¿Por qué una madre embarazada, feminista hasta la médula, siente alivio cuando le revelan que el bebé que espera será varón? Ella misma nos lo explica.
Era la semana 20 de mi primer embarazo y como muchas otras madres estaba ansiosa por saber el sexo de mi bebé. Ya de por sí esta curiosidad me despertaba cierta incomodidad y ambivalencia pues en mi cabeza estaba siendo incongruente conmigo misma. Cómo podía ser que YO, una feminista que cree que debemos estar por encima de la identidad de género, estuviese tan interesada en descubrir el sexo de mi bebé…
Cuando me enteré que estaba embarazada pensamos que sería bonito no averiguar el sexo hasta el día del parto. Pensábamos… pero lo cierto fue que considerando toda la incertidumbre que viene junto con el embarazo quisimos saber y conocer la mayor cantidad de detalles sobre la persona que estábamos gestando. Y tal fue así que el día de la ecografía morfológica llegó y decidimos enterarnos y responder al famoso interrogante binario por excelencia: “¿nene o nena?”. En ese entonces, sumergida en el mar de mil preguntas sobre el devenir de mi vida y sobre cómo iría a encarar el rol de madre, necesitaba certezas. Y aun así, en algún lugar dentro de mí me preguntaba por qué era tan importante averiguar el sexo biológico del bebé. Y no fue hasta que nos enteramos que entendí la razón de mi ansiedad.
«¡¡Es varón!!», reclamó el ecógrafo. En seguida me recorrió una felicidad inexplicable y junto con eso una sensación de alivio que a pesar de relajarme me inquietó: ¿por qué yo, que proclamo la igualdad de género me pongo tan feliz al enterarme que voy a tener un hijo? Esa tarde me fui contenta a casa. La sensación de alivio recorría mi mente y con ella la pregunta o casi vergüenza y culpa de sentirme así: ¿sería acaso un dejo de machismo en mí? ¿quizá se debiese al hecho de que crecí con varones? Al fin de cuentas tengo tres hermanos, siempre tuve más amigos que amigas y es lo que más conozco. Ninguna de esas explicaciones o respuestas parecían hacer eco en mí. Había algo más…
Esa noche después de darle la gran noticia a mi entorno la pregunta acerca del alivio seguía en pie. ¿A caso no sería igual de emocionante criar a una niña? Y entonces entendí que no. Que criar, cuidar y proteger a una hija no es lo mismo. Pensé en mi niñez y en mi adolescencia. Me acordé del miedo que me acompaña hasta hoy. Me acordé de las mil y un historias con las cuales me crie. Con las miles y miles de historias de abuso, acoso, violaciones, femicidios y amenazas latentes con las cuales las mujeres deambulamos por el mundo.
Me acordé del relato de mi mamá, que cuando tenía 9 años un tipo la quiso violar y por vergüenza y culpa lo mantuvo en silencio. Me acordé de mi abuela, quien me contó que su primo la tocó pero no dijo nada porque nadie le hubiera creído. Me acordé de María Soledad Morales, víctima de los hijos del poder. Me acordé de Natalia Melmann, quien fue violada por dos policías. Me acordé de mi amiga de la primaria que llegó llorando a la escuela porque un viejo la perseguía y decía cosas desde un auto. Me acordé de mis amigas del secundario que llegaron corriendo a clases porque un tipo se había masturbado delante de ellas. Me acordé de esa chica un año más grande que fue violada por el taxista. De la sobrina de la amiga de mi mamá a quien violaron en las vías del tren. De mi prima que a sus 12 años un tipo le tocó las tetas en el bus. De mi amiga que se fue en la mitad de la noche de la casa de un conocido porque éste se le tiró encima. Del pelotudo que no para aunque le digas que NO. Del chico que te volvía loca de amor pero si no “entregabas” eras una histérica así que te chantajeaba emocionalmente para su propia satisfacción. De la mujer embarazada y enferma de cáncer a la que no le permiten seguir su tratamiento ni la dejan abortar y muere dejando un hijito huérfano. Me acordé de que aún estamos buscando a Marita Verón, víctima de la trata de personas. De las turistas francesas Houria Moumni y Cassandre Bouvier, violadas y asesinadas en Salta. Me acordé de María Ángeles Rawson, a quien tiraron a la basura. De las veces que me dijeron cosas obscenas por la calle. De la cantidad de veces que tuve que cruzar de vereda. De las miradas vejatorias. De la vez que casi me violan pero salí ilesa y aún pienso que fue un milagro. Del miedo, del miedo, de ese miedo constante y omnipresente. Y de las infinitas preguntas sobre seguridad: a qué hora vas, cuándo volvés, quién te acompaña, qué me pongo, no te tomes taxi de la calle, no vayas sola, dónde queda, cómo vas a ir y más y más y etc.
Me acordé del embarazo no deseado. De los abortos clandestinos seguros, o no. De la desventaja salarial. Del desprecio por el trabajo doméstico que aún recae mayormente en las mujeres. De la cosificación del cuerpo mujer. Del tabú sobre la menstruación. De la violencia obstétrica. Y de la marginalización de la mujer en todo su esplendor.
Y sin victimizar a las mujeres o sacarnos la capacidad de agencia sobre nuestras vidas, comprendí que si bien criar a una niña puede ser angustiante, criar a un niño y que no reproduzca esta patología social y misógina será todo un desafío…
Magda Goldin (Argentina)
https://www.facebook.com/ine.magda
4 Comentarios
Frente a tanta barvaridad…. la respuesta es entonces tener un niño?
….
Tu conclusión no deriva del articulo. Es un relato subjetivo, de una experiencia personal. Tiene un gran valor y devela estructuras internas de la maternidad que muchas no se atreven a compartir. Enhorabuena por eso a la autora.
En que momento se llegó a esa conclusión?
Que triste escuchar estas cosas, siempre me choca mucho y mas de boca de feministas. Es como dar la lucha por perdida, seguir marcando diferencias, privilegiando lo masculino. Criar hijos independientes, concientes, responsables, de mente clara y libres de machismo es un desafio sea cual sea el sexo, y la angustia y el miedo tampoco saben de genero.