Con gran delicadeza Ingrid rescata la vida de Rebeca Méndez Jiménez, más conocida como la loca del muelle de San Blas, que saltó a la fama mundial luego del tema compuesto por el grupo Maná
21 de Septiembre de 2012. El viento salado limpiaba su cara de todos los miedos, parecía susurrarle todo aquello que quería oír. Se enroscaba entre sus cabellos a los que el tiempo se había encargado de dar pinceladas blancas, se divertía escudriñando cada recoveco de su piel morena, ajada por los años y por el desdén. Empujaba su pequeño cuerpo que anhelante esperaba, dentro de un traje de novia antiguo, un regreso que nunca tendría lugar. Mirando al horizonte, o quizás mirándose a sí misma, pasó el resto de sus días Rebeca Méndez Jiménez, la loca del muelle de San Blas.
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El grupo de música Maná lanzo una canción en 1997 titulada “En el muelle de San Blas” en la que contaban una dramática historia de amor que comenzó en Octubre de 1971, y que, por aquel entonces, aun no tenía final. El mundo entero se encariñó con la pobre loca que protagonizaba la historia, y como si de una figura etérea que trascendía a través de los años se tratara, se acabó convirtiendo en un símbolo: el de la loca de amor que esperó toda su vida por el regreso de su amado…
Para mí fue solo una canción durante años, palabras tejidas a propósito para llenar los oídos y los corazones… hasta que un día descubrí que detrás de los acordes se encontraban los latidos, los suspiros y el estigma que padeció Rebeca, una mujer de carne y hueso que tenía una etiqueta bien grande pegada a su vestido blanco pureza: la de LOCA.
Todas las versiones que pude encontrar coinciden en que una muy joven Rebeca, el 13 de Octubre de 1971, se despidió de su prometido que se adentró en el mar para pescar, labor de la que vivía. Él le juro que volvería, y que en cuanto lo hiciera se casarían. Por desgracia su marcha coincidió con la presencia de la tormenta tropical Priscila, que se cobró muchas vidas a su paso, incluyendo en teoría la de Manuel, desde aquel entonces, eterno prometido de Rebeca. Cuando llego el día de la boda, Rebeca se presentó en la playa vestida de novia, a la espera de su amor, pero él nunca regreso. Traumatizada por la perdida, Rebeca nunca fue capaz de alejarse del muelle de San Blas, y frecuentemente se paseaba por la playa vestida de novia, con la inamovible esperanza de que Manuel regresaría y se casaría con ella. Así pasaron los días, que se convirtieron en meses y en años… y en vida. Y Rebeca sobrevivió tejiendo ropita para muñecas y vendiendo curiosidades a los turistas. Con el paso del tiempo se la fue conociendo como “la loca del muelle de San Blas”, a la que se le adhirió una identidad infantil, desequilibrada y lastimera… una pena tan pegadiza como la sal, y tan infinita como la arena.
Puede que desde el exterior eso es lo que Rebeca pareciera: una loca de amor, una niña traumatizada por esa gran pérdida, una trastornada por un duelo sin fin. Casi no me cabe duda de que su comportamiento encajaría dentro de lo que conocemos como duelo patológico, o incapacidad de superar la pérdida de un ser querido… quizás no recibió el apoyo que necesitaba, quizás ese fue el camino que ella eligió, quizás no estaba loca y su problema era ser demasiado sensata…
En plena juventud (posiblemente adolescencia), Rebeca estaba segura de haber conocido a la persona con la que quería pasar el resto de sus días. ¿Cuantas veces no nos habrán llamado “loca” por haber sentido esto, y cuantas por no haberlo sentido nunca? Su cerebro (o su corazón) se convenció de que esa persona desaparecida era irremplazable, ¿que podría hacer Rebeca entonces? Quizás ella decidió quedarse ahí junto al mar, anclada en el tiempo y en el lugar en el que más cerca se sentía de quien tanto amaba. Puede que al resto del mundo le parezca la decisión equivocada… pero ¿por qué nadie la respetó? Quizás Rebeca se encontró a sí misma en ese lugar y de esa manera: vestida de novia, reviviendo en su memoria lo que pudo haber sido, junto a la inmensidad mar. Quizás, para Rebeca, esa fue su libertad, su comodidad, su decisión, su cordura y su vida. ¿Por qué la loca del muelle de San Blas? Yo no veo locura, yo no veo a la loca…yo veo a una mujer que vivió una vida diferente a lo que el resto del mundo hubiera esperado o deseado de ella… quizás como tantas otras “locas”.
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El olor a sal atravesaba sus poros y penetraba en su sangre. Ella cerró los ojos y respiró el amor que el mar le transmitía. Tantos años se había reflejado en su superficie que el océano la conocía casi tan bien como se conocía ella misma. Su desequilibrada sonrisa para el mundo exterior era un guiño de su alma para su propio corazón. La felicidad le cosquilleaba los dedos de los pies, y la sensibilidad se fue centralizando en su abdomen y su pecho, abandonando las zonas periféricas de su cuerpo. El viento la empujaba por la espalda en dirección al mar. Su cabello ondeaba libre junto a su cara. Ella extendió los brazos hacia el frente… sus dedos comenzaron a deshacerse y se transformaron en cenizas, que volaron salvajes y eufóricas al compás del viento sobre las profundas aguas… y tras sus dedos el resto de su cuerpo, mezclándose quizá con su impasible amante… EL MAR.
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