Contrariamente a lo que venía sucediendo, hay quien ha abandonado la ciudad para hacer su vida en el campo. Abel nos habla de iniciativas de vuelta a lo rural, y entrevista a las protagonistas de algunos de estos proyectos.
Cuando me levanto por la mañana, apago el despertador. Corro al baño a ducharme y tomo un desayuno enfrente del ordenador. Leche del tetrabrick con tostadas. Basura. Salgo a la calle y el ruido de los coches inunda mi estado perceptivo. Corro cuando llego a la boca del metro, corro porque si no llegaré al trabajo cinco minutos tarde. Ovejas en el vagón del metro, como en «Tiempos modernos». Aplastadas. Mirando a las pequeñas pantallas. 40 minutos después vuelvo a salir. La neblina gris de la ciudad contaminada. Trabajo. Salgo al supermercado. Algo rápido para comer. Subo. Lo caliento en el microondas. Basura. Trabajo. Regreso a casa. Un café de camino a casa. Basura. Anochece en la gran ciudad. Un poco de ocio. Camino hacía casa, despacio. Miro hacia arriba, pero las estrellas no brillan, ni siquiera se ven, sólo las luces de neón. Sólo las luciérnagas de coches volando por la ciudad.
Hace tan sólo unos pocos años, la población mundial urbana superó a la población rural. Y esa cifra no parará de subir. A la vez, la población general sigue aumentando y, por consiguiente, aumentan también los recursos necesarios para sostener a los pobladores de la Tierra: materias primas, tecnologías, servicios, y por supuesto, alimentos. Asimismo, aumenta la contaminación y el hambre en el mundo. Según datos de la ONU, una de cada ocho personas muere de hambre en la actualidad. Y encima llega la dichosa crisis.
No hay dinero, los bancos cierran el grifo, tampoco hay trabajo. Prima lo económico en vez de lo social o lo ambiental. Comienzan a escucharse palabras como ahorro, austeridad, hambre. ¡En el primer mundo! Otra vez hambre. Cada vez más hambre. Y la gente empieza a pensar, a organizarse, a hacer las cosas por su cuenta. Para ser correctos, hay que decir que hay gente que se ha organizado desde hace mucho tiempo. Muchos empiezan a eliminar lo superfluo porque no hay dinero para más. Y se dan cuenta que eliminando esas variables, no son menos felices. Van a lo básico. Y lo básico es comer y vivir. Cuidando la tierra. Por supuesto.
Porque cargarnos el mundo es destruir nuestro futuro. Así, en esa vorágine de movimientos sociales y ambientales que se han ido gestando a lo largo de los años y otros nuevos que surgen de las necesidades de los últimos tiempos, comienzan a proliferar por toda la geografía española (internet ayuda mucho) cientos de iniciativas que ven el mundo de otro modo. Es la era de lo colectivo 2.0. Modelos como los bancos del tiempo, los grupos de consumo, los talleres de bici gratuitos. La sostenibilidad de la tierra. Esa que siempre estuvo allí muchas veces desaprovechada. El campo toma otra vez importancia.
Uno de esos proyectos es la Red TERRAE, conformado por varios pueblos de toda la geografía española. El proyecto consiste en la recuperación del medio rural poniendo en activo tierras en desuso para dar cabida a pequeñas iniciativas agroecológicas, reactivando el paisaje agrario, generando empleo y creando espacios sociales. Pequeños laboratorios de la tradición, las costumbres y la economía sostenida y natural.
Nos cuenta Milagros Martín, secretaria de Red TERRAE y técnica del proyecto en Redueña (unos de los municipios fundador de la red, en la sierra norte de Madrid), que durante la puesta en marcha del proyecto y con el objetivo de conocer los usos tradicionales de la tierra, buscaron entre los mayores de su localidad a “informantes” que pudieran a ayudarles a descubrir tradiciones, gastronomía, formas de cultivar y mapas de tierras.
En concreto, en Redueña, contactaron con agricultores y ganaderos jubilados que respondieron a una batería de preguntas donde se consultaba, por ejemplo, sobre « ¿Cómo se labraba la tierra antiguamente?» o « ¿Cuál era el papel de la mujer en el campo?».
Luego contactaron con mujeres que habían trabajado de jóvenes en el campo y se decidió realizar una entrevista colectiva con las mismas preguntas. Según nos cuenta Milagros, «Los roles eran muy definidos, los hombres se centraban más en la producción, hacían el trabajo más físico. Las mujeres ayudaban más a la comercialización de los productos y al apoyo de la familia. Tenían una concepción más en conjunto. Por ejemplo, si hacía falta ir a trillar o la recogida de un producto en un momento puntual, ayudaban, pero no olvidemos que también tenían que hacerse cargo de la casa. Descubrimos que las mujeres tienen más interiorizado cuáles son las prácticas tradicionales, el abono natural, las antiguas prácticas. Los hombres pasaron por la “revolución verde”, que fue la que introdujo los fertilizantes químicos al campo. Había que comer y se centraron más en el rendimiento de la tierra».
En Europa, en la actualidad, un 41% de las personas que trabajan en agricultura son mujeres. De ese tanto por ciento, el 80% aproximadamente ayuda a sus compañeros en la explotación agrícola- ganadera de una manera invisible: su empleo no esta reconocido ni tampoco sus derechos sociales y económicos. En Latinoamérica estos datos son aún más bajos. Sin embargo, aunque cada vez crece más la población de mujeres trabajadoras del campo en todo el mundo, las desigualdades todavía son claras.
En España, por ejemplo, hay una mayor densidad de población masculina en las áreas rurales. Las mujeres tienden a salir hacia las zonas urbanas, en busca de encontrar mejores oportunidades laborables que se les niega en el campo. Existen, sin embargo, acciones que intentan derribar estas barreras. Una iniciativa interesante surgida desde Heliconia (una organización que presta servicios sociales y ambientales) son la que nos presenta Driadas, dedicadas a elaborar conservas vegetales de manera tradicional, con los excedentes de la huertas ecológicas del parque agrario de Fuenlabrada. El proyecto aglutina a 11 mujeres desempleadas que están comenzando a dar sus primeros pasos en el mundo empresarial.
Hablamos con Sara, una de ellas, que además también participa en la Asociación para la Rehabilitación de Pueblos Abandonados de España (ARPAE).
«Actualmente, ya hemos recibido la formación necesaria, y todas las que formamos Driadas estamos inmersas en dar a conocer nuestro producto: vendemos en ferias, grupos de consumo y pequeños comerciales. Ahora estamos buscando cocinas industriales para dar el salto de asociación a cooperativa dado que, hasta ahora, era el Ayuntamiento de Fuenlabrada el que nos cedía las instalaciones necesarias».
Cuando le pregunto por los principales problemas a los que se han visto enfrentadas por ser mujeres, me contesta: «en esta sociedad, los mensajes subliminales que colocan a la mujer en posición de desigualdad son continuos. Desde la televisión, periódicos, anuncios urbanos o incluso en la educación que hemos recibido, esos pequeños detalles de fuerte calado nos afectan a la hora de situarnos en igualdad de condiciones sociales y laborales. En cuanto a la cooperativa, luchamos para que nos entiendan como una estructura horizontal, un lugar donde nos emponderamos cada una de nosotras y donde no existe un “jefe” al que se busca a la hora de negociar. Por lo tanto, nos cuesta un sobreesfuerzo ocupar ciertas posiciones laborales, primero por ser mujeres y segundo por trabajar sin jerarquías. A veces es duro, porque tienes que demostrar doblemente tu valía y capacidades para nuestro proyecto».
Puedes encontrar su web en este enlace.
Como hemos visto, la nueva situación económica está cambiando nuestra percepción de la sociedad. Son muchas las voces que se alzan en la búsqueda de alternativas formas de vida, que incluyan una concepción diferente, una nueva identidad del ser humano. La situación es tan extrema que las personas se plantean cambios radicales en sus proyectos de vida. Y esto provoca sorprendentes contradicciones.
Como hemos comentado antes son muchas las mujeres rurales que deciden emigrar del campo a la ciudad en busca de mejores oportunidades laborales, sin embargo, ha surgido en los últimos años un extraño fenómeno de inmigración a la inversa. “Urbanitas” que deciden dejarlo todo para irse al campo.
Este es el caso de Patricia, de 31 años y natural de Cáceres, ambientóloga de profesión, que hace algo más de un año y medio se enfrascó en una nueva aventura. Junto a su novio, Patricia entró en el banco de tierras de la Red TERRAE y encontró un terreno en Arroyo de la Luz, municipio de Extremadura, incluido en este proyecto.
«Dada la situación económica y nuestra condición de desempleados decidimos dar el paso hacia adelante, aunque también contribuyeron las ganas que teníamos de campo».
Han llamado a su proyecto la huerta Pironga (en castúo, dialecto extremeño, «bueno, saludable») y a los seis meses, ya dio el paso definitivo y fue a vivir a Arroyo. El comienzo de huerta Pironga fue difícil, primero vendían sus productos a domicilio y más tarde, formaron parte de la “Cooperativa Activa” lanzada desde la bbbfarming, una plataforma online creada para la promoción y formación de la agricultura ecológica. Ideal para aquellos urbanitas que quieren cambiar a aires más rurales. Desde esta misma lanzadera, crearon «Cáceres para comérselo» una asociación de más de cien consumidores y productores, donde se encuentra además de huerta Pironga, otras múltiples propuestas, como «huerta arroyana» o la «Mangurria artesanía natural» del mismo municipio.
«En el campo se vive más tranquilo, hay mayor calidad de vida, pero económicamente…vas tirando. Hay veces que tienes que hacer trabajos alternativos para llegar a fin de mes». (Patricia ha trabajado como profesora de ciencias naturales).
Patricia cree que las mujeres «son esenciales en la sabiduría popular». En cuanto a las dificultades de la mujer en el campo, añade: «Yo no me he encontrado con ningún problema, siempre me han tratado muy bien, aunque nuestros vecinos mayores nos ven jovencitos y con estudios, y se preguntan por qué no nos buscamos algo mejor…».
Me levanto por la mañana. Desayuno fuerte. Sin prisas, cojo la bici y me dirijo a la huerta. Ahora en verano trabajo unas horas, hasta que aprieta el sol. Cantos de pájaros. Manos en la tierra. Callos. Vuelvo a casa. Me sumerjo en los quehaceres diarios. Me hago la comida. Un pisto con productos de la huerta. Las sobras la guardo para hacer abono. Descanso. Por las tarde-noche vuelvo a la huerta. Trabajo duro. Anochece. Un poco de ocio. Cenar. Vivir con lo justo.
Pero por la noche, salgo a pasear y las estrellas adornan el cielo.
1 Comentario
Muchas bendiciones por este proyecto, la bio diversidad del campo, es el futuro de un país