¿Realmente empatizamos con casos como el secuestro de las chicas de Nigeria? ¿Por qué entraron y salieron de nuestras vidas sin más? ¿Hacemos bien uniéndonos a campañas virales de moda?
Solemos pensar que la empatía es uno de los sentimientos más bellos que tiene el ser humano. Nos permite comprender a la otra, nos hace sufrir por otra o emocionarnos por alguien a quien ni siquiera conocemos. Es fundamental para conseguir la paz, el perdón o la convivencia.
Yo siempre he estado de acuerdo con esto; aún lo estoy. Pero en los últimos meses estoy reflexionando sobre la empatía 2.0, y veo que esa no me gusta tanto. Me explico.
El 14 de abril de este año, más de 200 niñas nigerianas fueron secuestradas por el grupo islamista Boko Haram. Durante las primeras dos o tres semanas, nada se supo en el mundo occidental sobre esta horrible agresión, pero finalmente los medios comenzaron a hacerse eco de la situación. Y entonces comenzó un movimiento de millones de personas en todo el mundo, que -como todas sabéis- se hacían fotos sosteniendo un cartel que rezaba #BringBackOurGirls (#DevolvednosANuestrasNiñas).
Pudiéramos pensar que tantas personas en tantos continentes diferentes se sintieron realmente abatidas por lo que les habían hecho a esas niñas. Yo no soy nadie para juzgar la sensibilidad de la gente, sería presuntuoso pensar que yo tengo más capacidad para empatizar que los demás… Pero cuando vi a modelos en bikini sosteniendo el cartel con una pose sexy, políticos sin escrúpulos posando con cara de pena y multimillonarios futbolistas posando en sus mansiones, empecé a sospechar.
Porque esta gente no posa con carteles cuando Israel bombardea colegios de Gaza con cientos de niñas dentro. No se manifiesta cuando se venden a cientos de niñas para explotarlas sexualmente. Ni cuando saben que la juventud afroamericana tiene más posibilidades de acabar en la cárcel que de encontrar un trabajo.
Las agresiones a niñas, mujeres, niños, hombres ocurren a diario, pero no podemos pasarnos el día luchando por las millones de causas que lamentablemente existen en el mundo. Tenemos que trabajar, estudiar, intentar ser felices.
Eso sí, encontraremos un hueco en nuestra agenda para protestar si las personas afectadas pertenecen a nuestra comunidad. Nos identificamos con ellas, somos como ellas, podríamos ser ellas. Se parecen a nuestra hermana pequeña, a nuestro compañero de trabajo, a nuestra novia, o a aquella actriz de nuestra serie favorita.
Pero cuando son personas negras, asiáticas o latinas, nuestro cerebro occidental encuentra más dificultades para encontrar nexos de unión entre sus vidas y las nuestras. Porque no se parecen a nuestras vecinas, a nuestras compañeras de clase o a la protagonista de esa peli que tanto nos gusta. Porque los medios de comunicación han decidido que son ciudadanos/as de segunda y que no tienen hueco en nuestras televisiones, pantallas de cine o revistas. Y si no las vemos, si no se visibilizan, no existen.
En mi opinión, por mucho que me esfuerce, esta chica española de rasgos caucásicos, clase media y estudios superiores nunca va a poder ponerse en la piel de estas niñas. Ni en la de Malala Yousafzai. O en la de cualquier otra mujer que haya sufrido como lo han hecho ellas. Porque no he nacido en su piel, no he crecido en ella, no tengo las cicatrices que ellas tienen, ni los recuerdos que vienen con ellas. No conozco el contexto en el que se inserta esa piel en la que viven. Las personas que lo forman, las normas, los valores, los miedos.
Nunca podré saberlo. Y aparentar lo contrario me parece un poco obsceno, como casi todo lo que hacemos en Occidente en lo que al Sur se refiere.
Podría poneros el símil del hombre que dice comprender perfectamente lo que es ser mujer. No, no lo comprendes. No has caminado con miedo por calles solitarias desde los 11 años. No te han tocado sin tu consentimiento más veces de las que puedas recordar. No te han valorado constantemente en función de tu capacidad para atraer al sexo opuesto. Sólo puedes hacer el esfuerzo e imaginarlo, pero nunca podrás saberlo.
Entonces, ¿por qué ha ocurrido así con las chicas de Nigeria? Al margen de los más que posibles intereses geopolíticos y militares en la zona, concluyo que el activismo se ha convertido en un complemento de moda. Un bolso de marca con el que hacerse un selfie y colgarlo en la red.
Debemos tener cuidado y no frivolizar con estos movimientos que juegan con la buena voluntad de la gente y la convierten en un objeto de consumo y publicidad. Porque es nuestro deber seguir haciendo el esfuerzo por empatizar, hasta el punto que podamos, con las personas como ellas (¡y hacer algo al respecto!). Pero no para conseguir el equivalente cibernético al lacito rojo que te daban por haber metido un euro en una hucha por la calle.
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