No borders, no nations

Dejamos que sean las películas que os proponemos las que hablen y abran un espacio de reflexión sobre las fronteras emocionales y físicas.



Entramos en octubre con nuestro artículo titulado como aquella canción del grupo Anti Flag: «Sin fronteras, sin naciones». No vamos a hacer una crítica o un alegato antigubernamental como ellos, pero sí os vamos a mostrar un par de películas que hablan de la cuestión global de la migración.

 

Vals con Bashir, Israel-Alemania-Francia,  2008.

Director: Ari Folman.

Este documental animado de Ari Folman (y protagonizado por él) nos habla de la matanza de refugiados palestinos que hubo en Sabra y Chatila. La narración arranca en un bar, de noche, donde se encuentra Folman con un amigo, éste le cuenta al autor una pesadilla en la que siempre le persiguen 26 perros. Ambos acaban llegando a la conclusión de que tiene que ver con una misión para el ejército israelí en la que participaron, concretamente durante la guerra del Líbano durante los años ochenta. Folman se sorprende porque no recuerda nada de esa etapa de su vida y decide resolverlo preguntándole a amigos y conocidos.

Mucho se ha escrito sobre la situación entre Israel y Palestina, donde realmente las víctimas son los que conforman los pueblos de ambas naciones, que tienen que pagar la situación de enfrentamiento entre sus gobiernos. Esta película muestra la guerra en su mayor crueldad, con todas sus consecuencias, pero lo verdaderamente interesante es que se haya usado la animación, algo poco frecuente en el género de la no ficción. Un verdadero cuento de la despersonalización de los soldados, una reflexión sobre las víctimas de la guerra y la desolación que esta provoca.

 

 

La extraña, Alemania, 2010.

Director: Feo Aladag.

La historia se centra en Umay, que huye de Estambul con su hijo Cem debido a que su marido la maltrata. Recaba en Berlín, donde su llegada causará un revuelo con su familia (de raigambre musulmana), ya que no aceptan que Umay haya abandonado a su marido y, encima, se haya llevado al hijo que tienen en común. A partir de aquí la película nos muestra el calvario que sufre su protagonista debido a las diferencias socioculturales que existen entre ambas partes, una verdadera metáfora del binomio Oriente-Occidente, las ganas de vivir y las ganas de ser comprendida, querida y perdonada por los más allegados.

Esta película ganó una nominación en los premios EFA y, aunque tiene buenas intenciones y refleja de manera sobrada el mensaje que nos pretende transmitir, es algo monótona y no ofrece nada nuevo, quedándose en el cajón de las películas europeas que hablan siempre de lo mismo, pero no innovan. Está bien para todo aquel que busque una película que simplemente nos refleje una de las caras de la migración: el volver y que todo vaya a peor, los conflictos que sumen a todxs la cuestión religiosa (y en especial a las mujeres). En definitiva, una película que abre un debate muy interesante y remueve conciencias, a pesar de que no sea algo nuevo.

 

 

La pequeña Venecia (Shun-Li y el poeta), Italia, 2011.

Director: Andrea Segre.

Shun-Li es una inmigrante china que, gracias a la mafia, consigue emigrar a Italia y trabajar en una fábrica textil de Roma. Tiempo después, la mafia la traslada a Bioggia, un pueblecito pesquero, y la ponen a trabajar en un bar que ellos regentan. Allí conoce a Bepi, un pescador que es cliente habitual del bar y lo apodan como «El Poeta». Entre ambos surge una amistad muy especial que les sirve de escapada a su soledad y compartir impresiones sobre sus vida, culturas y puntos de vista. Sin embargo, esta amistad no cuenta con el beneplácito de la mafia que la «posee», ni de la gente autóctona del pueblo.

El cine italiano es una industria que lleva en decadencia ya muchos años. Atrás quedó la gloriosa etapa de Federico Fellini, Antonioni, Rossellini o De Sica, que supieron crear y consolidar un estilo de autor muy propio, íntimo, personal y de denuncia social con el Neorrealismo Italiano. Son autores que consiguieron levantar, cinematográficamente hablando, la Italia de la posguerra (y después en los años 50) con películas tan memorables como «El ladrón de bicicletas», «Roma, ciudad abierta», «La Strada» o «La tierra tiembla». Hoy día la mayoría de películas que nos llegan de este país son bastante flojas, pesadas y generan poco interés, salvo excepciones. De todas maneras, «La pequeña Venecia» es una película hermosa a su bienintencionada manera, nos enseña que las fronteras no son sólo materiales, sino sociales: no se concibe o se ve bien una historia de amistad o amor entre dos personas de distintas etnias, es algo extraño, considerada incluso como una aberración, algo que da lugar a una especie de «apartheid» en el mismo pueblo.

 

 

Martín (Hache), Coproducción Argentina – España, 1997

Director: Adolfo Aristarain

‘Eso de extrañar, la nostalgia y todo eso, es un verso. No se extraña un país, se extraña el barrio en todo caso, pero también lo extrañás si te mudás a diez cuadras. El que se siente patriota, el que cree que pertenece a un país, es un tarado mental. ¡La patria es un invento! ¿Qué tengo que ver yo con un tucumano o con un salteño? Son tan ajenos a mí como un catalán o un portugués. Una estadística, un número sin cara. Uno se siente parte de muy poca gente; tu país son tus amigos, y eso sí se extraña, pero se pasa.’ – Martín Echenique

Este pesimista director de cine argentino, Martín, está más que asentado en Madrid mientras que Hache, su hijo de 19 años vive en Buenos Aires con su madre. Todo cambia cuando Hache, un chico sin futuro y sin intereses, está a punto de morir debido a una sobredosis. En este momento Martín trata de hacerse responsable, tomar las riendas y llevárselo a España junto a él. Lo interesante vendrá cuando Hache conozca a Dante y Alicia, las dos personas más relevantes en la vida de su padre. La relación entre todos ellos, de eso va esta película.

Imposible pasar por alto como Aristarain, nos regala este film con tres genios de la actuación como son Eusebio Poncela, Cecilia Roth y Federico Luppi. Tres grandes y un jovencísimo Juan Diego Botto, que no lo hace nada mal. Todos ellos nos ofrecen un conjunto de réplicas, gestos, miradas teatrales pocas veces vistos en la gran pantalla.

Acompañamos a estos peculiares personajes a través de sus pasiones y sus dudas, un espacio en el que la ficción parece haberse desvanecido. Esto se debe en gran parte al magnífico guión, como pocos he visto, de la gran Kathy Saavedra (habitual del director), diálogos impresionantes que divagan acerca de la realidad sin tabúes y  sin límites.

Cine verbal, sí, pero no por ello estático. Una de mis favoritas.

 

 

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