Sí, me caso. No, no estoy nerviosa.

Se supone que una futura novia estará histérica, de los nervios, atacada… Pero estos estereotipos de género no siempre se cumplen.


Ilustración: Qam


En agosto hará dos años que mi chico y yo nos casamos en Las Vegas. Fue algo no muy premeditado y especial para nosotros; pero allí estábamos solos. Por eso nos hacía ilusión casarnos legalmente en España con la compañía de nuestra familia y amigxs.

Pero, ¡ay! No todo iba a resultar tan sencillo como en Nevada. Allí visitamos un par de capillas (y fueron dos porque la primera era carísima de la muerte y fuimos a buscar otra), nos presentamos en el ayuntamiento para rellenar unos impresos y pagar las tasas, nos arreglamos un poco, volvimos a la capilla et voilà! Estábamos casados por el poder que el Estado de Nevada le había otorgado a la reverenda Rachel Santiago. Ya os aviso que organizar una boda a este lado del charco no va a resultar tan sencillo.

Para empezar tuvimos que decidir en qué parte de España haríamos la boda, ya que yo soy de Madrid pero mi chico es de Donosti. Los paisajes del País Vasco ganaban por goleada, así que decidimos que será en un pueblo llamado Hernani por motivos familiares y sentimentales: el padre de mi pareja es de allí y la casualidad hizo que mis abuelos maternos (madrileño y palentina respectivamente) se conocieran en el baile de Hernani.  Si a eso le sumamos que uno de los mejores amigos de mi chico es concejal en ese ayuntamiento y que nos puede casar, la opción estaba bastante clara. Bueno, primera prueba superada; elegir el lugar fue más fácil de lo que parecía y además iba a ser un sitio muy especial.

Después empezamos a mirar restaurantes. Primero empiezas pensando en que quieres un sitio bonito, elegante y en el que se coma bien. Cuando descubres los precios de los sitios que cumplen estos tres requisitos, decides que es suficiente con que sea bonito y  que se coma bien. Tras descubrir, al borde de la risa histérica, los precios de estos lugares, decides que lo importante es comer bien y que ya comprarás unas cuantas guirnaldas y flores para hacer que el sitio elegido sea más o menos bonito. Hemos podido comprobar que cuando los restaurantes se dedican a bodas, aumentan sus precios en un 300% mientras que los menús no lo valen. Finalmente nos hemos decantado por un restaurante normal que está en el monte. Y vamos a comer de rechupete.

Aún nos queda más de un año para la fecha elegida, pero mucha gente alucina cuando les digo que no he empezado a probarme vestidos. Por favor, ¡que queda mucho tiempo! Si ya me cuesta ir de compras y sólo lo hago cuando necesito algo en concreto, es evidente que no tengo intención de andar probándome 20.000 vestidos de novia. Ni tampoco quiero dejarme un pastizal (cuando vi los precios de algunos vestidos me sentía entre alucinada e indignada… ¡Si no lo voy a llevar puesto ni un día entero!). Vamos a hacer una boda sencilla en un restaurante sencillo y en el monte; por lo tanto quiero algo sencillo y con un toque campestre. No pienso llevar ni tacones. Y a quien no le guste, mala suerte.

Otra cosa que tenemos en mente es hacer todo lo que podamos entre mi chico y yo; ocuparnos de detalles como la decoración, la música, las flores, el ramo, las invitaciones o los regalos de las personas que asistan a la boda. Queremos que sea una celebración nuestra y que no sea como la gran mayoría de las bodas. La sensación que queremos que le quede a la gente es que sientan que han estado en la boda de Elo y Javi. Seguramente sea un trabajo importante, pero cuando llegue ese día y todxs disfrutemos, no tendrá precio.

No soy una novia al uso y mi chico tampoco es un novio al uso. Yo nunca soñaba con vestirme de blanco ni con tener una boda de ensueño, no vivo pensando en mi boda ni estoy atacada de los nervios como manda el famoso estereotipo patriarcal. Simplemente quiero que sea un día para celebrar junto a nuestra gente lo mucho que nos queremos. Me parece absurdo hacer un derroche de dinero en cosas materiales cuando sé que lo que recordaré de ese día serán las lágrimas de algún familiar, las risas con nuestros amigxs y lo guapo que estaba mi novio. Y si tenemos que invertir más dinero en algo, será en nuestro viaje de novios, porque también será una experiencia a recordar.

Espero poder escribir otro artículo dentro de un año y pico diciéndoos que tuvimos una boda sencilla, en la que lo pasamos genial, que nos hartamos a comer y reír y que nuestra luna de miel nos hizo aprender y descubrir maravillosos rincones del mundo. Y seguro que lo más valioso entonces será esa foto en la que salgo abrazada a mi madre, esa melodía que bailamos como recién casados o ese discurso que dieron nuestros amigxs. Porque todo lo material, se habrá esfumado. Quedémonos con los sentimientos.

 

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