Que pase la siguiente…

La violencia institucional ejercida sobre la mujer está en todos los ámbitos. También ( o sobre todo) en el sistema de salud

Ilustración: Patricia

Cuando entramos en la consulta, en el hospital, en el centro de salud… entramos dentro del sistema sanitario. Es una entrada a una estructura que parece invisible desde nuestro ángulo, pero que como todo lo que ha construido el ser humano está lleno de normas, prejuicios, estereotipos y connotaciones.

Nuestras expectativas son muy inocentes: cuando acudimos al sistema de salud lo hacemos porque necesitamos ayuda, apoyo, a veces comprensión, o porque queremos prevenir algún problema. Y tras la bata blanca esperamos encontrar conocimiento, seguridad, igualdad, vocación, respeto, ayuda, alguien que no nos va a juzgar, libertad, confianza… Pero la realidad es que detrás de la bata se encuentra otro ser humano. Se encuentra alguien que forma parte de la estructura, de la institución sanitaria; y además, de la sociedad en la que vivimos.

Y como no podía ser de otra forma, el sistema sanitario es un reflejo idéntico de la estructura social sobre la que se construye; intentar describirlo es prácticamente detallar la política, la filosofía, los valores éticos y morales, las normas, los conceptos y las asunciones del contexto económico, político y social que lo envuelve.

Lejos de querer culpar al sistema en sí y a aquellos que lo componen, quisiera crear un poco de conciencia sobre cómo el androcentrismo (hombre como centro de todo, punto de referencia) padecido por nuestra sociedad creó y arrastra hasta nuestros días comportamientos que se convierten en «ciencias de la salud», y que afectan de forma negativa a la vida de las mujeres. Y todo ello con el fin de que podamos defendernos y terminar con ésta violencia naturalizada que proviene de una institución que debería centrarse en ayudarnos, protegernos y empoderarnos en pos de una vida saludable en todos sus ámbitos.

Algunos de los problemas que cimientan la desigualdad ejercida por el sistema sanitario se basan en la ignorancia (deliberada) de que las mujeres son biológica y genéticamente distintas de los hombres. A pesar de que se trata de un hecho innegable a día de hoy, la ciencia médica aún utiliza al hombre adulto, sano y de raza blanca como ejemplo o muestra en la mayoría de sus investigaciones: véase para el desarrollo de nuevos tratamientos y medicinas, así como para el estudio de diferentes enfermedades… tomando al hombre como referencia en cuanto a síntomas y comportamientos ante distintos procesos de salud. Y la mujer, que representa no menos que la mitad de la población, es valorada, tratada y comparada con un conocimiento completamente androcéntrico.

Sin olvidarme de añadir un tema tan importante para todas como es la menstruación. Siendo un proceso biológico exclusivamente femenino, queda frecuentemente ignorado y tratado superfluamente, ignorando en ocasiones patologías como la endometriosis.

Otro de los obstáculos que la sanidad presenta para la mujer es la concepción de ésta (y nunca mejor dicho) como ser reproductor exclusivamente. Si hay algún ámbito de la medicina en donde el hombre no ha podido ser utilizado como prototipo es, sin duda, la maternidad. Pero el milagro de la vida no es fruto de la mujer solamente, y a pesar de ser una responsabilidad compartida con el hombre, todo el peso recae sobre ella. Y no sólo el hecho de crear vida, sino también de evitar crearla. Fue en 2012 cuando se detuvo un estudio que dio lugar a un anticonceptivo hormonal masculino altamente efectivo por los efectos secundarios que producía en el hombre, como depresión y cambios en el estado de ánimo… cuando paradójicamente las mujeres han estado sufriendo, entre otros, estos mismos efectos y siendo tratadas con antidepresivos por ello.

Y adentrándonos en el proceso de gestación y parto cabe decir que nunca ha sido apreciado como debiera ni tratado de forma natural. Por el contrario: fue medicalizado haciendo de la mujer embarazada una paciente, fue desnaturalizado con prácticas como parir en alto y en posición horizontal, retirar al bebé de la madre en cuanto nace, intervenir de forma invasiva cuando no es necesario (cesáreas innecesarias, episiotomías, partos instrumentalizados con forceps, ventosas sin requerirlo), y fue maltratado: rasurando a las mujeres antes de parir, dándole enemas, violando la intimidad del momento, no obteniendo su consentimiento para algunos procedimientos… Todo ello para favorecer la comodidad del personal que asiste el parto, para que pudieran atender a «la paciente» desde una silla, sin pelos ni heces en el camino, como si de una fábrica de bebés se tratara.

Por suerte, hoy día, las normas han cambiado y los protocolos contemplan una visión mucho más humanizada de la maternidad. Algunas de éstas prácticas hoy se ven barbáricas (al menos sobre el papel), y la mujer está más protegida por el sistema de salud de lo que estaba hace 20 ó 30 años: se fomenta la protección del periné durante el parto (evitando episiotomías de más), se intenta favorecer el contacto piel con piel bebé-mamá, la lactancia materna lo antes posible, y se promueve la educación y promoción de la salud…  Sin embargo, y a pesar de que en los libros de texto todo es muy bonito en estos momentos, la realidad para las mujeres sigue sin serlo del todo aún. Sí es cierto que se han eliminado muchos de los procedimientos antes mencionados como prácticas habituales, pero hay situaciones que por desgracia no han cambiado. Las mujeres siguen sufriendo gritos por parte del personal sanitario, culpabilización («pues cuando abriste las piernas para quedarte embarazada no te quejabas tanto»), amenazas con la pérdida o el daño al bebé si no colaboran o aceptan una práctica determinada («no querrás que le pase algo a tu niñe»), procedimientos realizados sin la analgesia o anestesia adecuada, cuestionamiento moral en mujeres que no se adaptan a la norma social, banalización de la depresión post parto, etc.

Todo ello se da en un sistema sanitario cuyo personal no está suficientemente entrenado en situaciones de violencia de género, y que a día de hoy aún se resiste a proveer los cuidados adecuados y justos a personas que se salen de la heteronorma y de la cultura establecida.

Y avanzando un poco más en la vida biológica de una mujer, cuando abandona su fase reproductiva, nos encontramos una gran cantidad de ellas con problemas de salud mental que han sido confundidos con problemas biológicos y viceversa, la mayoría de ellos tratados con antidepresivos (que, por cierto, en su fase de experimentación clínica fueron administrados sólo a hombres adultos sanos). Sin dejarnos atrás las etiquetas diagnósticas como fatiga crónica, fibromialgia, ansiedad… que acaban convirtiéndose en el origen y la consecuencia de la mayoría de síntomas que la mujer pueda presentar en el futuro.

Es cierto que las leyes han cambiado, y las ciencias de la salud avanzan muy lentamente en materia de igualdad de género… casi al mismo paso o quizás más lento que el resto de la sociedad. Por ello debemos ser conscientes de la estructura del sistema sanitario al que acudimos, de la perspectiva que tiene de la mujer: solo así podremos hacer oír nuestras voces desde dentro de cada consulta, paritorio, quirófano, sala de urgencias… para que el humano detrás de la bata blanca sepa cómo tratarnos con igualdad, justicia y sobre todo para que pueda hacer por nosotras todo lo que sea posible, basándose sólo en el beneficio real para nuestra salud.

1 Comentario

  1. Me encanto todo el texto fue realmente cierto. Por paginas como estas es que ahora en mi vida he abierto un poco mas mis ojos para darme de cuenta de la realidad en la que vivimos. Así que muchas gracias por compartir estos temas tan relevantes.

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