«Siempre recuerdo decir de pequeña que «papi estaba cansado porque trabajaba mucho», pero, no recuerdo decir que «mami estaba cansada porque también trabajaba mucho». Nos enseñaron a valorar exclusivamente el trabajo remunerado.»
Aunque cada vez hay más mujeres que se incorporan al mercado laboral, las mujeres siempre han sido relegadas al espacio doméstico como amas de casa. Cuando hablamos de mujer trabajadora hoy en día, como la que trabaja fuera del hogar, no puedo dejar de pensar en que las mujeres siempre hemos sido trabajadoras en nuestra casa, desde hace muchos siglos.
Hemos limpiado, cocinado, cuidado, ordenado, organizado casas. También criado a nuestros hijos y a los hijos de nuestra vecina, amiga, hermana. ¿Acaso todo esto no es un trabajo lo suficientemente valioso para que se nos considere mujer trabajadora aunque «solo» trabajemos como ama de casa?
Cuando miro atrás hacia mi infancia, siempre recuerdo a mi madre trabajando. Mi padre trabajaba fuera de casa y mi madre tenía que hacerse cargo de mí y de mis dos hermanos. No recuerdo a mi madre disfrutando de un día libre en su trabajo, porque hasta los domingos nos tenía que bañar, ayudar en los deberes del colegio para el lunes o cocinar para todos.
Antes de nacer yo, mi madre era peluquera, trabajaba en una pequeña peluquería que ella y su hermana habían montado con mucho esfuerzo. Cuando yo nací, tuvo que abandonar su tarea de arreglar el cabello a otras mujeres para cuidarme a mí que de pequeña ya era bastante rebelde e inquieta. Como tantas otras madres, tuvo que renunciar a su pasión diaria por sus hijos. A veces, me pregunto dónde habrán ido los sueños y deseos de tantas mujeres que quisieron realizarse profesionalmente y no pudieron por cuidar a su familia.
Ser ama de casa es una labor constante que requiere esfuerzo, dedicación y, resumiendo, mucho amor. Amor para limpiar nuestras lágrimas cuando nos tropezábamos en el recreo, paciencia para cosernos los disfraces de fin de curso, esfuerzo diario de recogernos a la salida del colegio y cocinar con cariño el menú de cada día. Ese trabajo constante me ha construido a mí como mujer. Desde las bambalinas, una mujer que es mi madre me ayudaba a que el terreno estuviera bien limpio y cuidado para que yo diera mis pasos creciendo fuerte a lo largo de los años.
Esta labor ha estado cargada de invisibilidad. Siempre recuerdo decir de pequeña que «papi estaba cansado porque trabajaba mucho», pero, no recuerdo decir que «mami estaba cansada porque también trabajaba mucho». Nos enseñaron a valorar el trabajo remunerado, olvidando el que hacían nuestras madres porque ni siquiera se cuestionaba si debían o no debían hacerlo, eran madres y por consiguiente ya venían con la etiqueta de amas de casa.
Cuando existe un familiar enfermo en la familia, casi siempre ha sido cosa de la mujer cuidarlo.
Un gran trabajo que exige grandes dosis de paciencia. Las mujeres cuidan a sus madres de avanzada edad como ellas cuidaron de ellas en el pasado. Las bañan y les dan la comida, como cuando ellas eran pequeñas, y en la mayoría de los casos las acompañan hasta el final de sus días. Mi madre aún no se ha jubilado con 67 años, cuida a mi abuela con demencia senil desde hace unos años, ha dejado todas sus aficiones de lado para atenderla y sigue a su lado día tras día.
Afortunadamente, los tiempos han cambiado; los hombres están asumiendo más responsabilidades en el hogar, tomando conciencia de lo que significa trabajar en casa y compartiendo el cuidado de un espacio común. Tengo fe de que, en un futuro, existan muchos amos de casa que construyan un camino de igualdad y espero que la labor de todas las mujeres trabajadoras en casa sea reconocida como debería serlo algún día no muy lejano.
Lely Leal (27), Jerez de la Frontera (España)
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