¿Qué hacer cuando la persona a la que amas está cortada a trocitos, llena de dolores? La poesía de Laura habla de amor y de cura compartida.
Cuando conocí a Marta mi diafragma se expandió, y le nació un grito,
y del suyo, un silencio que esperaba.
Pasó algo, no sé, una mirada, algo.
Nos rescatamos.
Ella, Marta, Marta.
Una mujer cortada a trocitos,
Llena de dolores.
Nació donde se estrangulan los atardeceres
a base de sótanos, colchones, agujas, filtros;
se masacra la oportunidad a gramos, o a micras,
y se intensifica el dolor
en paredes de lata,
en techos de cielo,
en suelos de sangre,
y de frío.
No es que Marta sea una cosa, o sea la otra.
Eso no importa.
Es la violencia con la que aprendió la vida.
Porque ahora estamos aquí, de la mano,
y yo no sé hacerla vomitar toda esa realidad,
toda esa injusticia.
Marta es mi guión, soy una palabra perdida entre dos oraciones,
y mi mano es el timón de su cuerpo abatido;
por la noche, si tiene sueños bonitos, me abrazo a su espalda desnuda y le canto al oído;
si llora o se deshace, me deshago con ella a gritos y gemidos,
y superamos las llagas,
los callejones oscuros.
Yo a veces me siento egoísta,
con mis manos, tan mías siempre,
y con sus manos, tan vendidas por cualquiera que debía haberla querido,
y las beso
y las curo con el tiempo que no tengo.
Hubo veces, hubo noches
sin luna, o luminosas como nuestros ojos abiertos,
que nos tocamos las cicatrices
que hay bajo la piel.
Entonces saco el agua de mi cuerpo, de mi garganta,
y riego los brotes que le están naciendo,
porque hace tiempo que dejé de intentar pegarle las heridas,
ahora solo procuro abrazárselas,
des-violentizarlas,
darles la palabra,
dejar que crezcan,
que llenen la herida.
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