Una vez más, Cecilia nos muestra la implicación social de la indumentaria femenina. Esta vez: vestimenta deportiva y su evolución en el tiempo.
El deporte es una de las formas más naturales que el ser humano tiene para expresarse, para divertirse, para ponerse en marcha, ganar energía y fuerza y también para marcar diferencias. En la historia de la humanidad, el deporte siempre fue un fenómeno relegado en gran parte a los hombres porque en muchas culturas y sociedades se entendía que las destrezas físicas eran propias del género masculino, mientras el femenino debía limitarse a las tareas domésticos. Esta exclusividad hizo que no existiera nunca de manera más o menos definida un vestuario especial para la mujer que deseaba practicar deportes. Sólo algunas mujeres de la clase alta tenían permiso para presenciar o participar en algunos ejercicios al aire libre, pero no más.
Sin embargo, como vimos en nuestro artículo anterior, los cambios que se dieron en la vestimenta en el siglo XX tuvieron mucho que ver con las necesidades e intereses de mujeres cada vez más libres y decididas. Así, del mismo modo que las mujeres ocuparon los ámbitos laborales, políticos y educativos, lo mismo sucedió con el deporte. Y con ello sobrevino un nuevo tipo de vestimenta: la vestimenta deportiva femenina.
Uno de los principales cambios se dio a principios del siglo XX, cerca de los años ’30, cuando las mujeres comenzaron a usar (oh, qué irreverencia) pantalones cortos para actividades al aire libre como tenis o ciclismo. Antes, era común ver a las mujeres jugando al tenis con faldas largas y muy incómodas para los movimientos. Los pantalones no se popularizarían entre las mujeres hasta más avanzados la década de 1930 pero en este momento, y frente a la liberación que supusieron los «Años Locos», estas licencias se hicieron presentes. De todas maneras, los modelos y los diseños disponibles eran todavía muy masculinos, sobrios y simples debido a que no existía un público masivo que accediera o consumiera ese tipo de productos. Los pantalones se transformaron en una gran ayuda (no sólo en los deportes) para hacer que la mujer se sintiera más cómoda, liberada y segura.
Con el avanzar de las décadas, aparecieron en escena materiales tales como lycra o nylon, tramas creadas artificialmente a partir de combinaciones de polímeros y otros elementos químicos. En un principio, estos materiales habían sido desarrollados para ser utilizados en uniformes y elementos de los ejércitos, pero se volvieron más y más comunes cuando las telas y materiales naturales empezaron a escasear debido a la guerra. El nylon y la lycra (con todas sus variantes) se convertirían a partir de 1940 en un elemento más del guardarropas y permitirían lentamente la creación de prendas novedosas que se ceñían al cuerpo de manera casi milagrosa y permitían mayor movimiento, libertad y comodidad a la hora de practicar deportes o actividades físicas. Estas telas además ayudaron a que la mujer pudiera marcar sus curvas sin requerir objetos asfixiantes e incómodos como el famoso corset.
Finalmente, podemos decir que la década de 1980 va a marcar un nuevo hito en el rol que la vestimenta deportiva tuvo para la mujer. En esta década se hizo muy popular la noción de cuidado del cuerpo y con ella surgieron un sinfín de prácticas (que heredamos hoy en día en gran parte) que tenían que ver con el cuidado personal, la práctica de deportes y actividad física como forma de bienestar, el cuidado de la apariencia, etc. Aquí es donde el vestuario deportivo femenino se incrementó y diversificó, apareciendo productos antes no existentes (como las calzas de color neón) o transformándose algunos otros según la moda (por ejemplo, como cuando se empezó a utilizar la ropa interior de manera externa). La intensa y variada combinación de prendas y colores posibles hicieron que ir a practicar un deporte pudiera significar llamar la atención debido a los tonos brillosos, la superposición de prendas y la combinación de texturas. Aquí es donde la figura de la mujer se reafirmó y logró ganar definitivamente su propio espacio en un ámbito que, para variar, permanecía reservado en gran parte a los hombres. Cuando el deporte femenino se terminó de popularizar en la década del ’80, la vestimenta debió adaptarse a esas necesidades e intereses nuevas que se comenzaban a formar. El camino fue muy largo, claro, pero a pesar de los tropezones, no hubo caídas y es por eso que hoy en día el rol de la mujer en el mundo del deporte es esencial, y allí la vestimenta cumple un rol fundamental para asegurarle una mejor imagen de sí misma y de su intervención social.
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