No habrá fronteras que no pueda cruzar

Una Frida nos cuenta la historia de su vida llena de choques culturales e incomprensiones.


Ilustración: Qam


Nací en un barrio popular de los suburbios de París, en una familia de inmigrantes obreros. Durante la adolescencia, las actividades que tenía con mis amigas se reducían a pasear por el perímetro bien delimitado de nuestro barrio y a reunirnos en nuestras casas para ver películas alquiladas, mientras comíamos pizzas o hamburguesas compradas en los restaurantes fast food. Mi familia no me dejaba salir con ellas para hacer algo diferente a esto.

A pesar de vivir en un barrio en el que la mayor parte de la gente también tiene orígenes extranjeros, yo era la única de mis amigas cuyos orígenes étnicos influenciaban su vida diaria: les parecía divertido escucharme hablar un idioma extranjero, y el lado estricto de mi madre y protector de mi hermano les hacía pensar que vivía en un campo de concentración en el que me castigaban a latigazos si no obedecía (no era así, obviamente). Entonces, además de tener ya dificultades para conciliar en mi cerebro dos culturas diametralmente opuestas (la cultura conservadora de mis padres y la cultura libertaria del país en el que nací), me sentí agobiada por mis amigas que no entendían “cómo podía vivir así”. Por mucho que les explicase que amaba a mi familia y que estaba feliz, ellas no se dejaron convencer.

Además de esto, yo era la única de mis amigas que vivía en el proyecto de viviendas de mi barrio y eso hacía que recibiera aún más comentarios llenos de estereotipos. Recuerdo que un día, al ver a mi hermano, una de mis amigas dijo: “qué interesante, tu hermano no parece ser tan chusma”. Porque, obviamente, no se puede vivir en un edificio como el mío sin volverse delincuente. Fronteras sociales hay muchas, incluso en el corazón mismo de nuestros barrios, y según las características que tengan los edificios, la gente te puede dividir entre “pobre” y “no tan pobre”.

Esta historia de choques socio-culturales fue intensificándose. Desde que empecé la escuela, siempre fui una de las mejores alumnas. Por eso, al final del colegio, me orientaron para ir a un liceo general donde pudiera estudiar para ir a la universidad. El liceo era muy diferente de mi colegio: los apellidos extranjeros se sustituyeron por apellidos franceses y incluidos apellidos aristocráticos; y yo, en medio de todo eso, me sentí extraterrestre.

También empecé a entender el significado de “diversidad”: si antes me parecía normal compartir clases con personas cuyas familias provenían de muchos países distintos, en el liceo entendí que esto era una particularidad de mi barrio y no una normalidad. Ahí fue donde empecé a aislarme y deprimirme, pues no podía entender a estos nuevos grupos con los que me tenía que relacionar. Ahora cuando miro hacia el pasado, entiendo que, de hecho, la situación no fue difícil porque me discriminaran, sino porque esta vez, yo era quien tenía demasiados prejuicios: la gente con tanto dinero sólo era superficial y no podía ser interesante. Me doy cuenta de que fue un error aislarme y reproducir los comportamientos llenos de prejuicios que tanto odiaba.

A día de hoy, aunque trate de ser un ejemplo a través del cual la gente abandone sus prejuicios sobre los suburbios de París, sigo atrayendo bastantes comentarios estereotipados que me fastidian. Comentarios sobre mi acento, las expresiones que uso, mi falta de cultura en temas que “deberían ser conocidos por todos los franceses” ,mis orígenes orientales y populares, etc.

Sin embargo, lo que antes me daba vergüenza hoy se ha convertido en un orgullo mayor :si hoy en día no sé a dónde voy, al menos sé de dónde vengo y también sé que a pesar de las fronteras que se presenten en los caminos que decida recorrer, nada ni nadie me podrá parar. Voy llegando a donde quiero llegar, a pesar de que estos lugares no suelan estar reservados para personas como yo; me doy cuenta de que esta diferencia es mi fuerza, mi pilar, mi orgullo. Tomo control de la dirección de mi vida y trabajo duro para que vaya rumbo a mis sueños; cada día trato de darle a las páginas del libro de mi vida un desenlace que satisfaga a la lectora que seré mañana.

Anaïs (25), suburbios de París (Francia).
https://twitter.com/anitsa35

 

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