En este mes una lectora nos invita a reflexionar sobre la violencia y nuestro modo de hacerle frente. Una reflexión ideal para pensar nuestro día a día.
La violencia, un tema de actualidad tanto en los espacios feministas como en los no feministas… Las conclusiones que surgen no son siempre las mismas, ya que como en cualquier otra reflexión sobre un concepto, influyen los factores tanto internos como externos que varían igual o incluso más que nuestras percepciones de la realidad.
Esto supone diferentes grados de implicación en las opiniones: podemos hablar de ellos porque hemos vivido sucesos relacionados o simplemente porque hemos pensado o leído sobre el tema.
Aún conociendo muy bien la violencia en todas sus expresiones, creo que es necesario ser conscientes de que los conceptos junto a la interpretación que de ellos hacemos, varían según el momento de la vida en que los interpretamos, del contexto social y de la suma de experiencias vividas hasta entonces.
Es por eso que mi intención es invitares a reflexionar acerca de la violencia como algo que convive con nosotres, y no tanto como ese suceso que apreciamos desde la ajenidad. Sé que muches de vosotres ya lo hacéis y leéis la realidad desde la relación de poder que ejerce el patriarcado, por lo que tenéis una vista más aguda en cuanto a violencia se refiere.
Sin embargo, considero que llega un momento en nuestras vidas en que necesariamente tenemos que pararnos a reflexionar desde otro ángulo. Ese momento en que hay algo que cuando estamos en silencio nos hace un poco de ruido de fondo, y que aunque muy de fondo, ahí sigue.
Es entonces cuando vemos la necesidad de hacernos responsables de nuestros sentimientos, pensamientos y, consecuentemente, de analizar nuestras relaciones actuales. Este análisis nos llevará a dar una mirada a las historias del pasado, aquellas que, a veces inconscientemente, nos han formado y han contribuido a la visión que tenemos ahora de nosotres mismes y de nuestras vidas.
Este es un trabajo casi obligatorio para entendernos en el presente, también en lo que concierne a cualquier otro tipo de aspecto, y más a menudo nos sucederá, si somos conscientes de las relaciones de poder y tenemos que luchar contra el machismo que ya hemos interiorizado. No obstante, en el caso de la violencia es más delicado, debido a la dificultad para reconocerla y a la subjetividad con la que analizamos nuestra propia historia, que en la mayoría de los casos, nos lleva a ser bastante benevolentes con las críticas.
No quiero que este artículo se torne un reproche, pero sí me gustaría que sirviera para que juntes reflexionemos sobre la violencia desde otro prisma y que ello nos sirva para ser responsables con los pensamientos que potenciamos y con los que descartamos.
Es ahora cuando os invito a mi terreno personal. Muchas veces he sentido la necesidad imperiosa de salir a las calles y quemar alguna iglesia, romper alguna vidriera de la tienda de moda del momento, plantarme delante del novio de una amiga que sé que es un maltratador psicológico en toda regla…
Considerando que todas esas manifestaciones de la realidad eran violentas, la crítica más fácil que podéis hacer a esta necesidad es que “no se debe responder a la violencia con más violencia” o que “con el ojo por ojo no vas a ninguna parte”.
Pues bien, estas frases, aún teniendo mucha razón, me ocasionaban desprecio por el hecho de pensar que el entorno se estaba volviendo insensible, cínico y frívolo.
Existía en mí una necesidad de responder a esa clase de violencia con una acción, que aún vestida de justicia social, no dejaba de ser el mismo odio que del sistema había aprendido.
Fue entonces, cuando en mi silencio, seguía escuchando un ruido de fondo que no cuadraba con mi discurso, como tampoco lo hacían mis relaciones interpersonales y laborales.
Me surgieron una serie de preguntas: ¿Qué he interiorizado del sistema y por qué lo he permitido?, ¿Por qué reconozco la violencia fuera y no la que yo reproduzco en mí? ¿No estaré tratándome violentamente al exigirme según qué comportamientos o maneras de pensar con el envoltorio que las justifica por ser parte de la lucha?
¿Hasta qué punto puedo culpar al entorno de lo que yo pienso o de la visión que tengo de la realidad? ¿Por qué no soy responsable con los argumentos que yo he elegido para justificarme? ¿Porque en el fondo son violentos?
En este sentido, me di cuenta de que toda la energía que empleaba para ser crítica con el entorno y por perfeccionar esa mirada antipatriarcal con la que reconocer en cualquier momento la violencia, me estaba dejando sin capacidad para ser consciente de que el verdadero desafío es saber apartarla de lo personal; es saber pasar la violencia por un filtro interno para así no quedarme en los discursos de según qué debates, que en el fondo no hacen más que perpetuar el reproche hacía lo que debe ser y no es.
Entonces comprendí, y aún reflexiono sobre ello, qué tan importante es la relación que establecemos con nuestras opiniones y la responsabilidad con la que las interiorizamos, ya que éstas van a ser la manera en la que vamos a relacionarnos con nuestro entorno, que aunque sea más o menos machista, no tiene por qué detonar en nosotres aquello que repudiamos.
Espero que llegades hasta aquí, os hayáis sentido parte de al menos una idea y que de ella podáis sacar una nueva forma de pensar, de mirar y de intentar. Supone simplemente una reflexión más que sugiere el camino de la crítica y la necesidad de vivir mejor o de al menos, intentarlo en cada oportunidad.
Por Nerina Vallejo Mastropietro (27), Barcelona
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