Nuestra revolución será interseccional, o no será

Este mes de revoluciones, Mónica reflexiona sobre la interseccionalidad y nos invita a pensarnos como identidades complejas y en red.


Ilustración: Javitxuela


Nuestra revolución será interseccional, o no será. ¿Y qué significa esto? La interseccionalidad nos llama a atender a la intersección de todos aquellos aspectos de la sociedad que nos oprimen (clase, género, sexualidad, etnia, capacidad, etc.), para analizar cómo se refuerzan o se oscurecen unos a otros. También nos invita a analizar qué situaciones de privilegio ostentamos (siendo personas blancas o heterosexuales, por ejemplo), para poder ser respetuosas con aquellas personas que son oprimidas y para poder ser capaces de realizar ejercicios de autocrítica política.

Tal y como yo me lo imagino, la interseccionalidad nos anima a realizar un mapa conceptual lleno de líneas, flechas, líneas discontinúas y de varios colores en el que se entrecruzan la raza, el género, la sexualidad, la edad, la capacidad física y mental, la etnia, la procedencia, el nivel socioeducativo y mil rasgos más de nuestras identidades. En la intersección de esos rasgos, nos situamos nosotres. Y cada cual se sitúa en un punto diferente, con lo que tenemos que tener cuidado y prestar atención a nuestro lugar en el mundo y al lugar de las personas con las que interactuamos. La imagen que aparece en las páginas 27 y 28 del Fanzine Jauría (lo podéis descargar aquí) me resulta bastante clara para ilustrar lo que quiero decir con este mapa conceptual. Os animo a que la consultéis.

Nuestros actos tendrán unas consecuencias u otras según en qué lugar nos situemos. Además, estos lugares son contextuales: no ostentamos las mismas opresiones ni los mismos privilegios en todos los contextos culturales, laborales y/o familiares. Así, hemos de prestar más atención aún a nuestro lugar en el mundo. Lejos de desasosegarnos por tener que estar siempre atentes, creo firmemente que tener el chip de prestar este tipo de atención es uno de los primeros pasos, fundamentales, para poder dar pasos hacia la justicia social global.

El concepto de interseccionalidad fue acuñado por Kimberle Crenshaw en 1989. Crenshaw plantea la problemática que se deriva de las políticas que se basan en la búsqueda de una identidad común firme; por ejemplo, ser mujer, o ser personas negras, o ser gays. Por una parte, dan sentimiento de pertenencia a una comunidad, empoderan, posibilitan la formación de estrategias de visibilización y resistencia, e impulsan el desarrollo intelectual de un marco de comprensión de las opresiones. Sin embargo, por otra parte, ignoran las diferencias que existen en el seno de los grupos, lo cual fomenta ejercicios de exclusión y marginación en las prácticas políticas y, además, incrementa la tensión entre los diferentes grupos, que tienen la impresión de ser mutuamente excluyentes.

Crenshaw propone abrir nuestro análisis y percatarnos de cómo existen diferentes categorías que nos atraviesan y nos configuran. Estas diferentes categorías se entrelazan, se refuerzan, se oscurecen las unas a las otras dependiendo de contextos diversos que, además, son cambiantes. Así, para entender, por ejemplo, un problema de violencia contra las mujeres, tendremos que atender a toda una serie de factores estructurales que entran en juego, y que serán diferentes en cada contexto histórico y cultural, aunque mantengan elementos comunes relativos a la opresión de género derivada de la misma existencia del patriarcado.

Siguiendo a Michel Foucault y su visión del poder como una red de relaciones, las opresiones no tienen causas monolíticas, sino que se derivan de diversas relaciones de poder. Las personas que se ven arrojadas a la abyección pueden serlo por causas diversas que, en ocasiones, se superponen, interactúan o se ensombrecen entre sí.

Esta interseccionalidad de las categorías que nos configuran afecta a la generalidad de las individualidades: todas nuestras identidades contemplan múltiples facetas. Todas las personas pertenecemos a más de una comunidad identitaria, de manera que experimentamos tanto opresión como privilegio a la vez en contextos diferentes. Las identidades no son una lista de privilegios y opresiones enumeradas, sino que se tienen que ver con categorías de relaciones y procesos multicausales.

Elisabeth Spelman considera en Inessential Woman que es un error intentar separar las categorías que nos conforman: no se puede aislar el género de la clase social, la edad, la sexualidad, la capacidad o la etnia para tratar de revelar las opresiones que vivimos, por ejemplo, las mujeres. Una persona blanca, mujer, de clase media no puede pensar en aquello que le ocurre únicamente por ser mujer, únicamente por ser blanca o únicamente por ser de clase media. No tiene sentido no atender a los demás rasgos de nuestras identidades y analizar sólo las opresiones derivadas del género. Además, opina, como Crenshaw, que este tipo de tratamiento causa exclusiones, pues se tiende a pensar en las mujeres con otras diversidades funcionales, o las mayores, o las de color como las «diferentes», como las «otras».

Desde la interseccionalidad se nos invita a pensarnos como identidades complejas y en red. Sin embargo, esto suele aplicarse solamente a aquellas personas que no encajan en la normalidad y no se utiliza la perspectiva de la interseccionalidad para poner también en tela de juicio nuestras posiciones de privilegio. Este tipo de análisis aboga, así, por la introspección y la autocrítica política, moral e identitaria constante. De esta manera, el feminismo que tiene en cuenta la interseccionalidad de las opresiones no sólo es un feminismo más inclusivo, sino que también es más autocrítico con los ejercicios de reconocimiento y de exclusión que se realizan en las políticas feministas. Esto es extensible a todo movimiento político, por ello, nuestra revolución será interseccional, o será una patata que conseguirá seguir excluyendo a ciertas personas.

Los estudios postcoloniales, el multiculturalismo y el cosmopolitanismo críticos, las políticas de raza y género han recogido estas críticas a las políticas identitarias. Creo que ya va siendo hora de que nuestros movimientos revolucionarios también recojan esta visión interseccional de nuestras identidades para poder luchar contra las opresiones, para acabar con las posiciones de privilegio, y para luchar por la justicia global.

La perspectiva de la interseccionalidad permite pensar el mundo de manera que intentemos minimizar al máximo las opresiones que se derivan de nuestros actos y que no afectan solamente a personas de nuestro entorno, sino a otras muchas personas, animales y ecosistemas. Así, puede ser el punto de partida para desarrollar éticas del cuidado y de la responsabilidad respetuosas con los géneros, las razas, las capacidades, las especies, las etnias, las procedencias, las capacidades y todas las variedades identitarias; no sólo de quienes conforman movimientos revolucionarios, sino de todas las personas. Porque, recordemos con Judith Butler, que todes estamos interconectades y que vivimos en relaciones de dependencia, incluso con aquellas personas que ni conocemos, ni veremos en nuestra vida. Por ello, tratemos de hacer nuestra revolución lo más inclusiva posible: se lo debemos a todas las personas cuya vulnerabilidad depende de la nuestra, y viceversa.

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