche regresaba a mi casa de estudiar y un tipo en un omnibús disimuladamente se abrió el pantalón para mostrarme sus genitales, pedí ayuda y nada, cuando me bajé el tipo me siguió hasta la puerta de mi casa a pesar de que yo le gritaba mientras corría. Y puedo contar mucho, mucho más, en donde me tuve que enfrentar a dos o tres cobardes, porque muchas veces solos no se atreven. ¿Me pasaba solo a mi? No, a mis amigas también, incluso a dos de ellas, un tipó las violó. Intenté que estas experiencias no me acobardaran. ¿Dejar de estudiar? ¿Encerrarme en mi casa? Por supuesto que no, decidí cuidarme y a pesar de todas mis malas experiencias, jjamás he sentido ni pensado que todos los hombres son iguales, solo que escojo y me realciono con aquellos que me respetan.
Creo que es un comportamiento de respuesta. Lo que es antisocial es intimidar a la gente. Cansa un poco que la gente se meta sólo para llamarnos feminazis por tener miedo.
Raúl, me gusta tu comentario, es muy sincero. Las chicas tienen verdadero miedo y bajan la mirada, pero en realidad alguien debería decirles que hacer contacto visual es pura defensa. Primero porque es un signo de seguridad. Y segundo, la mayoría de los chicos no van a decirte ninguna burrada ni van a pretender hacerte nada malo, pero si alguno lo pretende, que sepa que le has visto la cara quita le va a quitar bastante las ganas de intentarlo.Es mucho más fácil atacar a alguien que no pueda reconocerte después.
pucha, dejen de violarnos y dejamos de evitar contacto visual.
El pensamiento como los sentimientos pertenece a la especie no al sexo.
Los pensamientos y las emociones son expresiones del sistema de creencias que se van reafirmando con las experiencias vividas y viceversa. Somos organismos vivientes que resultamos de nuestro entorno y a la vez tenemos la capacidad de transformarlo. Los sistemas de creencias son los que determinan los diferentes puntos de vista de las personas ante una misma situación y solo aquellas personas que logran superar las condiciones de su propio entorno están capacitadas para sobrepasarlo. La contrucción de la identidad sexual y los roles que las creencias determinan para cada sexo derivan en la categoría de género, o sea, desde mi punto de vista, nuestros pensamientos y emociones sí tienen una relación directa con nuestra identidad sexual.
Me encantó saber de ustedes. Gracias por ser y existir!
Gracias a ti, Concepción, por animarnos a seguir, y por leernos con ganas. Esperamos seguir viéndote por aquí! 🙂
vivi algo similar en mi familia,de la violencia verba…..no se impucieron éstas ideas en mi,intento racionalizar cuando veo estas actitudes en mi hoy en dia……..por que tengo dos hijas mujeres y les enseño el respeto de igual a igual para ambos sexos.
Claro que sí, Robinson. La experiencia de Byron demuestra que es posible -y necesario- haber crecido en un contexto así y rebelarse contra ello en la vida adulta. Tus hijas no tendrán que pasar por ese horror y aprenderán a respetar y ser respetadas. Ole tú! ;D