Una lectora nos cuenta una historia real sobre una madre, una hija y una hormiga. Para reir y reflexionar sobre nuestro lugar en el mundo.
Estaba en la sala de espera de la consulta del médico, me encontraba fatal, con una gripe de esas que consiguen transformarte de ser humano a un guiñapo febril, mocoso y doliente (lo que mi hija llamaría una digievolución). Pero chunga, vamos.
Enfrente de mí estaban sentadas una mujer con su hija de pocos años, que para mi gusto y para el de mi fiebre, hablaban demasiado -cuando digo demasiado quiero decir que no callaban ni un momento-. Hice lo único que podía hacer: como dice el dicho, “si no puedes contra ellos, únete”. Así que procuré olvidar mi malestar y concentrarme en la conversación que mantenían las dos.
Me siento incapaz de transcribir lo que decían, mi capacidad de concentración con casi cuarenta de fiebre estaba naturalmente disminuida, pero sí recuerdo el “tono” de la voz de la madre, era como si oyeses a un híbrido entre D. José (el párroco de mi barrio y catequista por lo tanto de mi cole) y Teresa de Calcuta en sus discursos más sentidos. Algo que de alguna manera conseguía inducirme a un agradable sopor del cual me sacó de repente y sin aviso una exclamación emocionada de la madre: «¡Ayyy, mira, una hormiguita!».
En efecto, cuando pude conseguir que mis lacrimosos ojos enfocasen en la dirección que la señora del tono doctrinal estaba señalando, la vi. Ahí estaba, pequeña ella, negrita ella y tan pancha cruzando por en medio de las hileras de sillas de la sala.
La niña abrió la boca como pez buscando ración doble de oxígeno en el agua y respondió con no menos emoción al entusiasmo de su madre.
De repente la señora dijo con preocupación: “Uyuyuy…. Como siga ahí la van a pisar».
Comenzó entonces la escena que todavía recuerdo como entre nubes, difuminada, fruto sin duda del mareo provocado por mi estado. Lo que me parece increíble es que lo veía y oía todo aumentado. Puedo asegurar que no era capaz de quitar los ojos de la hormiga en cuestión y que incluso parecía que la veía a través de una lupa; se hizo perfectamente visible.
La madre comenzó a decir: “Hormiga, vete, tonta que te van pisarrr”, la niña empezó a hacer lo propio y las dos comenzaron lo que yo ya he denominado el “mantram absurdo” (si, al igual que hay “velocidad absurda” según la peli de La loca historia de las Galaxias, yo encontré mi propia absurdez, propia por estar ahí parada, como hipnotizada, oyendo aquello sin salir corriendo).
“Hormiguita vete, vete hormiguita, hormiguita vete, que te van a pisar”. Eso repetido unas cuantas veces, al Nirvana no llevará y a la mente no es que la calme: le da jaque mate rápido y sin anestesia. ¿Qué no?, Probadlo si tenéis narices.
Bien, como podréis suponer, el mantram no funcionó -¿por qué será?-, por lo que la madre decidió tomar cartas en el asunto y decidida como estaba a que a esa pobre criatura de la Creación no le aplastase un pie malvado y “asasino”, se arrodilló, puso los dedos índice y pulgar de su mano derecha juntos (que yo me dije “¡Coñes, pasamos a los mudras!”), pero no, porque lo que en realidad sucedió es que la dama le dio una toba descomunal a la hormiga que la desplazó un buen trecho del camino que llevaba.
La niña, horrorizada, empezó a gritar: «¡Mami, la has matado! ¡Has matado a la hormiguitaa!». La “buena samaritana” miraba al pobre bicho inmóvil y a la hija de forma alternante una y otra vez. Por primera vez en todo ese tiempo no sabía que decir, por primera vez calló su “sermón de la montaña”.
Yo, o lo que quedaba de mí detrás de la gripe, luchaba por entender lo que acababa de ver, sin éxito. Al momento las llamaron para que entrasen a consulta. Me quedé mirando fijamente a la hormiga y vi como finalmente, conseguía levantarse, arrastrándose hasta llegar a una esquina de la pared donde desapareció.
Al salir de la consulta, la niña corrió al mismo sitio donde el animal había quedado noqueado. Al no verle, comenzó a llorar y la madre, retomando ese “tonito” que me había exasperado todo el tiempo, le dijo: “No te preocupes, se ha ido al cielo de las hormigas, seguro que está contenta y feliz allí”.
Pensé «Sí, al que casi la mandas tú de una “santa toba”».
– Fin de la historia. –
Os preguntaréis qué tiene que ver mi relato con el tema propuesto para este mes, realidad vs ficción.
Empecemos por lo básico, según la RAE la realidad es:
Existencia real y efectiva de algo.
Verdad, lo que ocurre verdaderamente.
Lo que es efectivo o tiene valor práctico, en contraposición con lo fantástico e ilusorio.
Y la ficción:
Acción y efecto de fingir.
Invención, cosa fingida.
Clase de obras literarias o cinematográficas, generalmente narrativas, que tratan de sucesos y personajes imaginarios.
Sinceramente, al reflexionar sobre el significado que tiene para nosotrxs lo real y lo ficticio empecé a darme cuenta de lo relativas que pueden llegar a ser ambas definiciones. Por lo que he pensado usar mi relato cómo medio para intentar explicarlo.
En él hay unas cuantas realidades y, por qué no, ficciones:
Una mujer con una visión particular y doctrinal del mundo que quiere a toda costa transmitir a su hija y que, cuando se da cuenta de que su propio fanatismo irreflexivo ha hecho que lo que creía bueno y noble se convierta en un “asesinato hormiguil”, calla y no tiene capacidad de reacción. Porque las ideas no son suyas, porque no es ella, es decir su REALIDAD, sino lo aprendido en años de educación/programación. Eso sí, posteriormente se da al “reiniciar” y la programación contesta a la niña sin problemas sobre el destino del animalico (fuese o no real).
Una niña que recibe andanadas constantes de ideas, mandamientos, normas, “buenos y malos”. Alguien que mira la realidad que se le ofrece. Digo la que se le ofrece porque normalmente a los niños, con ese afán educativo castrante que a veces nos invade, les coartamos lo más preciado no solo de ellos sino de cualquier ser humano: la creatividad, la imaginación… Pero no, no puede ser porque eso solo puede producir ficción y la vida no está para eso, hay que convertirse en un hombrecito o mujercita de provecho, cabal y productivo.
Lo malo e hipócrita es que en realidad les vendemos más ficción y peor de la que ellos pueden producir, porque si este mundo en el que vivimos no se mueve a base de cuentos y mentiras, falsas expectativas, miedos inducidos, necesidades creadas, etc. ¡qué venga cualquier dios de cualquier panteón y lo vea!.
Una realidad de la espectadora, que precisamente por encontrarse en ese estado “medio inconsciente” por la fiebre, pudo apreciar lo que quizás en otro momento ni se hubiese planteado observar. De eso puedo dar fe, me conozco y al primer “mantram absurdo” me hubiese ido a la velocidad “idem” de la que hablaba. Pero fue genial, porque fijaros la que estoy liando con tan solo la sencilla historia de una hormiga.
Y, por último, la realidad de la hormiga (no la olvidemos). Lo único que esperaba ese animalillo era llegar al hormiguero con las demás colegas y en medio del camino se encuentra con una fuerza de la naturaleza, un terremoto o vaya usted a saber qué sentiría la pobre, que casi la mata.
Por cierto, siento si decepciono a alguien pero para las hormigas NO existimos, como para muchos otros animales del planeta, no nos pueden ver, no estamos en su REALIDAD. Pero el hecho de que no formemos parte de su realidad consciente no significa que primero ellos no tengan la suya y segundo que nosotros no existamos. Lo que hace pensar que nosotros podemos ser igualmente comparados con hormigas en el Universo y, aunque no seamos conscientes de que exista algo, no significa que ese algo no exista… ¡Toma castaña postulado filosófico, metafísico!.
Resumiendo, creo que todo lo dicho lo define perfectamente una famosa cita del Talmud: “No vemos las cosas tal como son, sino tal como somos”.
Por cierto, el relato es totalmente verídico. Verídico de verdad, lo que algunas veces confundimos con realidad, pero como se dice en la Historia Interminable de Michael Ende: “eso es otra historia”.
Conejilopa Smith
8 Comentarios
Buenas tardes, os ha dicho alguien que vuestro blog puede ser adictivo ? estoy preocupada, desde que os recibo no puedo parar de mirar todas vuestras sugerencias y estoy muy feliz cuando recibo uno más, sois lo mejor en español, me encata vuestra presentación y el curre que hay detrás. Un beso y abrazos, MUCHAS GRACIAS POR VUESTRO TRABAJO, nos alegrais la vida.
Saludos
Yo soy una simple colaboradora, pero gracias en su nombre, porque de verdad el equipo Khalo merece tus «piropos» y más, son geniales!!!. Besos.
Gran historia!
yo cuando era pequeña lanzaba ranas que caían en la piscina de vuelta a la charca mientras les decía: «pero no nadeís aquí, que el cloro os mata!! hala! a la charca!» Y mediante un movimiento ágil y rápido lanzaba bactráceos a través de los juncos.
Un par de años más tarde lo recordaba y me dió mucha lástima por los pobres bichos que se vieron transformados en proyectiles (desde toda mi inocencia infantil) y volaron tal vez por primera y última vez.
Jajajajajajaaj! lo siento, pobrecitas ranas, pero es que me imagino la escena, que buenoo! Gracias Amanda.
Me he reído y además me ha hecho pensar como madre que soy. En los colegios, algunos educadores, programan a las criaturas dejando poco margen a la creativIdad.
Me encanta la frase del Talmud y la conclusión sobre la existencia de otras realidades independientemente de que las percibiamos o no. Es muy gráfico, se ve, se entiende a través del ejemplo de la hormiga que no nos percibe.
Saludos!!
Muchas gracias Rosana
Totalmente cierta esta frase «No vemos las cosas tal como son, sino tal como somos»… y… pobre hormiguita 🙂
¿Verdad que sí? Pobre criatura, que susto se debió dar. 🙂