Los comienzos de maleta facturada

Se dice que los comienzos son duros, pero no es así. Los comienzos tienen sabor agridulce, porque te carcomen los miedos y al mismo tiempo estás llena de una energía interior que se irá difuminando a lo largo del camino.


Ilustración: Marta A.


Son las 5 de la mañana y me encuentro sentada en el aeropuerto de Dublín esperando para volver a casa. Bueno, a mi antigua casa. Con un té que me ha costado un dineral porque después de 5 meses aquí sigo sin pillar al autóctono con su acento bien marcado; un ser sin compasión y despiadado, incapaz de solidarizarse con españolas adormiladas que entienden a Dexter cuando tiene pensamientos profundos sobre su personalidad psicopática pero que son incapaces de discernir en inglés entre tamaño pequeño o tamaño súper grande que vas a flipar cuando te cobre.

Sólo unas horas antes me encontraba como en un chiste, con una italiana, un alemán, una americana y dos irlandeses tomando pintas. Rodeada de gente de alta calidad, con un curro que me satisface y sin mucho odio hacia el clima con trastorno de personalidad múltiple de este país. Me ha costado, he de reconocerlo, llegar hasta este punto.

Han sido 5 meses llenos de experiencias, de males sabores de boca, de grandes sorpresas y de mucho aprendizaje (no en cuanto a inglés se refiere… Ejem). Todo mezclado con un poco de nostalgia, que podría traducirse en:

 

¿Cómo estaría yo si no estuviera aquí y siguiera en la ciudad que me vio crecer?

Es un pensamiento que te acompaña a todas partes, como si fuera una  prenda importante de tu equipaje, esa que nunca se te olvidaría. Unas bragas, por ejemplo.

No importa en qué país diverso haya vivido en estos últimos años, que fuera caluroso o que pareciese Invernalia. Que se rezase a Allah o a Jesucristo, que viviese en ciudades de 15 millones de personas o en ciudades con 170 mil habitantes; no importa si no conocía a nadie que hablase mi idioma. Para mí los comienzos siempre se me quedan grabados en el tejido cerebral y aunque sean diferentes me producen lo mismo.

Un desconcierto inicial que alcanza sus mayores picos cuando te despides de la gente a la que quieres y te embarcas hacia lo desconocido. A veces hay lágrimas por lo que se deja en la terminal, a veces sólo el nudo que habrá que ir desatando despacito. Esa curiosidad inicial de la llegada. Estás eufóric@ y nervios@ porque todo es nuevo y emocionante. A mí personalmente, me encanta no entender los carteles del lugar donde voy, lo hace todo más exótico.

Estás llen@ de fuerza porque has tomado una decisión y estás yendo a por ello. Cada cara nueva, cada rincón nuevo, y cada nuevo contacto humano es un hervir de emociones que más tarde se irán cocinando y saboreando. Dónde vas a vivir, qué se comerá, dónde está la recreación y los vicios en este lugar, etcétera. Son fuentes de motivación constante, despertadores personales que te hacen levantarte con una sonrisa o cagad@ de miedo. Cada cual que elija su camino. Yo siempre me pido lo primero.

Los comienzos son adrenalínicos, da igual que sean difíciles o todo vaya como si tu destino en la vida fuera llegar a ese lugar. El problema es que es  un motor que te empuja con fecha de caducidad. Yo amo los comienzos, los disfruto al máximo y les intento sacar el máximo partido porque sé que en algún momento pediré un vaso de agua y el camarero no me dirá que lo repita. Me habrá entendido a la primera y ahí, amig@s, es el es fin del comienzo. Bueno, de mi comienzo en este momento, en este lugar (en otro país sucederá de otra manera). El fin se traduce en un sabor de la monotonía y de cotidianeidad que te empieza a embargar.

 

Todo se vuelve normal.

Que bajo tu ventana pasen burros y caballos por doquier en vez de los coches de la M-30 madrileña te da igual. Empiezas a meter gestos o expresiones típicas de aquel país en tu forma cotidiana de expresarte. La llamada a la oración a las 5 de la mañana ya no te despierta. Miras de soslayo ese precioso rincón de la ciudad, cuando antes estabas con la nariz pegada al cristal del autobús. Ya sabes a qué lugares ir a comer  y en cuales es mejor no repetir. Y, por supuesto, lo que te dice que ya estás asentad@ es cuando la dirección/ciudad/país donde estás se transforma de llamarse lugar donde vivo a llamarse casa/hogar.

Si por el contrario te parece duro y sólo consigues ver los contras de la vida allí, piensa que siempre hay algo positivo que te espera detrás de la esquina; sólo hay que ir buscarlo. Aunque la lluvia, la niebla o el frío los tengan escondidos en la madriguera, están ahí. Aunque el idioma laberíntico con el que te enfrentas no te deje a veces reaccionar, recuerda que a veces una sonrisa o unos gestos abren muchas puertas y que siempre hay cosas nuevas y gente interesante que descubrir.

Pero cuidado, a veces los comienzos pueden convertirse en una adicción que te va comiendo poco a poco por dentro. Como esas personas incapaces de tener pareja estable porque necesitan la excitación de los primeros meses que se tiene con una persona nueva. Lo mismo, solo que este amor se mide por kilómetros, idiomas desconocidos y culturas lejanas. Sí,  los comienzos pueden ser muy adictivos, pero hay que saber manejarlos, aprender de ellos y domarlos.

Así que, que no te absorban; sácales su jugo y, sobre todo,  crece con ellos.

Marta A.

 

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