¿Nos comportamos hombres y mujeres de forma diferente en una conversación? Un filólogo nos lo aclara.
Nadie debería conformarse con pensar que la lengua sirve solo para comunicarse. Uno de los padres de la pragmática, J. L. Austin, en Cómo hacer cosas con las palabras, diferenció tres tipos de actos de habla: locutivos, ilocutivos y perlocutivos. Sin entrar a explicar cada uno, diré que lo importante para lo que pretendo exponer es que al utilizar la lengua se pueden realizar diferentes acciones (actos ilocutivos) además de obtener una determinada reacción en el oyente (actos perlocutivos). En este sentido la lengua puede usarse, además de otros fines, para dar órdenes, adular, persuadir, injuriar o discriminar. Por eso parece normal que existan, en una sociedad que pretende ser más humana y más justa, unos usos verbales que guarden cierto decoro, a la vez que se adaptan a unas normas de corrección, en los que prime la igualdad y el respeto al prójimo.
Si hablamos de la igualdad entre mujeres y hombres, es bien sabido que existe un debate desde hace unos años con respecto al sexismo en la lengua española. Este debate lo constituyen dos posturas: una extraacadémica que considera que nuestra lengua es machista y otra académica que se sitúa en el polo contrario. Entre ambos posicionamientos no hay medias tintas sino que se discute de manera visceral y se defienden argumentos hasta acabar exhausto. Es loable el intento por alcanzar la igualdad entre aquellos que ven usos sexistas en el español y hay que agradecer el esfuerzo por redactar diferentes guías que establecen formas de actuar en el hablar que consideran menos sexistas. Al otro lado, se sitúa la postura académica que admite que hay usos sexistas en la lengua aunque rechazan muchas de las recomendaciones que se hacen en esas guías por considerarlas artificiales, por situarse al margen de nuestras normas gramaticales, por anular distinciones que impone la realidad o por confundir conceptos gramaticales con su referente real. Su postura choca frontalmente con la anterior cuando se sobrecarga la lengua con fórmulas innecesarias para no obviar ningún sexo o se cometen incorrecciones que hasta ahora no permite nuestro sistema. Como el primer posicionamiento se apoya en la búsqueda de un cambio social nada desdeñable y el segundo comparte la buena intención del primero, aunque rechace la forma de llevarlo a cabo, no polemizaré sobre un debate que desde mi punto de vista está bastante claro. Así que no voy a hablar del genérico, ni del género marcado y no marcado, ni de la confusión que pueda existir entre género y sexo, ni de economía del lenguaje, ni de la arbitrariedad del signo lingüístico, ni del carácter social de este, ni de las máximas de Grice, ni de la capacidad de evolucionar de las lenguas, ni de su función comunicativa, ni de la inexistente manera de pronunciar la arroba hasta el momento. Es indudable que cuando se haya asentado un cambio en nuestra lengua todo el mundo lo habrá aceptado sin ser consciente.
No obstante, considero que existen otros aspectos relacionados con el uso de la lengua que se ignoran y que revelan comportamientos sexistas. Algunos de ellos los recoge J.L. Blas Arroyo en su libro Sociolingüística del Español y son los que me gustaría enumerar de forma somera por ser menos conocidos por el público no experto. En dicho manual se menciona que el sexo es un factor sociológico que incide junto a la edad y la clase social sobre la variación lingüística de lo que en sociolingüística se deduce que, entre personas de la misma edad y en igualdad de condiciones sociales y situacionales, el habla de las mujeres es diferente de la de los hombres. Este dato no debería ser preocupante en principio. Sin embargo, existen clichés en nuestra sociedad sobre la forma de hablar entre hombres y mujeres y estas no salen muy bien paradas. Por eso a nadie le deben sorprender imágenes tópicas sobre el habla de la mujer que nos la han representado como conservadora, insegura, sensible, solidaria y expresiva frente al habla de los hombres que sería más competitiva, innovadora y jerárquica.
La investigación sociolingüística basada en el modelo de la diferenciación sexual tiene su origen en el comienzo de la década de los 70. A partir de ese momento son dos los principales focos de interés de los especialistas. Por un lado, el análisis de variables sociolingüísticas, en las que el sexo aparece como uno de los factores extralingüísticos determinantes. Por otro lado, el comportamiento de los hombres y las mujeres en la conversación, tratado a menudo como un reflejo de la existencia de estilos conversacionales diferentes.
Me centraré en el segundo punto de interés, que quizás sea el más pertinente para esta publicación. Nos dice Blas Arroyo que en diversos estudios se ha constatado que en las conversaciones entre ambos son los hombres los que hablan durante más tiempo, dato que como dice nuestro autor contradice el estereotipo de parlanchina que ha soportado la mujer. A este mayor uso de la palabra por parte de los hombres en la conversación habría que añadirle que suelen ser ellos los que llevan la iniciativa en el desarrollo temático de los intercambios lingüísticos. Con respecto al tema también se ha comprobado que en las interacciones entre miembros del mismo sexo se dan preferencias claras. Cuando los hombres hablan entre sí, el contenido de la conversación suele girar en torno a temas relacionados con la competitividad, la burla, la agresividad, los deportes, etc. Por el contrario, las mujeres lo suelen hacer, entre otros temas, sobre la comunicación de sentimientos, el hogar y la familia. Teniendo en cuenta este apunte sobre los contenidos habituales de los que hablan unos y otros se puede ir esbozando una conclusión que ya parece clara.
Otro dato interesante que se ha observado está relacionado con el tipo de actos de habla. De este modo los hombres cuando se dirigen a las mujeres usan actos de habla de carácter explicativo o informativo y las razones que aducen los expertos para que haya predominio de estos tipos de actos no pueden ser más deprimentes: porque consideran a las mujeres más torpes o porque no las ven como iguales. Por su parte, las mujeres superan a los hombres en actos de habla y de estrategias discursivas destinadas a proteger la imagen del interlocutor, es decir, actos de disculpa, cortesía, estrategias de atenuación, etc. Así no nos sorprenderá que los hombres se muestren más autoritarios que las mujeres mientras que ellas manifiestan una mayor preocupación por la reacción de sus interlocutores y, más concretamente, por la posible ofensa a la imagen de este que el acto censor puede ocasionar, lo que genera actos de habla reparadores.
Ambos sexos muestran también diferencias considerables cuando reaccionan a reprimendas y cuando son invitados. Mientras que en los hombres se producen más actitudes de confrontación hacia quienes les han reprendido, las mujeres reaccionan a menudo de forma aparentemente más sumisa. En las invitaciones, los hombres suelen insistir en las negaciones mientras que las mujeres prefieren respuestas más vagas y tal vez más convergentes con las propuestas del interlocutor.
También está comprobado que los hombres interrumpen más a menudo que al contrario en las interacciones orales. Además de interrumpir más disputan, cuestionan y desafían con más frecuencia al interlocutor y son más dados a hacer aseveraciones categóricas. Dichas interrupciones son consideradas estrategias conversacionales asociadas a las diferencias de poder y al desequilibrio interaccional que este provoca. Las mujeres asumen un rol más colaborador en el desarrollo conversacional. Ello se hace patente en la realización de más preguntas hacia el interlocutor, en la invitación a hablar a otros interlocutores presentes, en el uso más frecuente de reguladores discursivos, que muestran la atención dispensada a los demás participantes, y que concuerda con esa actitud más respetuosa con la imagen de su interlocutor mencionada más arriba.
Y por último, déjenme que les diga que me parece curioso el uso que hacen de la risa tanto mujeres como hombres en las interacciones verbales. Las mujeres utilizan la risa como un elemento de corroboración informativa o para la expresión de anécdotas mientras que los hombres suelen reír para mostrar desacuerdo o para atenuar mensajes comprometidos.
En síntesis, estos datos que nos aporta la sociolingüística, aunque alguno pueda ser tomado cum grano salis, sacan a la luz un reparto desigual entre los roles que asumen mujeres y hombres en muchas de nuestras sociedades. Creo, al igual que Blas Arroyo, que con estos diferentes patrones de comportamiento interaccional se pone de manifiesto el desequilibrio de poder observado en otros ámbitos de la sociedad en los que la mujer solía ocupar una posición supeditada al hombre. Aquí tienen, si ustedes me lo permiten, muy groseramente esquematizada, la orientación que se podría seguir para desarrollar una crítica más feroz hacia comportamientos que discriminan a la mujer. Comportamientos contra los que considero más oportuno luchar por estar relacionados con nuestra forma de actuar cuando usamos la lengua y que difieren de esos otros argumentos que se esgrimen habitualmente, que se ocupan de la lengua en sí y, por tanto, resultan más opacos.
Sebastián Ordóñez
Licenciado en Filología Hispánica, actualmente está realizando la tesis doctoral sobre los textos literarios y la enseñanza del español como lengua extranjera.
3 Comentarios
Me llama la atención el artículo. Coincido con lo expuesto, pero creo que esa diferencia constituye basicamente un hecho sociológico, histórico. Quiero decir, es possible que se haga de otra manera. De alguna manera, no se por qué, hay cierto tinte esencialista, que no es real, pero es un síntoma, una muestra del tipo de relaciones e intereses entre los hombres y la mujeres. Creo que de manera excepcional podría decirse que también se presenta al revés.
Me gusta el artículo, pone de presente el status de la relaciones de género.
No se qué pensar acerca de este artículo. No logro relacionarlo con mi entorno social. Yo no se como sea en otras sociedades, pero no estoy de acuerdo en eso de que los hombres se muestren autoritarios o que expliquen más porque porque crean que hablan con alguien que no entiende.
Es a caso esa la tendencia de las sociedades mundialmente?
No lo se. es un tema tan amplio y con tantas variaciones que no podría dar un veredicto al respecto.
De donde vengo, los discursos entre hombres y mujeres nada tiene que ver con su condición de género, lo único que condiciona es la astucia para la conversación, inteligencia y variedad de temas para hablar. Si bien es cierto que hay muchas mujeres que su cerebro no les da para seguir el hilo de una idea, también lo es que hay hombres que a duras penas juntan una palabra con la otra, con su único par de neuronas.
Para que una conversación fluya sólo es necesarios dos personas sensatas con ideas abiertas; jamás lo he relacionado con diferencias de género.
son muchos factores los que afectan a un individuo para que tenga capacidad ágil de conversación. Entre ellos están el tipo de crianza, entorno social, nivel de educación, etc. Lo mismo de el rol asumido en una sociedad por hombres y mujeres.
Soy una feminista con los ojos bien abiertos a identificar comportamientos que no tengan el porte igualitario de géneros por el que lucho diariamente, y debo decir que en éste ámbito de las conversaciones prima la capacidad de relacionarse con él otro que el género.
Es obvio que una chica de aquellas criadas en el machismo y que no le interese hacer más por sí misma que lucir bella, será dejada atrás, burlada y menospreciada en medio de una conversación con un grupo de hombres con sentido común promedio.
Muy interesante! Estoy hace tiempo viviendo en Suecia y estudiando sueco y, resulta curioso que hace poco hemos tocado este tema entre las variantes del idioma. Me temo que el problema es de todas las sociedades, porque el problema es la actitud con la que se habla y no lo que se dice. 🙂