La lucha que no acaba nunca

Luchar contra el mal cansa, pero alguien tiene que salvar el mundo.


Ilustración: Isa


En mi opinión, hay una lucha fundamental que nos ha tocado vivir; es la lucha del siglo XXI y se libra en las cajas registradoras. De poco valen nuestros votos o los gritos que pegamos en una manifestación: el único poder que ostentamos es el poder de la consumidora.

Cuando vamos al supermercado, no compramos las naranjas israelíes que crecieron en las tierras que un día pertenecieron a la población palestina. Al igual que se hizo en los 90 contra el Apartheid sudafricano, hacemos lo poco que podemos para expresar nuestro rechazo a la violación de los Derechos Humanos, y esperamos que, tal y como ocurrió en Sudáfrica, la presión externa ejerza sus frutos.

 

Cuando nos compramos una crema facial, elegimos no tener que maltratar a un animal para poder estar más guapas. Si hace falta explicar por qué, es que algo anda muy mal en nuestras conciencias.

Cuando vamos a la pescadería, preferimos dejar descansar a las pocas reservas de atún que aún quedan en nuestros mares, y optamos por peces más pequeños que pueden reproducirse más rápidamente -y que, además, acumulan menor cantidad de contaminantes perjudiciales-. Algunas de nosotras, cada vez más, incluso eligen dejar descansar a océanos completos (y criaderos, y mataderos, y…) abrazando el vegetarianismo o el veganismo.

 

Cuando decidimos casarnos, optamos por no lucir, en nuestros anillos de compromiso, diamantes u otras piedras de dudosa procedencia, y así estar seguras de no propiciar conflictos armados en otros lugares del mundo. La joyería ética ya está aquí, chicas…

Cuando vamos de compras, y dentro de las posibilidades que nuestros bolsillos nos permiten, intentamos comprar nuestras prendas a marcas que garantizan -si es que esas garantías existen- un respeto a los derechos básicos de sus trabajadoras/es. Sobre todo, optamos por reciclar prendas, por poner de moda la ropa de 2ª mano o por, simplemente, no necesitar estar siempre a la última moda.

La lista no acaba nunca: alimentos transgénicos, artistas que apoyan causas con las que no estás de acuerdo, empresas que financian a partidos políticos de nula transparencia, gadgets tecnológicos que realmente no necesitamos y que acabarán en vertederos africanos, perros adoptados en lugar de comprados, reciclaje…

Sé que no puedo con todo, sé que mis acciones no repercuten de modo dramático en aquello que intento cambiar. Pero me gusta recordar que las abejas producen miel de gotita en gotita. Y, no sé vosotras, pero yo soy adicta a la miel y consumo cantidades ingentes a la velocidad del rayo, así que el simbolismo me parece perfecto. Tan pequeñas como parecen, se las apañan para producir la miel suficiente para mí y miles de personas más cada año¹.

Vivir así es agotador; aún así, es la única forma que conozco para vivir en paz conmigo misma en el mundo que me ha tocado vivir. Muchas de vosotras estáis conmigo en esto. Os voy descubriendo poco a poco; estáis por todas partes y eso me da esperanzas. ¿Seguimos luchando juntas?

Mines

 

¹ Sí, ya sé lo crítico de la situación de las abejas. Algún día me enfrentaré a ello y dejaré la miel. Pero soy de las que opinan que muchos sacrificios a la vez solo resultan en un mandarlo-todo-a-tomar-por-culo y volver a las antiguas costumbres. Poco a poco, chicas.

3 Comentarios

  1. Esta entrada me ha gustado mucho. Yo estoy cansada de que me digan que por actuar de tal manera u otra no voy a salvar el mundo, me parece una de las excusas más vagas que se dan a sí mismas las personas que saben que no están actuando de forma ética pero no quieren cambiarlo. Generalmente esas personas dicen que no cambia nada en los mataderos cuando tú dejas de comer animales, pero no dicen lo mismo acerca del mundo humano cuando dejas de generar odio racial, probablemente no acabes con el racismo, pero es absolutamente necesaria una conducta de ese tipo para que un día las cosas cambien.

    Creo que es importante que cada día nos hagamos mejores personas, creo que es vital que cada día intentemos que nuestro rastro humano sea menos doloroso y dañino para el mundo.
    Recordemos que una cosa tan diminuta como la utilización de una palabra u otra, son indispensables para perpetuar todo tipo de discriminaciones. Igual a la gente le parece absurdo que algunas personas nos preocupemos tanto por utilizar un lenguaje no sexista, un lenguaje no especista, un lenguaje libre de discriminación en general, dicen que es absurdo, un trabajo en vano..
    Lo que sí es un trabajo en vano es comerse todo lo que te dan con patatas fritas, 4 horas de televisión, 2 de facebook, acomodarse y conformarse con pagar una vida que no queremos vivir, eso es un trabajo en vano.

    Ánimo con lo de la miel, si no lo has hecho prueba el sirope de ágave, igual te sorprende.

  2. Muy cierto, ese proceso debe seguiese poco a poco… eso de despertar nuestra consciencia, especialmente en un mundo donde se promueve cada segundo el adoctrinamiento, no es nada fácil… conocer, incorporar, conscientizarse y actuar si que es un camino largo y complicado, sumado a que generalmente se vive de manera individual (y gracias a las redes sociales y al internet ya no se siente uno tan solo)
    Además de lo anterior, siento que no todas las personas estamos en el mismo estadio de evolución y por tanto habemos unas que no estamos preparadas para hacer algunos de esos cambios tan radicalmente, no tanto por desinfomación sino porque no es el momento de aprenderlo o incorporarlo… pero así poco a poco se siguen adquiriendo miles de consciencias y surgen esas reflexiones (que parten de los actos, eso si) tan bonitas como la que acabo de leer… muchas gracias.

    • Exacto, Natalia, son decisiones que deben partir de la convicción y del amor, de modo que no sean sacrificios, sino más bien nuevas formas de vivir en este planeta.
      Para mí es muy bonito descubrir a todas las personas que viven su paso por este mundo de una forma tan respetuosa y luchadora. Gracias a ti por comentar y descubrirme a alguien más 🙂

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