Denuncia, mujer

Los mensajes institucionales nos instan a denunciar al primer signo de violencia machista, pero después nos ningunean y nos dejan expuestas al maltratador. Una Frida denuncia su experiencia de violencia institucional.


Ilustración: Mitucami Mituca


Escribo estas líneas porque siento la necesidad de denunciar la esperpéntica experiencia vivida estos días cuando acompañaba a una amiga a poner una denuncia por una agresión por violencia de género ante la policía y juzgados de Móstoles.

Llegamos a comisaría a las 22:30 horas. Una vez allí, mi amiga comunicó brevemente el motivo a los policías que se encontraban en la garita de control. Tras entregar su DNI, nos indicaron que esperáramos en una sala para poner la denuncia. El ambiente estaba muy cargado, mezcla de un intenso calor con un olor nauseabundo, lo cual provocaba una incomodidad inmediata al entrar a este lugar. Las opciones por tanto se reducían a pasar frío a la intemperie o soportar esa atmosfera tan cargada. En este lugar nos mantuvieron esperando durante horas. Resultaba un ambiente totalmente hostil para cualquiera, pero especialmente para una persona que acababa de sufrir una agresión por parte de su ex-pareja y que llegaba en un estado de absoluta vulnerabilidad.

Asimismo, durante todas esas horas que nos mantuvieron esperando, no teníamos ni siquiera acceso a un dispensador de agua, lo cual en realidad podía ser una suerte teniendo en cuenta que los baños estaban estropeados (o eso nos dijeron) cuando preguntamos dónde estaban. Tras varias horas de espera en estas condiciones, sentadas en unas incomodas sillas que nos destrozaban la espalda, llegó por fin el momento de que mi amiga pudo entrar a interponer la denuncia. Al mismo tiempo que ella, lo hacía otra mujer, también por violencia de género, que llevaba incluso más tiempo que nosotras esperando. A las personas que esperábamos nos dijeron que sería un proceso lento, pues se trataba de un tema delicado. En ese momento, ese comentario nos tranquilizó en cierta medida, pues nos hizo pensar erróneamente que tratarían el tema con la sensibilidad y el respeto que merece. Sin embargo, unos cuarenta minutos después comprendimos lo equivocadas que estábamos.

La primera en salir fue la otra mujer que había estado esperando. Deshaciéndose en lágrimas, nos contó cómo la policía la disuadió de interponer la denuncia en ese momento, y que sería mejor volver al día siguiente cuando estuviera la Unidad de Víctimas de Violencia de Género. Ante esta situación solo se me ocurre que se deberían hacer una campaña, de esas que tanto les gustan a las instituciones, para instar a los maltratadores a que solo maltraten en horas de oficina, pues deben entender que hacerlo después de tal horario es un engorro para los policías, que deben tomar declaración a las mujeres, careciendo de la debida formación. De lo contrario se lleva a error a las mujeres, que piensan que van a ser atendidas con la debida diligencia independientemente del horario en el que acudan a pedir ayuda.

Sobre las tres de la mañana, y siendo mi amiga la única persona que quedaba prestando declaración en dependencias policiales, acudió otra mujer con un parte de lesiones, a la cual ni siquiera se le hizo pasar a la sala de espera de denuncias, pues ya fue despachada por los policías del control, diciéndole que iban a tardar de tres a cuatro horas en atenderla y que lo mejor sería que se marchara para casa y volviera en otro momento. Mientras escribo estas líneas me viene a la cabeza la mujer asesinada en Canarias por su ex-pareja el día anterior a estos hechos, y que cuatro horas antes, a las seis de la mañana, había acudido a un cuartel de la Guardia Civil, del cual se marchó sin interponer la denuncia por violencia de género. Se me ocurre pensar si también a ella le dijeron que mejor volviera en otro momento, entendiendo estos que si alguien acude a las tres o a las seis de la mañana a una comisaría o cuartel de la Guardia Civil lo hace por otro motivo distinto que no sea un sentimiento de miedo o urgencia. Pero ya nunca sabremos lo sucedido, pues unas horas después la silenciaron para siempre.

A las tres y media de la mañana salía mi amiga de las dependencias policiales, desmoronándose mientras nos relataba cómo la agente de policía que le tomó declaración, en una actitud totalmente hostil, le preguntó por qué temblaba y estaba tan mal si, total, no la habían golpeado, pues “solamente” la habían insultado. Para esta agente, no es normal sentir miedo ante una persona ya condenada por maltratarte, no es normal sentir miedo ante los insultos de un sujeto que anteriormente te ha propinado palizas y tampoco es normal sentir miedo ante un ser que amenaza de muerte, a ti y a tus hijos. ¡Si es que ya se sabe, las mujeres somos unas histéricas! Vemos prácticamente todas las semanas cómo hombres asesinan a sus parejas y exparejas, pero por lo visto para la policía sentir miedo ante una amenaza de muerte en un contexto de violencia de género está totalmente injustificado. Asimismo, resulta paradójico que cuando la policía hace una valoración del riesgo potencial de este sujeto el resultado sea que presenta un riesgo medio para la sociedad, pues había cometido algunos robos, y tan sólo un riesgo leve para mi amiga, a quien había dado palizas y amenazado de muerte. Siempre he tenido claro que este sistema cosifica a las mujeres y nos trata como si fuéramos objetos, pero francamente esperaba que al menos se nos considerara igual de “valiosas” que un móvil.

Ojalá pudiera acabar aquí el relato de violencia institucional al que fue sometida mi amiga, ojalá pudiera achacar esta falta de empatía y sensibilidad ante hechos tan graves a que el personal que la atendió no estaba cualificado para hacerlo. Esperaba que este maltrato nunca tendría lugar en los órganos creados supuestamente con el objetivo de tratar de una forma adecuada estos temas. Desgraciadamente, la realidad es muy distinta. Pues, nuevamente, esta vez en el llamado Juzgado de Violencia sobre la Mujer, órgano supuestamente especializado en violencia de género, volvimos a sufrir la violencia institucional a la que se ven sometidas las mujeres cuando toman la decisión de denunciar a quienes las maltratan.

Dos días después, mi amiga fue citada a comparecer en el juzgado a fin de que el mismo resolviera sobre la denuncia interpuesta y la orden de protección solicitada. En el juzgado nos tocó esperar en una pequeña sala que no llegaba a 2×2 m, fría, deprimente, con asientos incómodos, denominada “sala de víctimas”. Nos quedamos allí encerradas durante horas mientras el maltratador campaba libremente por el juzgado, llegando incluso a proferir amenazas contra otras amigas que habían ido a acompañarnos. Tras horas de espera, sobre la una y media de la tarde, se le comunica a mi amiga que ese día no van a resolver sobre la orden de protección solicitada, puesto que la abogada del maltratador no aparecía, y el juzgado cerraba a las 14.30 por lo que no se iban a quedar esperando. Con estupefacción ante esta situación, no nos queda otro remedio que irnos y volver al día siguiente.

A las diez de la mañana del día siguiente, volvemos a esa fría sala, a esperar que pasen las horas hasta que las autoridades se decidan a hacer algo por la dura situación que atraviesa mi amiga. Llevábamos más de una hora esperando cuando la llaman. Al salir nos cuenta que ni siquiera prestó declaración ante la jueza (debía estar muy ocupada) sino que lo hizo delante de una funcionaria, que aún por encima cuando ella intentaba explicar su situación, su miedo, su angustia, con bastante impaciencia le decía que no se “enrollara” y que contestara solo a lo que se le preguntaba. Un tiempo después, la jueza le tomó declaración al maltratador, parece que para escucharle a él sí que estaba disponible.

Tras esto, la jueza decide archivar el procedimiento y dejar a mi amiga totalmente desprotegida. Esta jueza que ni siquiera se molestó en ver personalmente a mi amiga con el fin de tener una percepción directa de su estado psicológico. Basándose simplemente en la lectura de la declaración de la víctima consideró que ambas partes, agresor y agredida, tenían la misma credibilidad. Al tiempo que se niega a escuchar a las personas que recibimos la llamada de auxilio de mi amiga cuando estaba siendo agredida y acudimos rápidamente al lugar de los hechos. Igualmente se niega a escuchar a los hijos de mi amiga que estaban con ella en el momento de la agresión. Para esta jueza, que un maltratador que ya ha sido condenado anteriormente niegue que ha agredido tiene la misma credibilidad que su víctima y sus amigas que salen corriendo en su auxilio. Parece pensar esta jueza que las mujeres nos ponemos histéricas y como locas ante unas “insignificantes” amenazas de muerte. Parece, a la vista de este comportamiento por parte de las autoridades, que no vivimos en un estado en el que cada semana sale en los medios de comunicación que “otra” mujer ha sido asesinada por su pareja o expareja, entre ellas mujeres asesinadas porque las autoridades tampoco veían riesgo suficiente para conceder una orden de protección. Al conceder la misma credibilidad al agresor y a la agredida, deben pensar estos jueces y juezas que los agresores realizan sus fechorías en público, que no buscan precisamente la vulnerabilidad de la víctima cuando se encuentra sola. Por eso, en la gran mayoría de los casos de violencia machista no hay testigos directos de estos hechos.

Mientras vivíamos esta kafkiana situación, no podía dejar de ver el cartel colocado en la puerta del juzgado, donde se podía leer “DI NO, AL PRIMER SIGNO. DENUNCIA, MUJER”.  Sentía que ese cartel se estaba riendo de nosotras, así como todas las campañas del 25 de noviembre (Día Internacional contra la Violencia de Género), todos los minutos de silencio, todas las declaraciones institucionales que dicen estar en contra de la violencia de género… Y les pregunto ¿qué entienden por primer signo? ¿La primera paliza? Porque si voy y denuncio insultos, vejaciones, amenazas, etc. producidas, como es lo habitual, en la intimidad y que no dejan secuelas en mi cuerpo físico me van a decir que mi credibilidad está al mismo nivel de mi agresor, entonces ¿para qué nos instan a denunciar? ¿Ya no basta con lo que nos hacen los maltratadores para seguir siendo maltratadas institucionalmente?

Yolanda G.

3 Comentarios

  1. Y a todos estos incompetentes se llevani dinero?Estamos locos o que es lo que está pasando?

  2. Me parece realmente indignante!! Estas situaciones te llenan de impotencia. Por casos así las mujeres no denuncian siempre, porque se ven ninguneadas y porque se pone en duda su vivencia. Y qué más da si se trata de un golpe, un empujón o amenazas diarias?? Cualquier acción debería ser alertante y denunciarse sin miedo a ser infravalorada.

    Ellos cierran expediente, lo archivan en el cajón y se olvidan del tema. Olvidan que las personas que viven esta situación y esta respuesta insitucional tienen que seguir adelante llenas de miedo, en constante alerta e inseguridad. Y mientras, los acusados caminan tranquilamente amparados por la justicia, que con esta manera de intervenir, refuerza el comportamiento del maltratador y la vulnerabilidad de la victima.

    Agradezco que hayáis compartido vuestra experiencia y os animo a que denunciéis esta situación a los medios, cartas al director y denuncia oficial.

    Y sobretodo espero que tu amiga pueda encontrar algun organismo que le de una solución, que se situe a su lado y le permita vivir tranquila.
    Muchos ánimos! Estamos con vosotras!

  3. Pon el nombre de la Jueza y el Juzgado, que la gente sepa con quien tiene que tratar cuando se encuentre en esa situación ( lo digo como abogada y no como víctima), que las abogadas vayamos predeterminadas a meter más caña con los jueces y juezas que pasan de estas situaciones.
    A parte de esto, el auto de archivo se puede recurrir, yo recomiendo que lo hagáis. Desgraciadamente cuando te topas con gente como la que cuentas lo único que acaba funcionando es ser pesadas a más no poder, insistir, recurrir, poner quejas etc. Siento que hayais teneido que pasar por una situación así.

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