La pasión en la piel

El color rojo es, quizá, el color más apasionado que existe. Sea en el amor o en la revolución, el color rojo siempre es protagonista. Una vez más, la moda supo ilustrar esa particularidad.

Usualmente relacionado con la sangre, con la pasión, o con las fuerzas más incontrolables del enamoramiento y la atracción, el rojo es un color que representa diferentes estados anímicos humanos, ninguno de ellos asociados a la mesura y a la tranquilidad. A lo largo de la historia, el rojo siempre ha sido entendido como un color con el cual expresar algo, delatar al corazón, hacer ver lo que se siente, y esto se hizo visible muchas veces en la vestimenta.

Para mí, hay dos formas principales de pasión y son las que se relacionan, por un lado, con la pasión individual hacia el otro, esa pasión que se hace carne, que muchas veces es incontrolable y tantas otras incomprensible lógicamente; por otro lado, también está la pasión por una idea, por un ideal colectivo, eso que nos hace luchar por algo esperando y creyendo que el mundo puede ser un lugar mejor. Cualquiera de estas dos formas de pasión son tal vez las principales razones de vivir y lo que más fuerza nos da para seguir adelante tanto a hombres como a mujeres.

Encontramos en la historia de la vestimenta claros ejemplos de ambos tipos de pasión, aunque cada uno sea bien distinto. Pocos colores pueden relacionarse con la pasión, la seducción, la sensualidad tanto como el rojo y es por eso que el vestido de este color aparece como uno de los elementos básicos del guardarropas de muchas mujeres a lo largo de muchas décadas en el siglo XX. Aquellos especialistas en el estudio de los colores señalan que el rojo genera atracción inmediata, da energía, resalta y da vigor, transmite fuerza. Esto se trasluce en la tela porque el vestido rojo está destinado a destacar frente a cualquier otra prenda del vestuario y despertar así las más recónditas pasiones tanto de quien lo viste como de quien lo observa.

Así lo entendió Christian Dior, uno de los diseñadores más influyentes y significativos del siglo XX, quien creó el famoso vestido Ispahan, un ejemplar de sensualidad, pasión y belleza que buscaba destacar las curvas femeninas y hacer que el público cayera de espaldas del asombro. Surgido en la década del ’50, este vestido representa una época en la que las sociedades comenzaban a recuperarse de los desastres de la guerra y se abrían a disfrutar nuevamente del goce, la sociabilidad, la sensualidad femenina y el lujo.

Dando una vuelta de tuerca, la pasión puede estar presente también a través de la vestimenta en causas mucho más profundas y luchas sociales de gran envergadura. Así, para representar el segundo tipo de pasión, no puedo dejar de pensar en lo que el color rojo significó para los revolucionarios franceses de fines del siglo XVIII y también los del siglo XIX. Es difícil entender una revolución sin pensar en la pasión, en la pasión por una idea, y estos ejemplos no fueron la excepción. El rojo fue el símbolo de estos movimientos revolucionarios rebozantes de fuerza, violencia, decisión y ansias de cambio. La vestimenta revolucionaria llevaba siempre elementos en rojo que recordaban la sangre derramada, el valor y el coraje, la decisión a llevar adelante la eterna lucha. El gorro frigio, rojo y curvado en la punta, para el caso, fue el símbolo típico de cualquier hombre o mujer que defendiera los valores revolucionarios. ¡No por nada la bandera francesa lleva entre sus colores el rojo producto de la lucha de aquellos días! Así, el rojo y con él, la pasión se oponía a los suaves y frágiles colores pasteles del Rococó aristocrático, lavado y superficial.

Pensemos entonces cómo los colores pueden representar nuestros sentimientos y cómo pueden también despertar aquellos que están en nuestro interior inconciente. Es claro que el rojo siempre se va a relacionar con nuestra sangre, nuestra pasión, el amor que podemos sentir por alguien o por una idea, la atracción y la belleza. ¡A llevar entonces la pasión en la piel!