Utopías y distopías

Este mes Mónica reflexiona sobre los (des)equilibrios pasados, presentes y futuros de las utopías y distopías.


Utopías y distopías: (des)equilibrios pasados, presentes y futuros
Ilustración: Mitucami Mituca


Utopía. Cuando pensamos en algo utópico siempre se nos viene a la cabeza algún proyecto irrealizable, ilusorio, fantasioso, demasiado bonito para ser verdad, que nunca jamás veremos con nuestros propios ojos. Las utopías literarias son relatos de sociedades equilibradas: toda la estructura material y social está pensada para que no se den desajustes que causen desigualdades y miserias.

El término «utopía» fue acuñado por Thomas More en su popular obra del mismo nombre. En este texto, en el que presenta una sociedad ideal, More ya da cuenta del doble significado que pretendía darle al término, derivado del origen dual del prefijo «u-«. Por un lado, utopía viene de «eu-«, feliz y de «-topos», lugar. Así pues, una utopía es un lugar feliz, un sitio en el que se plantea una organización social que asegura que las personas que lo habitan sean felices. Por otro lado, otra etimología nos propone que utopía significa no-lugar, si consideramos que el prefijo proviene de la raíz griega «ou-«, no. Un no-lugar. Un lugar que no está en ninguna parte, que no existe, que no se da. Pero, ¿no existe ahora o no puede existir nunca?

Esta pregunta queda abierta. Sea cual sea la respuesta, la utopía tiene un efecto indudable en nuestro pensamiento sobre el pasado, el presente y el futuro. Al presentarnos una sociedad ideal, tiene el singular efecto de hacernos reflexionar sobre el estado de la sociedad, tanto en el momento en el que se escribió la obra, como en nuestro presente. Que Thomas More, Tommaso Campanella, Francis Bacon, Monique Wittig o Ursula K. Le Guin sintieran la necesidad de describir un mundo ideal en el que las instituciones fueran radicalmente diferentes a las de su tiempo significa que tenían un espíritu crítico con su tiempo. La utopía nos sirve así de imagen especular: las instituciones socioculturales y políticas de su tiempo palidecen cuando se las contrasta con las de sus utopías. A través de las utopías podemos tener una perspectiva crítica de la historia de Occidente.

Además, independientemente del momento histórico en el que se escribiera una utopía, sirve como imagen especular de nuestro propio tiempo. Pensamos en esas instituciones equilibradas y perfectas y, al compararlas con nuestra realidad, podemos señalar los desajustes en los que vivimos. La utopía nos ayuda a tener también un espíritu crítico con nuestro entorno sociopolítico.

Lewis Mumford, en Historia de las Utopías, clasifica las utopías en dos tipos: utopías de escape y utopías de reconstrucción. Las utopías de escape son, como su propio nombre indica, las utopías que sirven para escapar de una realidad gris y desequilibrada; son fantasías de un mundo mejor que nos alejan de lo real. Sirva como ejemplo el Reino de los Cielos prometido por el cristianismo. Las utopías de reconstrucción, por el contrario, son proyectos de reconfiguración de la realidad. Tienen la virtud de pensar la sociedad de manera holística, como un todo: tratan de encontrar el equilibrio perfecto entre las condiciones materiales (los recursos naturales, el medio) y las relaciones sociopolíticas (instituciones políticas, educación, urbanismo, trabajo, etc.). El equilibrio es la clave: si la armonía rige las relaciones sociales, culturales, políticas y materiales con el medio y entre las personas, se vivirá en una sociedad feliz.

Mumford hace hincapié en que ésta es una de las enseñanzas más valiosas de las utopías: la reflexión sobre la necesidad de la búsqueda de un equilibrio entre todos los aspectos de una sociedad. Como consecuencia, también se hace necesaria una reflexión crítica sobre la armonía (o ausencia de la misma) de nuestro contexto actual. Que vivimos en sociedades con amplios desequilibrios en lo que se refiere a gestión de los recursos, reparto de las riquezas, relaciones sociales, etc., es más que evidente. No por ser un tema obvio ha de ser obviado: más que nunca se hace necesario un análisis profundo de los desequilibrios de nuestras sociedades.

La reflexión crítica sobre ciertos desequilibrios de nuestras sociedades occidentales ha llevado a la creación literaria de las distopías (“dis-”, malo + “-topos”, lugar = lugar malo). El término fue acuñado por John Stuart Mill para designar lugares malos, lugares en los que nadie desearía vivir. Stuart Mill utilizaba también el término “cacotopía” (“kakós-”, defectuoso), que fue acuñado por Jeremy Bentham; sin embargo, acabó popularizándose el uso de distopía. Las distopías se han hecho populares en el siglo XX con obras como Un mundo feliz de Aldous Huxley o 1984 de George Orwell, aunque he de deciros que ambas recogen notables influencias de un texto menos conocido y que os recomiendo leer encarecidamente: Nosotros, de Evgeni Zamiatin. Las distopías presentan sociedades sumamente desequilibradas en las que la vida se hace prácticamente insoportable. Lo terrorífico de estos relatos es su estremecedora cercanía: son relatos de ficción, pero recogen aspectos de nuestras sociedades actuales que podemos reconocer fácilmente. De esta manera, actúan como una advertencia: “esto ocurrirá si dejáis que los desequilibrios de vuestras sociedades sigan adelante y se exacerben”.

Por tanto, también las utopías y las distopías son una invitación a pensar en un futuro mejor. Nos proponen reflexionar críticamente sobre nuestro presente para proponer proyectos de futuro en los que no se repitan los desequilibrios actuales y en los que una perspectiva holística impere a la hora de lanzar propuestas de reconstrucción socio-cultural. En nuestra mano está hacer que las utopías sean no-lugares ahora, o no-lugares nunca.

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