Que desaparezca un ser querido es una de las cosas más terribles a las que tenemos que enfrentarnos en nuestra vida. Y cuando sucede nos vemos abocadas a ese abismo que parece que no tiene fin: el duelo.
El duelo es un proceso largo y duro por el que pasamos cuando alguien importante desaparece de nuestras vidas. En toda despedida, en todo cambio, hay un componente de duelo. Pero es sin duda el duelo más duro el que deja el peso de la muerte.
La idea de no volver a ver al ser querido se puede tornar insoportable. Es un peso muy duro con el que cargar, tanto que podemos pensar que no saldremos de ahí, que siempre nos sentiremos igual. Podemos no sólo asustarnos por la impresión que produce no poder volver a interaccionar con el ser que hemos perdido, que ya es mucho, sino que nos producen terror las emociones que sentimos. Se nos pegan, nos atrapan, nos llevan hacia abajo sin remedio… y parece que no nos van a soltar.
Emocionalmente el torrente que se nos viene es muy potente. ¿Cómo va a ser de otra forma? Cuando alguien desaparece, nuestra vida cambia por completo. Es un volver a empezar involuntario, obligatorio. Es una reconstrucción de lo que conocías en la que queda un hueco. Y requiere su tiempo. Durante este proceso los altibajos serán comunes. Es un proceso que puede durar hasta dos años (y si dura más allá tal vez necesites el empujón de la terapia). No es algo que vaya a pasar rápido, no hay que desesperar.
Te abrumarán los recuerdos cuando menos te lo esperes. Sentirás la punzada en el pecho en cualquier momento, encogiéndote el corazón en cualquier lugar. Esto no son más que signos del propio proceso. No es nada malo, no lo estás llevando mal: hay que comprenderlo, es un momento muy duro de nuestra vida. Normal que se agolpe todo, que nos sintamos confundidas. Requiere su tiempo. Y cada persona lo lleva a un ritmo distinto, no hay pautas fijas.
La vulnerabilidad que se nos abre nos vuelve tremendamente sensibles. Y es que la muerte de alguien cercano abre una herida muy grande, difícil de sanar. Pero, aunque difícil, no es imposible. Aunque realmente así lo sintamos, aunque pensemos que no vamos a salir, la herida puede curarse y nosotras continuar adelante sintiendo que ese ser siempre formará parte de nosotras.
El duelo tras la muerte de un ser querido es especialmente dura porque, además, ya no sólo se trata de que esa persona desaparezca: se trata de que desaparecen los momentos, las rutinas, las atenciones, la voz, las risas… Desaparece una parte de nuestra vida. Desaparecen múltiples posibilidades: todas las que nos ofrecía quien ya no está. Pasar por el duelo no sólo significa lidiar con todas las emociones de dolor, incredulidad, rabia y tristeza, sino readaptar nuestra vida a la nueva situación en múltiples sentidos.
Esta desaparición requiere que resituemos el vínculo que teníamos con esa persona. Hay que readaptarlo y resignificarlo. Porque una muerte de un ser querido no implica una rotura del vínculo, sino de una reconstrucción del mismo. Es el proceso de pasar de sentirnos unidas a quien es, por sentirnos unidas a quien fue. Porque, y esto es importante, cuando alguien muere el trabajo con los vínculos no es de ruptura, sino de reconstrucción: todo lo que nos ha aportado, todo lo que ha significado para nosotras, se queda. Nunca rompes del todo con quien ya no está, sino que lo reubicas dándole un nuevo significado para ti.
El vínculo se queda, pero donde antes era una cuestión exterior e interior (exterior por su presencia e interior por lo que sientes), pasa a ser un vínculo puramente interior: se refuerzan los recuerdos, el amor, todo lo que nos aportó. Siempre se quedará con nosotras, aunque ya no podamos volver a interaccionar cuerpo a cuerpo. Y ese hueco que nos queda, que siempre llevaremos encima, se va llenando con todo lo que nos aportó. Siempre formará parte de nosotras.
Realmente son muchísimas cuestiones las que tenemos que aprender a readaptar, y entre eso y el aceptar que no volveremos a ver a quien se ha ido nunca más, el trabajo interno que tenemos que hacer es largo y duro. Tenemos que aceptar que los procesos emocionales no pasan de un día para el otro. Los cambios tan fuertes en la estructura de nuestros vínculos va a costar. No se nos pone fácil, tampoco, por el hecho de vivir en la sociedad del fast-food, en la sociedad del lo quieres-lo tienes. De lo inmediato, de lo rápido y lo cambiante. En este contexto el proceso de duelo puede resultarnos más duro aún. Podemos sentirnos lentas, inadecuadas. Débiles. Pero no lo somos. Somos humanas sintiendo el vacío de alguien que tuvo mucho peso.
Ante esto tenemos que ser pacientes con nosotras mismas, y comprensivas. Ver lo difícil que es hacer este trabajo. No alarmarse por sentirse mal, y es que no sentirse mal sería lo raro.
Hay que tener paciencia en este proceso y dejarse sentir. No presionarse ni culparse en los días que todo sale. Comprenderse un poco más ayuda a pasar por el duelo de la mejor manera posible. Y esta es otra faena importante: no escuchar a la gente que no nos entiende, dejarnos sostener y mimar por las que sí. Y si, con todo, se nos hace difícil, no dudarlo: las psicólogas y psicólogos estamos para ayudar a pasar por este trago tan confuso, tan doloroso y tan extraño.
Y ante todo, sea como sea, no hay que perder la esperanza. No perder jamás la esperanza de que podremos convivir con esa pérdida. Saber que es una realidad que el dolor con el tiempo nos dejará espacio y lo podremos sobrellevar. Que la fuerza de la vida solamente nos arrastra hacia delante. Que nos acostumbraremos a sentir a quien hemos perdido como parte nuestra, aunque no le veamos más.
Porque está y siempre estará en nosotras.
6 Comentarios
Hola Irene, te felicito por tu artículo. Creo que explicas muy bien lo que significa elaborar el duelo cuando pierdes a un ser querido. Estoy de acuerdo en todo lo que expresas excepto en la cuestión del tiempo… hablas de la duración del duelo, indicando un máximo de un año como la duración normal… pues depende… en realidad la mayoría de autoras y autores hablan de 2 años, pero es que no hay que tener prisa. Me encanta que hayas sacado este tema en una revista (vaya, en toda la sociedad) en la que no se suele hablar de la pérdida, el duelo, la muerte… Os dejo enlace a nuestra web especializada en duelo por si alguna de vosotras quiere profundizar en tema: http://artmemori.com/ ¡Un abrazo!
Hola Begoña :).
¡Corregido! Para elaborar este artículo me fijé en autores que indicaban el año como tiempo «normal», pero si tú, que eres más experta en el tema, dices que el acuerdo general está en dos, lo pongo así :).
La verdad es que es un tema para el que nadie nos prepara… Y cuando llega, nos cuesta un montón e incluso cuestionamos nuestros propios procesos, por eso me decidí a hablar de él.
Gracias por el enlace, estoy navegando y hay mucho que investigar en la web.
¡Un abrazo!
Muchas gracias chicas, a pesar de haber perdido a una persona muy cercana hace más de tres años, por diferentes circunstancias no he podido «llevar mi duelo» hasta hace apenas unos meses, y cada palabra, cada fase, cada descripción vuestra ha sido como un reflejo de mí.
He llorado leyéndolo, aunque espero que cuando pase el tiempo y vuelva a leerlo, las lágrimas al recordar a esa persona sean sonrisas por haberlo superado 🙂
Noa, muchos ánimos con tu proceso. Con el tiempo lo llevarás mejor. Ya sabes, poco a poco ;). Sí, esas lágrimas se convertirán en sonrisas.
Me alegra que te haya gustado el artículo, un abrazo grande.
lo que duele son los recuerdos, son las conversaciones que no se olvidan, son los gestos, los olores, la piel, el calor de la piel y luego saber que tú tienes que seguir, entre una mezcla de rabia, de injusticia, impotencia, auto compasión, es un sube y baja de emociones, que solo el tiempo te puede calmar, a las tantas el dolor deja de estar en el huracán y se torna calmo… una añoranza…
F, sí, con el tiempo se convierte en añoranza. El dolor surge de lo que se tuvo y ya no se volverá a tener. Porque en sí, los recuerdos son algo bonito. Lo que duele es la comparación con ese no-futuro con ese ser perdido… Pero, como dices, es cuestión de tiempo.
Un besito.