Ilazki nos cuenta su experiencia de vivir en el campo luego de haber atravesado una vida de ciudad.
Ver trabajar a mi abuelo en la huerta, comer aquella salsa de tomate tan rica que hacía (la mejor que he probado en mi vida), ir a ver los conejos recién nacidos, disfrutar del sabor natural de las verduras, escuchar las historias de mi abuela sobre cómo antes todas las mujeres iban al lavadero a limpiar la ropa y a cotillear sobre lo que pasaba en el pueblo. Cuando pienso en el mundo rural, esto es lo que se me viene a la cabeza. He tenido la suerte de vivirlo y sentirlo, aunque siempre haya vivido en ciudades. Es parte de mí y lo he valorado muchísimo, porque sé todo lo que han tenido que luchar mi abuelo y mi abuela para sacar adelante la familia. Han tenido que luchar por ser de pueblo, por hablar en vasco durante el franquismo, por ser del campo y no de ciudad, por ser de izquierdas. Han trabajado día a día para que su forma de vida, sus costumbres, su idioma, no se pierdan.
A pesar de todo esto y aunque siempre me haya parecido admirable la fuerza que han tenido para luchar por lo que querían, ese tipo de vida quedaba lejos de lo que soñaba para mí. Siempre decía que no podría vivir en el campo, que todo ese trabajo no remunerado que hacía mi abuelo con la huerta y los animales no era para mí. Yo era más de grandes ciudades, de esa vida en continuo movimiento, de esa «modernidad». Y hasta hace unos años ha sido así, y lo he disfrutado muchísimo.
Pero el azar, el destino, o simplemente la vida, me ha traído de vuelta a mis raíces. Y, aunque al principio se me hizo duro el cambio, ahora estoy contenta de haberlo hecho. Porque sí, esto también me encanta. Eso sí, habrá cosas que nunca me gustarán, como el cotilleo. Eso de que casi antes de pisar tú la casa por primera vez, medio pueblo sepa dónde vives y con quién. Ese interés por las vidas ajenas no lo entiendo. Además, aquí la vida pasa de manera mucho más calmada y yo estaba enganchada a esa acción continua a la que nos tienen acostumbradas las ciudades. Por lo que el comienzo fue difícil: situarme de nuevo en otro lugar, con otra gente. Pero después de la tormenta viene la calma, así que después del ajetreo y los cambios de los últimos años, llegó la tranquilidad (en todos los sentidos). Me ha venido bien para conocerme mejor a mí misma, para aprender a disfrutar también de la tranquilidad, y para ir al movimiento -a la ciudad- cuando quiero. La vuelta a mis raíces me está gustando, la estoy saboreando bocado a bocado.
Con otra perspectiva de la vida, en una sociedad diferente y en otra época; pero ahora me siento más cerca de mi abuelo y de mi abuela. Me encanta comer una ensalada con lechuguitas ricas que minutos antes recogemos de la huerta. Disfruto aprendiendo remedios naturales para que las verduras no se estropeen. Me gusta ver que lo que sale de una semilla, termina siendo una planta de pimiento, de berenjena o de calabaza. La naturaleza es increíble. Y, como os he dicho antes, aunque la haya disfrutado y apreciado, no la he vivido como lo estoy haciendo ahora. He sido una espectadora, y ahora soy una de las actrices principales de la obra. Ahora entiendo los ciclos de la naturaleza: de la vida.
Al sentir y trabajar la tierra, me he interesado mucho sobre la agricultura ecológica, las propiedades de las plantas medicinales y la cosmética natural. Y, aunque me sigue gustando ir a grandes ciudades y disfrutar de sus museos y su vida en continuo movimiento; cada vez soy más consciente de la importancia de la alimentación sana y (eco)lógica, de intentar reciclar y reusar todo lo que podamos, de valorar todo ese trabajo que antes no se tenía en cuenta, de saber apreciar la tranquilidad. Me gustaría vivir en un planeta más cuidado y en una sociedad más conciente. Y, hago lo que puedo para poder aportar a este cambio de paradigma. Para que la vida en lucha de mi abuelo y mi abuela no queden en el olvido.
No sé a dónde me irá llevando la vida. Pero, me pienso dejar llevar y aprender en cada paso. Por ahora, disfruto de estar aquí, de la calma que tanto me ha costado entender y gozar. Sé que mi abuelo, esté donde esté, se sentirá orgulloso de que no me haya alejado tanto de esa vida rural que él tan bien entendía. Los ciclos lunares, la siembra y la cosecha, los malditos pulgones y cucarachas. Poco a poco voy familiarizándome con esos términos, aunque me hubiera gustado mucho más que él estuviera aquí para poder enseñarnos de primera mano todo lo que hacía de manera tan natural y a nosotros tanto nos cuesta entender sin un libro que nos guíe sobre la agricultura. La sociedad actual nos ha alejado tanto de los ritmos de la naturaleza que no los entendemos, pero, lo que estoy aprendiendo durante estos tres años ya es parte mí. Por lo que, aunque vuelva a vivir en una ciudad, no volveré a comer tomates en diciembre, ni me quejaré del alto precio de las verduras del mercado. Porque ahora estoy entendiendo los ciclos de la naturaleza y sé en primera persona lo que cuesta en tiempo, dinero y esfuerzo trabajar la tierra durante todo el año. Me alegro de volver a mis raíces.
Mila esker, aitona.
Urte askoan zure kontakizunak entzuten jarraituko dudalakoan, laster arte amona ;).
3 Comentarios
yo quisiera hacer lo mismo. Pero en mi caso, hay muchas leyes y no me dejan hacer nada, no puedo ni tener un burro
¡Qué relato tan bonito!
hermoso relato… hoy vivo la misma experiencia… cuestan los cambios pero son lindos cuando le encontras el sentido! Amó el campo, pero los pueblos son dificiles cuando uno esta acostumbrada al anonimato. beso.