Ha vuelto la lluvia

Un divertidísimo poema de princesas liberadas, un relato corto sobre una niña y el otoño y el desafiante poema de una lesbiana inconformista componen las aportaciones literarias de nuestras lectoras de este mes.


Ilustración: Marta D.


Después de las perdices

Empieza la historia como cualquier cuento bello.
Con princesa y príncipe pero sin bruja que arme revuelo.
Comen perdices y mucho conejo, de ahí que la princesa luzca buen gepeto.
Pero llega el día en el que el príncipe se cansa del guisado y la princesa se pregunta
`que coño habrá pasado’.
De coños se trataba y ella no lo sabía.
El príncipe andaba de tabernas y de conejos que a escondidas comía.
Aburrida y agobiada, invocó a la bruja malvada pensando que un poco de magia negra
le vendría que ni bordada.

Y es que el cuento era aburrido y la comida se acumulaba.
Ignorante princesa, de comensales la calle se abarrotaba.
Es hora de empezar la tragedia de esta historia obviada.
Quedará escrita aunque no sea contada.
La ignorante princesa pero entusiasmada,
pidió a la malvada bruja que comenzara.
Que su amado volviera y que la pena eliminara.
La bruja malvada viajó hasta la taberna donde encontró al príncipe recostado después
de tanta jarana.
Le dio un saco de oro y abundantes riquezas.
Lo obligó a que se marchara y que a la princesa olvidara.
El príncipe por su parte estaba bien contento,
conejo al pil pil, frito y revuelto.
Ya no tendría que escoger por no tener ganancias y es que de príncipe tenía poco,
solo pura fachada.

Pronto volvió la bruja a ver a la princesa, decepcionada y triste,
lloró desconsolada.
¡Boba! fue como la bruja la llamó a carcajadas.

¿¿No ves, tonta princesa, que ya estás liberada??

Te coroné reina de tu vida, pequeña atolondrada.

Fatum (29), Almería (España)

 

Ha vuelto la lluvia

Pienso: «ha vuelto la lluvia en estos días dulces de otoño». Mi madre me cuenta que, antes, en esta época, el rocío se congelaba sobre la hierba y ella, camino al colegio, pisaba los charcos de la mañana. Bien temprano salía de casa y a su paso los charcos se rompían, se resquebrajaban: la fina capa de agua congelada quebraba a los pies de una niña.

Yo no sé por qué pero esto me resulta bello, extremadamente hermoso: imaginar a mi madre niña, calzada con zapatos sencillos, dejando caer su huella suavemente, rozando el hielo justo antes de la explosión.
Me reconcilia con ella: su cara de susto y felicidad cuando sonaba crac, el mirar atrás para reconocer su obra, para decir: yo soy la artífice, yo destruí ese espejo, yo creé islas de hielo para las hormigas, mis pies originaron una grieta que nadie sabe, que nadie siente porque sólo yo la tuve durante un segundo bajo mis pies, antes de que estos se hundieran en el charco.

No sé si era tan sensible, si se sentía caer levemente sobre un lago diminuto, si se sumergía en él y nadaba, si se le congelaba la respiración, si tenía que pararse en seco para sacar la cabeza fuera del agua y entonces apretaba fuerte el brazo de mi abuela, si después era una sirena o un narval o una familia de esquimales risueños cazando para la cena.

Miro cómo se emociona mientras me habla de los charcos. Hay una nostalgia tras sus ojos: una fina capa de hielo que ya no rompe. Creo que en el mar más profundo de su ser hay fiordos y glaciares, en ellos pasea dormida, es dueña y señora de las tierras frías. Creo que en sueños evoca a su madre, mi yaya de piel blanca, reina hermosa de las nieves, y juntas pasean de la mano cuando todo es rocío congelado, cuando mi primer pensamiento es «ha vuelto la lluvia en estos días dulces de otoño».

Lucía, Asturias (España)

 

Sin título
(Crónicas de una lesbiana impura)

Acúseme señor de ser una mujer como pocas.
Acúseme señor de ser víctima de mis propios deseos.
Acúseme de procrear solo el egoísmo de mis letras y la eternidad de mi cuerpo.
Acúseme de creer en mí y en mis sueños.
Acúseme de no tener culpa alguna de mis gozos carnales
ni de las ganas que le tengo a mi cuerpo como las que le tengo al de otras mujeres.
Acúseme de servir a mi alma y a mi mente más que a usted mismo.
Acúseme de sentirme rodeada algunas veces de mierda y aun así no ensuciarme.
Acúseme de sentir mi condición de mujer mejor que al del resto de los hombres
y no por mi capacidad de procrear, sino de pensar y de crear…
Acúseme de creer en mí, más de lo que creo en usted.

Pam Gtz., Guadalajara (México)

 

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