Mamma Zing y el Clan de las H’Mong Negras

Una Frida viajera nos cuenta su experiencia con Mamma Zing y su clan en una aldea de Vietnam.


Abrí los ojos en el autobús y ya las vi corriendo. Estaba segura de que ya había llegado a Sapa, en el norte de Vietnam. Corrían en grupo, y como luego me daría cuenta, en clan. A la primera que vi haciendo aspavientos fue a Mamma Zing. Aún tenía el corazón dormido y ya me reía con ella. Mamma Zing era una mujer de la etnia H’mong de unos 45 años, delgada, pequeñita, fuerte, arrugada, vivaracha, parlanchina… Transmitía pura energía con solo mirarla. Vestía con su tradicional traje H’mong y alhajas y andaba con su gran cesta de mimbre en la espalda. Iba ya con parte del clan, la apacible Linh y la jovencita Man que cargaba con su bebe Tai a las espaldas.

Mamma Zing me dijo con su verborrea inglesa que aprendió de oídas, puesto que no sabía leer y escribir, que eran H’mongs Negras y que buscaban gente para ir a su poblado.. Me hizo prometer que me lo pensaría. Yo le dije que sí, era una proposición aceptable. Cogió su meñique con el mío y me dijo ”promise?” a lo que yo le contesté “promise”.

 

Zona de Sapa.
 

Ellas eran de Hau Thao, una aldea H’mog de 1.000 habitantes situada a 15 km de Sapa. En la zona de Sapa conviven muchas etnias diferentes: H’mong, Dao Do, Tay, Giay… Venían y volvían cada día para ofrecerse como guías y llevar a los “foreigners” a sus casas y sacarse unos “dongs” que bien vendrían a la familia. Generalmente recorrían a pie los 30 km, aunque me confesaron que “of course” cuando podían iban de paquete en alguna moto que marchara en ruta. He de deciros que ellas con sus chancletas de plástico corrían más que yo con mis botas de montaña. Bravas.

 

Caminando hacia Hau Thao.
 

Finalmente, después de verlas, reír y hablar con ellas todos los días, decidí marchar con ellas a su aldea. Llegaría a Hau Thao recorriendo los 15 km por las montañas y caminando entre poblados y las impresionantes terrazas de Sapa. Dormiría en la casa de Man, que vivía con su marido e hijo en casa de su suegra, la chamana de la aldea.

 

Man y su bebé Tai.
 

De camino, cómo no, las hinché a preguntas sobre los H ́mong y su cultura. De lo entendido es que la etnia H ́mong, también llamada “Miau” tiene su origen en China y ellas son concretamente H’mongs Negras, las hay verdes, blancas, azules, floreadas o amarillas. Viven de forma tradicional en las pendientes de las montañas. Se casan temprano, después de uno o dos años de noviazgo, normalmente con gente de su aldea y la familia es el modo de organización social prioritario. Paren de cuclillas. Ellos orfebres, ellas bordadoras. Su economía está basada en la agricultura y ganadería de subsistencia. En cuanto a la religión hay de todo, muchos/as siguen la religión católica, otros/as son animistas aunque también los/as hay que continúan con las creencias locales del chamanismo basadas en las tradiciones chinas de dioses y dragones. Hay una pareja en la aldea que son a los la gente acude si tiene algún conflicto y que no hay ricos y pobre, son todos y todas “same, same”.

Llegamos a Hau Tau y la aldea se dibujaba entre las laderas de la montaña, empinando las casas y porqueras entre caminos y cuestas, atravesada de anegados arrozales entre colores verde bambú y rojo tierra. Las casas H ́mong asemejadan a un gran establo. En su interior, a un lado una pequeña cama frente a una hoguera y al otro la cocina, con un horno de barro, otra hoguera y una tinaja donde lavar los platos. Los muebles H ́mong sufren de enanismo, solo una minúscula mesa acompañada de unos toscos taburetes y banquetas. No necesitan más. No hay baño, tele, play, sofá…. Una bombilla y un enchufe era la única reminiscencia a la tecnología de las casas. Fuera tienen la porquera, búfalos, patos, gallinas, polluelos y enjambres de abejas.

 

El poblado de Hau Thao.
 

Paseamos por la aldea, marchamos por sus senderos disfrutando al ver a niños y niñas H’mong jugando con la arena, apuntando con sus tirachinas, corriendo con sus zancos a coger el rabo del que lleva la vez, haciendo volar sus peonzas de madera y girando sus ruedas correderas… Era como trasladase en el tiempo y en el espacio a la niñez de nuestros/as abuelos y abuelas.

 

Juego de niños.
 

A la hora de preparar la cena la casa comenzó a llenarse. Allí estaban hijos e hijas de todas, la chaman, los maridos, las hermanas, los sobrinos… todo el clan. Era sorprendente ver como los y las pequeños/as se cuidaban entre ellos/as. El pequeño de dos años, llevaba en su espalda de paquete el bebé de un año. De vez en cuando, primos y hermanos se lo iban pasando. A tan temprana edad, ya velaban del clan. Eso permitía a las madres poder trabajar en casa o preparar la comida sin tener que estar tan pendiente de sus más pequeños/as. Los maridos también cuidan, cocinan, juegan y miman como si fuese tan normal.
Una gran tribu.

Cenamos en un pequeño cuenco de arroz echábamos “morning glory”, tofu, rollitos de primavera y verduras realmente exquisitas. Los/as niños/as cogían un rollito y le daban su mitad a otro de los más pequeños y así cenan todo/as. Al acabar, aquellos “hombres de la casa” se marcharon y los/as niños/as, se amontonaron muertos/as de cansancio sobre la cama de enfrente de la hoguera. No daban la lata ni guerra.

En aquel momento, Mamma Zing sacó unas botellas de licor casero y nos mesuró a todas las que allí estábamos, todo féminas. Era licor de arroz y sabía a alcohol puro, rayos, truenos y centellas. Brindamos al son H’mong de “succo” y todo adentro. ¡Guau! Unos “succos” más tarde, marchamos a dormir, yo en el granero, en una recortada y dura cama aderezada de utensilios mil, al puro estilo H ́mong.

 

Mamma Zing
 

A la mañana siguiente a las 5 ya se las oía trajinando. Prepararon arroz, tortillas, verduras y desayunamos después de dar de comer a los búfalos, gallinas y patos. Marchamos en ruta otra vez atravesando las escalonadas laderas. Al llegar a les pagué lo acordado. El dinero que recaudaban con sus idas y venidas se lo repartían entre todas, nada era para una, todo era para el clan. Bárbara la idea. Les abracé y les di las gracias por dejarme entrar en su clan aunque solo fuera por unos días. Les prometí que si volvía a Sapa alguna vez iría a verlas. Man y Mamma Zing se quitaron una de sus pulseras H’mong y me las regalaron. “Promise?” – me dijo Mamma Zing- “Promise”- le contesté.

Sé que algún día volveré a verlas, quizá no en Sapa, quizá habiten en otra tribu o etnia. Creo en ellas, en su fuerza, en sus formas diferentes de ver el mundo y organizarse, en el poder de sus círculos de mujeres y de familias, en los lazos de las gentes de las aldeas, en el lento paso del tiempo y las generaciones venideras… Con orgullo, llevo puestas mis pulseras H ́mong, como el clan, como ellas. Me acompañarán como talismán de chamanes y orfebres, allá donde quiera.

Belinda del Camino
caminaresunarteolvidado.wordpress.com

 

2 Comentarios

  1. He estado navegando en línea más de tres horas de hoy , sin embargo, nunca se ha encontrado ningún artículo interesante como la suya . Es bastante bonita la pena para mí. En mi opinión, si todos los propietarios de sitios web y bloggers hecho un buen contenido como lo hizo , la red será mucho más útil que nunca.

  2. Sofia Olivia

    Que gran clan! mucho que aprender y que gran enseñanza le habran dejado, espero algun dia visitarlas tambien

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