Cuando el turismo deja de ser responsable y nuestro impacto en las distintas comunidades y regiones que visitamos pasa a ser negativo, nos llenamos de culpa. La culpa de ser turista, un caso extraño.
Muches de les que viajamos, andamos por ahí en busca de experiencias que nos resulten novedosas. Buscamos un estilo de viaje que se aleje del concepto de vacación tradicional (mar y playa) y se acerque un poco más a rutas intransitadas, a lo desconocido. Priorizando lo exótico en los destinos y en las culturas. Por eso, cada vez es más común conocer a alguien que haya viajado a Asia o África, a países de Europa del este o a rincones remotos de América. Porque en esa búsqueda por descubrir se opta por lugares que sean más auténticos, que le permitan a une sentir la experiencia de descubrir un nuevo mundo.
Pero cada vez que les nueves viajeres se arrojan al mundo, deberían recapacitar un instante sobre los perjuicios que sus actitudes pueden traer en las culturas que visitan. O al menos, eso pensamos cada vez que nos encontramos ante esas incómodas y desproporcionadas escenas que, en el fondo, hablan de cierto abuso de poder.
Fue en Vang Vieng (Laos) donde vimos a una pareja extranjera parada sobre un parlante, con un micrófono en mano anunciando un 2×1 en cerveza. Les dos estaban en traje de baño, ella en bikini y él con el torso desnudo. La escena parecía sacada de una película yanqui, pero no. Sucedía en Laos. A su alrededor se aglomeraban unos señores laosianos que no salían de su asombro. A la pareja parecía no importales mucho, tampoco los carteles que aclaran la prohibición de pasear en traje de baño.
Recién ahí empezamos a sospechar a de que quizá no le hacíamos tan bien a los lugares por más que invirtiéramos nuestros dólares en la economía local. Terminamos de confirmar esta idea en Mao Hong Son, en Tailandia.
Allí habita la etnia Karen, la cual fue perseguida en Myanmar por su “anticuada” costumbre de colocar anillos de bronce en el cuello de sus mujeres. Les tailandeses les recibieron, les dieron casa e incluso construyeron escuelas, pero a cambio hicieron de su costumbre de los anillos un espectáculo turístico más dentro de su país. Para poder visitarlas hay que pagar una entrada, donde una gran parte va para el estado tailandés. Además, por la foto, hay que pagar aparte. La gente va, escucha su historia, se saca una foto y la sube a Facebook, como si todo esto formara parte de un zoológico humano.
Terminamos de indignarnos de nuestra condición de turistas irresponsables en las Islas Andamán. Las remotas Islas Andamán pertenecen a India, pese a estar más cerca de Tailandia o Myanmar. Muchas familias refugiadas fueron traídas desde distintas regiones de India para poblar las islas luego de la caída de la colonia inglesa. A la par, la población autóctona fue desapareciendo. El intercambio con nuevos habitantes llenó la isla de enfermedades, se les utilizó como mano de obra barata y se les exportó al continente en un intento de integración. Todo fue fallido y ahora la población autóctona está en peligro de extinción, también sus lenguas y dialectos. Actualmente, la población local se encuentra en áreas restringidas a las cuales les turistas (sean extranjeres o indies) tenemos prohibido el acceso.
Tal es así, que hay un grupo que vive en una isla que lucha por evitar cualquier contacto con otras civilizaciones. Los barcos, helicópteros y aviones que se acercan son reprendidos con piedrazos. No parece una idea desacertada. Hace unos años circuló un video donde unes turistas les dieron unas bananas a otro grupo de autóctonos para que bailaran para elles.
Les turistas solemos arruinar todo lo que encontramos a nuestro paso. Ensuciamos, nos creemos superiores, alteramos, aunque no sea nuestra intención, el entorno que nos recibe.
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Celebramos que cada une decida cómo hacer su viaje, cómo pasar sus días y de qué forma buscar lo que desea. Pero debemos apostar por un turismo responsable. Un turismo invisible, que pase desapercibido con el paisaje. Que intente camuflarse. Que intente respetar.
Pero parecería que el ego pesa más y privilegiamos nuestras experiencias a pesar de la coyuntura que nos rodea, así somos. Llegamos a los lugares, los destrozamos y nos vamos. Mañana vendrá algún otre que se indigne y escriba también sobre esto. También se va a ir. Y así va a seguir la historia. A veces siento culpa de ser turista.
1 Comentario
En el afán de la soledad sistemática que me perseguí, nunca pensé encontrarme con un artículo que, mal o bien, se acerque a mi sentimiento. Sufro ser turista, y las veces que lo vivencié intenté diversos modos de acercamiento respetuoso aunque estoy casi segura que es imposible. Sería interesante teorizar sobre esto … sobre la pertinencia y el simbolismo del turismo, sus consecuencias sociales (al margen de individuales y económicas); y claro, no significa no viajar, no realizar intercambios laborales o de capacitación, significa no turistear. Significa pensar y atravesar nuevos modos de viaje. Gracias, hoy me siento más comprendida.