Otra cara de la muerte

Les invitamos a reflexionar sobre la muerte. Sobre el miedo que genera, sobre el tabú y sobre las múltiples perspectivas de pensarla ¿Acaso no venimos a la vida para morir?

Vida y muerte, tópicos tan imprescindibles y contrarios el uno del otro según se considere. Cuando escuchamos hablar de la muerte, nos azota un sentimiento de ignorancia, desolación, tristeza y miedo; una sensación contraria a la que nos aporta la idea de la vida. Pero hoy aquí no mitificaremos los tópicos de la cultura occidental, sino que los desmembraremos para despojar a la muerte de la capa oscura y tenebrosa con la que se le ha cubierto y así comprobar que la vida y la muerte no son polos opuestos de una misma moneda sino que forman parte de una misma cara.

La toma de conciencia de la propia muerte crea una crisis en nuestras vidas. Aun sabiendo que las personas mueren, no aceptamos que nuestros familiares, amigos ni que nosotres mismes -sobre todo- tengamos que morir también. Freud, junto con la escuela psicoanalítica, afirmó que aun siendo conscientes de que vamos a morir sólo somos capaces de imaginar la muerte ajena, no de une misme, ya que cuando nos encontramos con ella siempre lo hacemos desde la tercera persona, por tanto estamos convencidos de nuestra propia inmortalidad. No obstante, en algún momento, cada une deberá enfrentarse a la muerte en solitario, pues este proceso es individual, y asumir que ha llegado el fin -o el principio, según la creencia de la persona, pues las hay que creen en la reencarnación del alma-; siendo el hecho de enfrentarse individualmente lo más difícil para el ser humano.

La persona se ve desprotegida y vulnerable ante este proceso y es por eso que busca un apoyo psicológico para afrontar tal hecho mediante la religión, las construcciones sociales, la filosofía,… Se han creado unos mecanismos y comportamientos culturales concretos con los que sobrellevar el acto “del morir” y proporcionar una justificación a lo que pasa después de la muerte. A través de la cultura  intentamos asimilar la muerte pero no podemos responder a esta pregunta ancestral. Proviene de ahí la incertidumbre y la agonía humana, sabemos que morimos pero ¿qué sucede cuando lo hacemos?

Son muchas las culturas que quieren dar una respuesta y acogen la creencia en la que hay vida después de la muerte, con el fin de justificar ese miedo hacia la muerte y de mostrar cómo se puede solventar. Uno de los casos más destacados es el de la creencia cristiana, la cual sostiene que la muerte es un castigo divino y que tras ésta existe la posibilidad de una vida espiritual en la que se da la salvación de la persona al procesar la fe cristiana. Para poder conseguirlo, la persona debe recorrer un camino espiritual ajeno a las banalidades de la vida terrenal y reprimiendo los pecados.

Sin embargo, hemos interiorizado tanto los “mecanismos de defensa culturales” que podemos ver que la muerte se ha convertido -fundamentalmente en el mundo occidental- en el tabú de hoy en día, siendo un tema de mal gusto que no se quiere tratar. La muerte se ha vuelto indigna para nosotros. El estudiar, comentar, leer o ver cosas relacionadas con la muerte son tachadas de “morboso” por el resto de la sociedad. A partir del siglo XX, la muerte, junto con sus prácticas, comenzaron a desaparecer de la vida cotidiana. Cada vez se practican menos los rituales y costumbres, dedicándole menos tiempo a esas tradiciones o, directamente, ya no se practican. De esta forma se cree que cuanto menos trato se tenga con la muerte más fácil será la vida, ya que así se crea una burbuja en la que la muerte no tiene cabida pues ésta recuerda que la vida es efímera y finita.

Al igual que el nacimiento, la muerte ya viene impuesta en nuestra vida, nacemos para morir. La angustia, el dolor y la agonía que provoca son porque sólo se conoce la actitud que se tiene sobre el morir, no de la muerte en sí; pero además son las construcciones culturales las que han alimentado este miedo. Por lo tanto, tenemos que despojar a la muerte de todas las ataduras culturales y desnudarla tal cual es, así podremos dejar de verla como algo ajeno a nosotros y comenzaremos a apreciarla como parte de la vida.

Por Marina Guerra (22), Barbate (España).

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