Una de nuestras Fridas decide compartir con nosotres una reflexión sobre la maternidad en casos de enfermedades mentales. Estar diagnosticada con un TMG no debe nunca suponer la negación de un derecho fundamental, como es ser madres, ni vivir con estigma y autoestigma esta realidad.
En el principio, las inquietudes sobre este tema se centraban sobre todo en la repercusión del trastorno mental de la madre en el desarrollo psicoevolutivo del les niñes, identificando los factores de riesgo que pudieran influir negativamente en les hijes. La medicación psiquiátrica, una depresión post-parto, la “herencia”, y la posibilidad de futuros problemas psicológicos que atestiguan ciertos estudios.
Desde hace algunos años se ha comenzado a investigar cuáles son los factores que probabilizan un mayor desarrollo de trastornos psiquiátricos y cuáles podrían ser factores protectores. Cada experiencia humana tiene aspectos biológicos, psicológicos y sociales, y en cada mujer, habrá una combinación diferente de causas: mientras que para unas, los rasgos constitucionales (por ejemplo un temperamento vulnerable) jugarán un papel importante, para otras las causas decisivas serán las circunstancias y acontecimientos de sus vidas (alta prevalencia de abusos sexuales, falta de apego seguro, situaciones de estrés y/o traumas…), por lo que se demuestran como factores protectores la estabilidad familiar, los soportes informales, relaciones sanas de amistad y pareja, tranquilidad económica y desarrollar y apoyar habilidades de crianza.
El impacto negativo de la progenitora con enfermedad mental en el funcionamiento de la familia está mediado por interacciones complejas, relacionadas con su enfermedad mental (síntomas, efectos secundarios de la medicación, necesidad de hospitalización) y otros factores como déficit en las habilidades de crianza, falta de armonía en la pareja, aislamiento social, inseguridad, paro, bajos ingresos, infraviviendas, etc.
Esto lleva a que algunas de estas madres hayan perdido la custodia de sus hijes ( en torno a un 45% de los casos, según datos facilitados por Raquel del Amo, directora y psicóloga del Proyecto Casa Verde, iniciativa de la Fundación Manantial), rompiendo muchas veces la relación con elles. La mayoría de las veces, sin embargo, aun no perdiendo la custodia, los cuidados y educación de les hijes quedan a cargo de otre familiar (pareja, abueles, tíes,…), desligando a la madre de estas responsabilidades, sin que esto beneficie ni a las progenitoras ni a les hijes ni a la relación entre ambes.
Cuando pueden hacerse otra vez cargo de estos cuidados éste supone un aumento del estrés que agrava la enfermedad y aumenta la distancia del les hijes con ésta.
Son una población de riesgo, hay que prevenir y apoyar a las madres y a sus hijes para que pueda desarrollarse una relación emocional estable, que una mujer pueda criar a sus hijes vendrá determinado por si son capaces o no de establecer un vínculo de apego.
Como ya decíamos, aparte del porcentaje que acaba perdiendo la tutela, casi un 40% de les hijes precisan ayuda de los Servicios Sociales o de Salud Mental (Estudio de Necesidades en Padres con Trastorno Mental Grave en la Crianza de los Hijos del Hospital Doce de Octubre); pero quizá el miedo a no ser buenas madres, que en principio podría constituir un factor de riesgo para el cuidado de les niñes, en realidad muchas veces funcionaría como factor de protección, puesto que no quieren que pasen sus mismas experiencias y menos todavía que desarrollen algún tipo de TMG. Pero aún hay muchos tabúes, sin ir más lejos en un artículo dentro del Código Penal español se posibilita la realización de la esterilización de “incapaces”, ¿Pero cómo se incapacita la naturaleza?
De ahí que aún persistan las profundas huellas que deja un diagnóstico de trastorno mental, que pasa a les niñes por el medio y llena de angustia y miedo el deseo normal de tener hijes.
¿Pero qué les preocupa a las mujeres con trastorno mental grave que desean ser madres? Los posibles efectos en la salud de sus hijes y las futuras descompensaciones por la toma o no de tratamiento farmacológico, antes, durante y después del parto. ¿Qué se planterán? si, tanto tiempo medicadas, pueda haber afectado a su organismo; ¿Y a qué han de enfrentarse? Al abandono de los fármacos cuando deciden buscar quedarse embarazadas, durante el periodo de gestación y en la lactancia, temiendo efectos secundarios tales como una mayor ansiedad y sufrir una depresión post-parto.
Es cierto que existe una elevada prevalencia (entre un 10% y un 15%) en mujeres, ya sea con o sin diagnóstico, que la sufren, pero en los últimos años, diversos estudios señalan la eficacia de abordajes terapéuticos que permiten evitar o minimizar el uso de psicofármacos en el tratamiento de este tipo de depresión, ofreciendo así una visión más optimista (datos del Estudio Alternativas al tratamiento Psicofarmacológico de Madres Lactantes con Depresión Postparto en Atención Primaria, publicado en la revista OB STARE).
Estar diagnosticada con un TMG no debe nunca suponer la negación de un derecho fundamental, como es ser madres, ni vivir con estigma y autoestigma esta realidad ¿A caso no tendríamos hijes si en nuestra familia hubiera antecedentes de diabetes?
Todo esto sugiere la necesidad de crear intervenciones adecuadas, con programas especiales y específicos que tengan en cuenta el papel de la madre, enseñando y potenciando habilidades de crianza y que hagan también de la maternidad un rol tan imprescindible en su vida y susceptible de atención como el resto.
Por Andrea Gallo Campo (32), Nacida en Vigo pero residente de toda la vida en Madrid.
Los Comentarios están cerrados.