De cómo una mujer adulta lucha por empezar un círculo de amistades nuevo en una nueva ciudad.
A lo largo de nuestra vida, todas hemos pasado por ese momento en el que hemos querido encontrar a una persona que tuviese nuestra misma forma de ver la vida, de vivir el ocio, de estar en el mundo.
Ya fuese en nuestra infancia, nuestra adolescencia o nuestra vida adulta, casi todas hemos buscado a una amiga con la que compartir los buenos y los malos momentos.
Sé que hay personas que conocen a alguien (o a más de un «alguien») durante su infancia y mantienen una amistad a prueba de bombas hasta el final de sus días. Yo no soy una de ellas.
He tenido muchas amigas a lo largo de mi vida. Unas me salieron rana y me hicieron daño, otras se alejaron de mí -o yo me alejé de ellas- por mudanzas varias, y otras simplemente fueron desapareciendo de mi vida porque buscábamos cosas muy diferentes.
Cómo ligarse a una amiga
Cuando llegué a esta ciudad hace casi ocho años, dejé a todo el mundo que quería en la otra punta de mi país y empecé una vida nueva. Tenía a mi pareja, pero era consciente de que en ese momento tenía una gran prioridad: ligarme a una amiga.
Nunca me he sentido tan bien como cuando he estado rodeada de buenas amigas. Ellas me conocen, me comprenden y no me juzgan. Me hacen reír y me enriquecen. Una vez leí que cuando un grupo de mujeres se reúne (para tomar un café, hacer calceta o hacer mountain bike, qué más da) y hablan entre ellas, sus cuerpos generan una alta cantidad de endorfinas, la hormona de la felicidad. Nos relajamos, nos sentimos en casa, nos sentimos arropadas y comprendidas.
Por eso sabía que, para ser feliz en mi nueva ciudad, necesitaba amigas. Pero también sabía que no iba a ser fácil. Trabajaba mucho, estudiaba por las tardes y apenas tenía tiempo. Todo era muy diferente a cuando tenía 18 años y llegué a la universidad, donde todo el mundo estaba en mi misma situación, teníamos tiempo libre y mucho en común. Entonces los grupos de amigas se formaron antes del primer mes.
En mi trabajo no había gente de mi edad ni de mis mismos intereses. Por las tardes asistía a un curso de postgrado en la universidad en el que teníamos 15 minutos de descanso (oportunidad perfecta para tantear el terreno y conocer a mis compañeras). Tras los primeros meses, una conversación sobre vegetarianismo con mi vegetariana compañera de clase derivó en una de las amistades más sólidas que tengo a día de hoy. Es muy fácil decirlo así, pero en realidad fue un proceso largo que duró unos años.
Recuerdo volver a casa entusiasmada y decirle a mi pareja «Me estoy ligando a una compañera del postgrado» después de haberle preguntado si le apetecería tomarse algo después de clase. Y es que yo siempre he creído en los flechazos amiguiles.
Recuerdo las primeras veces tomando una cerveza, sacando temas de conversación que pudieran descubrirnos un «algo» en común, descubriendo esos «algo en común».
Recuerdo apuntarme a un coro los miércoles por la noche (siempre me ha gustado cantar) para conocer a gente y tener un poco de ocio propio al margen de mi pareja.
Recuerdo conocer a Elsa en el coro y, unas conversaciones y alguna cerveza después, hacer un trato con ella: «Tenemos que quedar al menos una vez al mes, por muy apretadas que tengamos las agendas».
Recuerdo cumplir el trato y conocer sitios nuevos y gente nueva gracias a ella.
Recuerdo el cambio al entrar a trabajar en una academia como profesora de inglés, rodeada ahora de una plantilla joven y eminentemente femenina. ¡Aquí mis esperanzas se vieron renovadas!
Recuerdo las primeras salidas juntas, las «declaraciones de amor» («Creo que tú y yo hemos conectado») en la barra de un bar con unas copas de más.
Y también recuerdo echar mucho de menos a las amigas que dejé atrás, en la ciudad donde solía vivir. Ahora también las echo de menos, pero mis nuevas amigas me brindan el nivel de confianza, amor y apoyo que tenía con ellas, así que no me siento sola. Me siento parte de algo, y eso es súúúúper importante.
En mis últimos cumpleaños he podido disfrutar del hecho de reunir a todas las personas que han ido entretejiendo amistades junto a mí. Mi compañera de postgrado conoció a mis compañeras de trabajo, mis compañeras de trabajo conocieron a mi amiga del coro… Y después de unos años, mi grupo de amigas está ahí para cuando lo necesito, y yo para ellas.
A modo de conclusión, determino que hacer amigas al final de tu veintena -o principios de la treintena- puede ser más difícil que cuando eras más joven, pero no imposible. Hay que dar un salto de fe y dar oportunidades a las personas que van cruzándose por tu camino, porque nunca sabes lo importante que pueden llegar a ser en tu vida. Yo me alegro mucho de haberles dado una oportunidad a las que hoy son mis amigas. Pero, sobre todo, me alegro muchísimo de que ellas me dieran la oportunidad a mí.
Mines
Dedicado a Diana, Elsa, Mª Luz, Natalia, Mª Jesús, Amanda, Ruth, Cristina… y a todas las que siempre me esperan en el sur.
9 Comentarios
Es la tercera vez que me tengo que «ligar» amigas… leer esta líneas, de alguna manera me da esperanzas 😀
me ha encantado el artículo!!!
Que identificada me siento. También me fui a vivir a otra ciudad donde está mi novio, y no tengo amigas. Siempre pienso que me encontraré en cualquier lugar a una chica con la que compartir. Es difícil pero no imposible, como tu dices.
ay qu chulo! que bonica que eres Mines!
Es cierto, que cuesta más encontrar esos «algos en común» a medida que una crece, pero también que se encuentran personas con la cabeza ya amueblada, tan distintas, pero con las que puedes disfrutar tanto, que es estupendástico! próximamente, nos reunimos en alguna terraza!
un besazo enormeeee
Precioso artículo Mines, como siempre abriéndote de par en par. No todas sabemos llevar bien las amistades en la distancia pero siempre habrá un huequecito para ti. Besos guapa!!!
A mi eso de hacer amigas nunca se me ha dado, con las mujeres me siento super incómoda. En cambio con los hombres me va mejor pero con ninguno puedo formar una amistad duradera. ¿A alguien más le pasa?
Andre, solía tener esta sensación de estar más cómoda entre hombres que mujeres, pero (EN MI CASO) se trataba de unos estereotipos inútiles que me decían que las mujeres reunidas eran peligrosas, envidiosas, liantes… ese tipo de cosas. Ahora simplemente creo que grupos problemáticos los hay de todos los sexos y he empezado a hacer amistades femeninas que han resultado, para grata sopresa, una maravilla.
Saludos!
Ay, qué artículo más bonito, Mines :).
x****
Ay, Mines, que me he emocionado y todo.
Encantada de que te me ligaras.Si es que vales un valer, eres de lo mejorcito 🙂
Un beso muy gordo, guapa!
:* !!!