¿Cuántas veces alguien se ha dirigido a vosotras diciéndoos ‘No seas histérica’? Julia bucea en los orígenes de esta expresión.
En todas las culturas se produce una determinada lectura de los cuerpos que a nivel social tendrá su reflejo en cómo les individues nos enfrentamos a nuestra corporalidad. Si en tribus amazónicas el cuerpo se relaciona con el placer, en la sociedad capitalista del siglo XIX se medicalizó la relación con el cuerpo, que quedaba a merced de explicaciones cientificistas. Alejado el cuerpo del propie sujete, el control social se produce por diversas vías. Una de estas vías fue lo que Foucault denominó la histerización del cuerpo femenino.
El cuerpo de las mujeres es un terreno oscuro, repleto de simbolismos, silencios, cuentos y secretos. Las emociones lo pueblan; y existió una enfermedad que conectó los planos corporal y emocional en las mujeres de una manera tan potente que extendió sus tentáculos casi hasta nuestros días: la histeria.
Las raíces históricas de esta patología inventada se remontan a tratados médicos de Hipócrates o a textos de Aristóteles o Platón, donde ya se da cuenta de una enfermedad del útero que causaba diversidad de síntomas en las mujeres. Sin embargo, fue a lo largo del siglo XIX en Occidente cuando se produjo mayor desarrollo teórico y práctico en relación a esta patología. La histeria supuso que se categorizaron como enfermedad una serie de síntomas que eran tan dispares que resultaban difíciles de clasificar incluso para los propios profesionales de la medicina.
El tratamiento de esta patología, aún tratándose de la promoción del paroxismo histérico (eufemismo para referirse a un orgasmo), debía ser administrado por médicos o por los maridos en caso de tenerlos. Parece como si el cuerpo de las mujeres nunca estuviera en manos de las propias mujeres. No obstante me gustaría señalar aquí que las que decidían acudir a las consultas médicas en busca de ayuda, ya estaban siendo agentes de su propia salud en cierto sentido; y, aunque influidas por una moralidad y una tensión social y científica inapelables, se dirigían en busca de aquello que por un momento al menos las hacía sentir mejor.
Histeria y feminismo
Diverses autores señalan cómo el (re)surgimiento del feminismo en el siglo XIX pudo estar muy relacionado justamente con este momento de desarrollo de los tratamientos médicos y científicos de la histeria femenina, la esterilidad y la capacidad para la reproducción.
La investigación sobre la histeria, sus causas, y las mejoras en el tratamiento suponen un exponente clave de la tradición médica occidental. En el análisis de esta patología, el género ha de tornarse central aunque no se podrán dejar de lado otros aspectos como la clase, puesto que las mujeres que se trataban de tal enfermedad solían ser de clase media-alta, al ser las únicas que podían permitirse el costoso tratamiento.
Es interesante pensar cómo el conocimiento científico, enmarcado en una época y lugar concretos, construye narraciones potentes que extienden su influencia a muchos niveles. Como señala Mari Luz Esteban en su libro Crítica del pensamiento amoroso:
…la importancia que las técnicas surgidas en Occidente a partir del siglo XVII (para reprimir en un primer momento la masturbación y curar la histeria) tienen en el conocimiento, control y producción de ese sujeto con identidades sexuales y cuerpos muy concretos. Tecnologías del género que han seguido renovándose y proliferando y que tienen como fin la producción de feminidades y masculinidades heterosexuales, insertas en discursos y prácticas médicos, reproductivos y morales.
Histéricas de nuestros días
El reto se encuentra pues en cómo analizar emociones individuales que tuvieron explicaciones colectivas. En el caso de la histeria, se produjo una homogeneización brutal, pues la melancolía o la irritabilidad se redujeron a un mínimo común: la patología del útero.¿De qué modo se podría obtener una explicación profunda de lo que ocurrió cuando se desarrollaron las tecnologías y categorías histéricas? ¿Cómo y por qué aún hoy en día persiste esa imagen de la mujer histérica, presa de humores relacionados con su ciclo menstrual o con su naturaleza indomable?
En la histeria se daban elementos fisiológicos, con manifestaciones corporales y elementos emocionales con síntomas como la tristeza, la depresión o la irritabilidad. De este modo, esta categoría diagnóstica puede ser analizada como un complejo escenario donde entran en juego el sistema médico y la producción de conocimiento así como la sexualidad y las emociones o la moral y la religión.
La patologización del cuerpo femenino y la medicalización de sus procesos son entidades que cobran cada vez más relevancia en diversas investigaciones. Parece como si la medicina convencional llevara siglos insistiendo en que el cuerpo y, con mayor hincapié, el de las mujeres, es un mecanismo complejo cuya lectura solo puede ser realizada a nivel micro por expertos.
Si cuando existía y se usaba la histeria como categoría diagnóstica era la insatisfacción vital lo que explicaba una serie de síntomas muy amplios, ¿podremos hoy en día aventurar que son las hormonas las que han venido a llenar ese vacío?
La ciencia parece empeñada en seguir buscando explicaciones totalmente parceladas para explicar las emociones y sus cambios en las mujeres. La melancolía es un sentimiento que, probablemente, tiene en algunos casos una base fisiológica pero, ¿podemos permitirnos de nuevo que el discurso restrinja la agencia de las mujeres para seguir mostrando nuestros cuerpos como incontrolables y esclavos de su propia naturaleza?
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