¿Qué diferencia hay entre una alumna de kickboxing oriental y un alumno? La experiencia le dice a Mónica que mucha. Las mujeres siempre tenemos que demostrar más que los hombres en los deportes de contacto, aunque también tenemos herramientas como la autodefensa feminista para empoderarnos.
En este artículo voy a lanzar algunas reflexiones sobre mi experiencia personal como alumna y árbitra de kickboxing oriental – un mundo, como puede imaginarse, muy masculino- y como monitora de autodefensa feminista.
Mi primera experiencia fue hace ya bastantes años en un seminario de jiujitsu brasileño en el que nos enseñaban a luchar en el suelo. Todos eran alumnos de sanda (boxeo chino) y ninguno de ellos quiso ponerse conmigo de pareja. Lo peor fueron sus no-miradas, sus ojos que se deslizaban por delante del espacio que yo ocupaba, como si yo no existiera allí. Mi incomodidad fue tal que cogí mis cosas para irme, pero el profesor me lo impidió y me colocó con uno de ellos. Al comenzar a hacer ejercicios que requerían utilizar el peso de la otra persona, se sucedieron los comentarios aludiendo a la suerte que tenía mi compañero porque yo pesaba poco, y pude observar su cara de fastidio porque yo pesaba poco y, entonces, no podía demostrar a los demás cuán fuerte estaba. Se reían menos cuando veían que yo era capaz de tirar al suelo a un tipo que me sacaba más de treinta kilos. Pero eso hay que demostrarlo.
Años más tarde, como alumna de boxeo americano y de kickboxing oriental, esta experiencia se ha repetido innumerables veces. A pesar de ser cinturón negro y, por tanto, ser en muchas ocasiones la alumna con mayor grado, mi invisibilidad es apabullante. Por el contrario, en otras ocasiones soy hipervisible: soy, casi siempre, salvo alegres excepciones, la única chica del grupo. Muchos chicos, sobre todo novatos, sienten la necesidad de retarme para (intentar) probar que pueden conmigo. A otros, sin embargo, les da apuro incluso rozarme y me piden perdón cada dos segundos en cada ejercicio.
La cuestión es que no se comportan de la misma manera que lo harían con un hombre que tiene mi grado. ¿Os imagináis a un chico que lleva dos entrenamientos preguntándole a un cinturón negro hombre si le ha hecho daño? Yo lo vivo constantemente. Y creo que esto, el remilgamiento con el que hacen los ejercicios conmigo, es lo que peor llevo.
Hace un par de años también me hice árbitra regional de kickboxing oriental. De nuevo, soy la única mujer que hace esta tarea en mi región. Todas las personas a las que he arbitrado han sido hombres; no me ha tocado aún ninguna competición en la que haya un combate de mujeres. Y esto se nota en las enseñanzas que me han proporcionado. A todas las personas que arbitramos nos enseñan que tenemos que mostrar nuestra autoridad sobre el ring. Hay que entender que hay que lograr que acaten nuestras órdenes dos señores que están con la adrenalina por las nubes y que están en pleno fervor del combate; y esto es difícil, especialmente siendo mujer. He de señalar que me he encontrado con miradas de desaprobación, pero nunca jamás de ningún competidor, sino siempre por parte de personas del público.
Dado mi interés por las artes marciales, los deportes de contacto y el feminismo, comencé a formarme en autodefensa feminista. Tuve el lujo de ser alumna de Conchi Arnal, pionera de la autodefensa feminista en el Estado español. En los años 70 viajó con el Frente Feminista hasta Holanda para aprender autodefensa feminista y, después, la introdujo en el Estado español realizando multitud de talleres.
Lo primero que aprendí de Conchi y de la autodefensa feminista es que muchos de nuestros miedos ante una agresión se derivan de una relación de extrañamiento con respecto a nuestro cuerpo. De pequeñas no fomentan que practiquemos deporte, que exploremos los límites de nuestras capacidades corporales, que enredemos nuestros cuerpos con el de otras personas. Toda una vida de alienación de las capacidades de nuestros propios cuerpos provoca que nos creamos que podemos hacer cosas: no nos creemos que podemos darle al balón, ni que podemos golpear, ni que podemos utilizar nuestro peso para desestabilizar a alguien, por poner algunos ejemplos. Uno de los principales objetivos de la autodefensa feminista es mostrarnos que sí podemos, y reconciliarnos así con nuestras capacidades inexploradas.
Por todo esto, en la autodefensa feminista es tan importante no proporcionar sólo herramientas físicas como llaves o golpeos, sino, fundamentalmente, herramientas psicológicas que nos permitan utilizar nuestro cuerpo de manera más autónoma, consciente y empoderada. De nada sirve saber perfectamente cómo golpear, si luego no te crees que puedas hacerlo.
En esta creencia, la autoestima juega un papel fundamental: trabajar nuestra autoestima mejora nuestra manera de luchar, a la vez que el deporte y, en concreto, la lucha, tiene efectos beneficiosos sobre nuestra percepción de nosotras mismas.
En mi experiencia global, con el deporte me he dado cuenta de que las mujeres somos consideradas como incapaces y débiles, tanto que acabamos por creérnoslo. Los deportes de contacto (sospecho que todos los deportes, ¡pero son éstos los únicos que he practicado!) y, sobre todo y de manera específica, la autodefensa con una perspectiva feminista, tienen la virtud de hacernos poderosas y de enseñarnos a sacar a la guerrera que llevamos dentro.
En el deporte, en la calle, en la pareja, y siempre:
Ante una agresión machista, ¡autodefensa feminista!
1 Comentario
Hola! Soy profesora de kickboxing y de Zaragoza. sería interesante contactar para un proyectico. te animo a escribirme.
Buen artículo!