Es probable que alguna vez, mirando algún desfile de moda nos hayamos hecho la pregunta «pero eso, ¿cómo se usa?» o «¿quién puede salir a la calle con eso puesto?».
Esa incertidumbre es el punto de partida para nuestro artículo de hoy, esa delgada línea entre lo que en la moda se funda y se confunde con arte, o mismo, el arte que se transforma en moda. La moda es una expresión más de la cultura y ¡qué fuerza que ha logrado la misma en el siglo XX! Desde entonces, ha ido construyendo lazos cada vez más profundos con el arte, dejando atrás la mera funcionalidad de la prenda como «vestimenta» para confluir en una simbiosis más y más indisoluble con el trabajo artístico.
En este sentido, muchos diseñadores de moda del siglo XX y XXI han sabido comprender que la moda no es solamente una tendencia, sino que puede transformarse en una vidriera de pasiones, emociones y deseos. El uso de colores, texturas, telas y apliques es en cada diseñador, un hecho formidable, particular y único, que hace que esa prenda trascienda los límites de la funcionalidad y se convierta en una real obra de arte moderna y viviente.
Entre aquellos diseñadores que entran en esta categoría podemos mencionar al gigantesco pero un tanto desconocido Issey Miyake. Este japonés nacido en Hiroshima en 1938 desarrolló una interesantísima carrera en la cual la experimentación con los pliegues y las telas volátiles tuvo gran importancia. Sus prendas increíbles, y muchas veces casi imposibles de llevar, son consideradas por muchos como verdaderas piezas artísticas en las que los colores, la movilidad, las formas y texturas se combinan de un modo nunca visto. Su trabajo caracterizó a las décadas del ’70 y del ’80 y le permitió también ser contratado como diseñador de obras teatrales y ballets. Eventos en los cuales la ductilidad y el dinamismo de sus telas eran parte esencial de la puesta en escena.
Otro importante exponente de la unión entre moda y arte fue la diseñadora y creativa italiana Elsa Schiaparelli que tuvo sus años de furor en la década de 1930. Vanguardista como ella sola; por el solo hecho de ser mujer era revolucionaria en un mundo usualmente dominado por hombres. Sus vínculos con artistas plásticos como Dalí inspiraron y colaboraron en algunos de sus diseños, que la transformaron en una artista compleja que muchas veces era infravalorada pero que con el tiempo logró establecer un estilo personal, llamativo y surrealista. Sombreros con forma de zapatos, vestidos con impresionantes dibujos de langostas o colecciones enteras para mujer inspiradas en la vestimenta de los toreros son sólo alguno de los ejemplos.
Finalmente, no podemos dejar de mencionar al majestuoso diseñador francés Jean Paul Gaultier, que destacó en los años ’80 y que se asoció muy directamente con otra rama del arte: la música. Vestuarista de Madonna y creador del particular estilo que la diva impuso en esos años, Jean Paul se distinguió en las pasarelas desde el comienzo de su carrera como un artista innovador, atrevido y rebelde que no se podía encuadrar en los cánones de la moda tradicional y clásica. Sus creaciones supieron ser instalaciones artísticas en las cuales la modelo se perdía por completo. Además este diseñador incorporó a sus colecciones materiales raramente utilizados como plástico, metal, aluminio y telas que simularan efectos visuales mucho más complejos. Claro que… ¿quién podía llevar eso en la calle?
La búsqueda de estos y muchos otros artistas por crear reales obras de arte es lo que los hizo diferentes en un mundo de tendencias, copias y más repeticiones. Su trabajo y su labor por hacer de la moda un mundo de sensaciones, experiencias nuevas y miles de colores es la razón por la cual decimos que la moda es definitivamente, todo un arte.
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