Si yo soy miedo, vos también

La forma en que nos vestimos habla de nuestra identidad. Y eso, a veces, genera miedos y prejuicios. En Argentina, las «pibas chorras» ocupan ese lugar ajeno que la sociedad se encarga de segregar.



Vivimos en un mundo donde la ropa y la manera en que nos vestimos inspira miedo. Pero ¿cómo, si no es más que un par de prendas combinadas de alguna manera? Desde nuestra mirada violeta hemos visto que la vestimenta no es poca cosa y que siempre está queriendo decir algo de nosotrxs como personas pero también, y especialmente, como sociedad. Tal vez a muchxs les suene un poco tirado de los pelos, pero cada cultura coloca en lo desconocido, en lo diferente y en lo raro categorías negativas que pueden ir desde el rechazo, la desconfianza, el odio, el desprecio hasta el miedo y la discriminación. El miedo nunca es algo positivo porque nos paraliza y nos impide ver más allá de lo que tenemos delante.

Cada país y cada sociedad coloca en el  lugar de otrx distintx conceptos negativos que buscan darle explicación a lo que muchas veces no entendemos o creemos entender erróneamente. Esto es así porque son pocxs los que se acercan a la persona distinta con la mente abierta, a conocer su realidad y a intercambiar formas de pensar, menos si se vive en las grandes ciudades en las que mejor guardarse en casa porque nos bombardean permanentemente con que hay mucha inseguridad y con que ya no se puede confiar en nadie. El miedo siempre está presente, incluso en lo referido a la vestimenta.

En el caso de la cultura porteña argentina, es clara la distinción que se hace respecto de ciertos grupos sociales y cómo el resto de la sociedad los juzgan, los evalúan, los distinguen de sí mismos directa y exclusivamente por su imagen. Hay un concepto, un nombre que se popularizó en la mayoría de los grandes centros urbanos argentinos y es el de «pibe chorro« (chorro hace referencia en la Argentina al ladrón). El pibe chorro es el que pertenece a un segmento social humilde, sin demasiadas perspectivas de futuro y con muchas exigencias impuestas por una sociedad que no comprende una realidad que prefiere negar, anular. Jóvenes que no estudian ni trabajan, que no quieren hacer nada, que no tienen ganas de progresar ni sumarse al sistema. Así los describen fugazmente quienes miran desde afuera una forma de vida tan compleja que no alcanzan palabras para describirla.

Es importante aquí que nos detengamos a pensar que todos los segmentos sociales construyen una imagen de sí mismos que muchas veces está teñida de la visión de otros, especialmente cuando hablamos de sectores populares o humildes que siempre son descritos y definidos de afuera, como si la identidad no fuera propia.

En el caso de las chicas adolescentes que caen en la categoría de «pibas chorras» (porque siempre se cae si es impuesta desde afuera y aceptada con resignación por las mismas chicas a quienes se les aplica) la identidad propia se construye del mismo modo que lo hacen chicas y adolescentes de cualquier otro sector social: con una búsqueda de elementos definibles, distintos, propios, que muestren sus gustos e intereses.  Se visten provocativas con pantalones de jean apretados, remeras cortas, calzas, zapatillas llamativas (como se les llama acá, «llantas«) y muchos adornos en los rodetes de cabello que muy cuidadosamente se arman. Las «pibas chorras» lucen su cuerpo con orgullo y sin preocupación, porque es parte de su identidad y parte del mundo que les tocó vivir en el que el acceso a las prendas de marca no es una realidad posible. Las pibas chorras se visten con prendas copiadas a las grandes marcas, otras inventadas y alteradas por ellas mismas para diferenciarse. Es común ver en ellas ropa deportiva o cómoda, pero también juegos de elementos únicos que nadie más lleva, como por ejemplo zapatillas de gran tamaño y miles de colores.

Y aquí es donde surge el concepto que este mes nos invita a pensar y reflexionar: el miedo. Las pibas chorras son un blanco fácil de muchos de los miedos que una sociedad, plagada por la idea de inseguridad desde los medios, siente a diario. Ellas son rápidamente identificables y si van en banda, como cualquier adolescente lo hace, inmediatamente se las transforma en un peligro o al menos en sospechosas. No es casual que la actitud muchas veces dura, irreverente, acompañe a esa forma de vestir desenfadada, particular y desestructurada que ellas tienen: la sociedad ha sido siempre dura con ellas, la vida misma lo es e incluso dentro de los mismos sectores de pertenencia (las familias, los grupos de amigos, las parejas) la violencia está presente, el maltrato y la discriminación hacen estragos. Se las juzga por violentas, por ser rápidas, por tener una actitud sexual muy libre, por ser vagas e indolentes, por no poseer interés por nada que supuestamente las pueda hacer triunfar. Muchas veces los hombres que las rodean, jóvenes y adultos, las transforman en juguetes sexuales pero después las apartan por su conducta y su supuesto libertinaje. Y detrás de una vestimenta (en parte elegida, en parte impuesta -insisto- por una cultura en la que predominan las marcas y la necesidad casi moral de tener tal o cual modelo de producto), las pibas chorras van construyendo como pueden, a los golpes y a los tropezones, su propia identidad.

Pocos son los que se acercan a escucharlas y a saber qué es de sus vidas, qué intereses tienen y si es que tienen planeado algo para la vida (¿quién lo tiene todo planeado?). Es más fácil alejarse, prejuzgar, tenerles miedo, por las dudas no acercárseles. Y por más que cueste verlo así, la distancia que pone alguien que no pertenece al mismo sector social se siente. Tal vez sea la vestimenta, su forma de llevarla con orgullo, sus peinados en alto y sus ganas de resaltar aunque sea en algo para los demás lo que las hace valientes por no dar el brazo a torcer frente a una sociedad contradictoria, llena de prejuicios y miedosa.

 

4 Comentarios

  1. Antonella

    ¿Por qué las victimizan así? Cada uno tiene el poder de elegir, nadie te impone nada desde afuera.

  2. Tenes razon, yo particularmente, me siento muy incomoda con la vestimenta y el vocabulario de esas chicas. Yo les digo chunis. No es que les tenga miedo, es que me resultan antiesteticas.

  3. guillermo

    muy bueno el articulo cecilia, de mucha profundidad y gran sensibilidad

  4. Estrella

    Muy bueno. Me ha gustado muchísimo el artículo, me ha abierto los ojos respecto a otra «tribu adolescente», presente en España. No sé cómo será la situación de estas argentinas (no tengo el gusto de haber visitado ese maravilloso país), pero tal y como las describes me recuerda muchísimo a lo que aquí llamamos «chonis», tachadas de violentas, pordioseras, ladronas, vagas y guarras en todos los sentidos de la palabra. Este artículo me ha ayudado a reflexionar y a darme cuenta de que yo también he estado discriminando y contribuyendo a la marginación de estas chicas tan inseguras, inmaduras y sufridoras como yo.

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