Yayoi Kusama: la locura en lunares


Cecilia descubrió a Yayoi Kusama en una exposición en Buenos Aires. Acá hace un repaso sobre su obra y su vida, donde la psicodelia, la locura y el dolor tienen un rol protagónico.

A Yayoi Kusama la descubrí hace unos años atrás, en el 2013, cuando el Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (MALBA) trajo a la ciudad su exposición «Obsesión Infinita». Esa fue la posibilidad para muches de nosotres de poder, por primera vez, acercarnos a la obra de una artista excepcional. Tal vez olvidada para el medio masivo, Kusama es sin dudas revolucionaria: el encanto que generan sus creaciones como su incansable búsqueda de dejar escapar su locura en una eterna espiral de lunares la convierten en una artista especial.

El comienzo de la historia: su vida en Japón y su viaje a Estados Unidos

Yayoi Kusama (cuyo nombre en japonés es 草間 彌生) nació en 1929 en una localidad del centro de Japón: Matsumoto. Allí vivió los primeros años de su vida hasta su adultez. Su interés por el arte plástico, tan lejano del mundo conservador y tradicional que su familia y la sociedad en la que vivía llevaban, despertó desde muy temprano como medio para expresar todas aquellas cosas que una niña introspectiva no podía canalizar de otro modo.

Antes de terminar su educación ya realizaba pinturas y dibujos, aunque ellos poco y nada tendrían que ver con el estilo que desarrollaría en su vida adulta. Educada en colegios donde la única posibilidad de aprendizaje artístico se vinculaba con la cultura tradicional japonesa, con los dibujos de tinta china conocidos como Nihonga y con escenas de delicadas y elegantes geishas, Yayoi Kusama decidió escapar de ese mundo ya muy joven. Así, cerca de cumplir los treinta años se trasladó a Estados Unidos, atraída por las novedosas corrientes artísticas occidentales y deseosa de poder dar rienda suelta a algo que le nacía dentro del cuerpo, que le inflamaba el pecho como una llama, algo que necesita liberar.

Ya en Estados Unidos, su vida se transformó completamente: su personalidad, su estilo y tal vez su procedencia la convirtieron en un elemento atractivo para la escena artística. Progresivamente se fue integrando a la vida vanguardista neoyorkina en la que los excesos y la búsqueda de placer constante se diferenciaban mucho de su vida en Matsumoto. Así, en un corto tiempo sus pinturas llegaron a ser expuestas junto a las de Andy Warhol y otros grandes artistas pop. Muches sostienen que ella fue una influencia para varies de estes artistas ya que sus obras se caracterizaban por mostrar una paleta de colores llamativos, siluetas deconstruídas, combinaciones de formas geométricas que se repetían incansablemente y entornos psicodélicos nunca antes vistos.

La ruptura y la psicodelia infinita

Nunca encontraremos en la obra de Yayoi Kusama piezas de tipo figurativas ya que esta enorme artista japonesa se dedicó en su adultez a la creación de obras conceptuales que pudieran transmitir desde los colores, las formas, las siluetas todo aquello que se relacionara con emociones, con esa pasión interna que no es fácil de traducir en figuras concretas.

Siempre prefirió trabajar con materiales novedosos como espejos que cuelgan, infinitos colchones con formas irregulares sobre los que uno puede recostarse y perderse entre los lunares, globos de enorme tamaño o habitaciones absolutamente abarrotadas de puntos, luces y siluetas. A estas esculturas de tipo blando (como los colchones o sillones con formas irregulares) se las conoció como «Acumulaciones» mientras que el nombre que dio lugar a gran parte de su retrospectiva («Obsesión Infinita») nos deja bastante claro el lugar que su amplísima pero insondable capacidad mental tuvo en su trabajo.

El arte como salvación: escape a la locura y al dolor

Ya de grande, Yayoi Kusama contaría en entrevistas que su vida se vio desde muy pequeña acompañada por la presencia de alucinaciones, visiones fatídicas y pesadillas. Su necesidad de pintar, de llenar los espacios con dibujos y de recrear de manera real aquellas formas y siluetas que veía en sus sueños fue su manera de hacer catarsis. De este modo, lograba mantener ocupada su mente y liberarla, con la concentración que tales obras requerían, de sus pensamientos tal vez autodestructivos. A ella es a quien se atribuye la frase que dice «Si dejo de pintar, empiezo a sentir tendencias suicidas» y es ella misma quien explica de manera muy clara cómo los ojos, las caras, los brazos con los que llena sus lienzos son imágenes que aparecen en su cabeza, que la invaden y que pasan de allí al mundo real cubriendo todo a su alrededor. Su obsesión infinita no es otra cosa que necesitar pintarlas o transformarlas en algo que ella pueda recrear para sacarlas de su mente.

Cuando Yayoi regresa finalmente a Japón en la década de 1970, luego de haber experimentado y jugado con todos sus deseos, miedos y locuras, se interna de manera voluntaria en una clínica psiquiátrica donde vive hasta el día de hoy. Allí sigue pintando, incansablemente, todos los días por más de cuarenta años y produciendo aquello que en estos tiempos se lleva de ciudad en ciudad, de museo en museo para que el mundo conozca.

Luego de haber hecho una cola larguísima, entré con mi amiga al museo y empezamos a recorrer la propuesta cronológica de su obra. Pinturas, diseños gráficos, fotografías, videos e instalaciones musicales consumían todos nuestros sentidos: no había espacio para el vacío. Todo estaba lleno de historia y de vida, recordándonos a ese famoso horror vacui de las pirámides egipcias o de las habitaciones de la época victoriana. Una de las instancias te invitaba a entrar a una pequeña habitación cuyas paredes estaban cubiertas por espejos en los que nunca podías dejar de verte, mientras el suelo se presentaba ante nosotras como un eterno acolchado blanco con manchas rojas. Pero el momento que más me conmovió fue el famoso pasaje titulado «El Cuarto de los Espejos Infinitos» donde pudimos hacer un recorrido breve por una habitación a oscuras en la que, desde el techo, colgaban cientos de miles de pequeñas lucecitas que cambiaban de color y creaban diferentes atmósferas: nostalgia, desesperación, agobio, esperanza.

No tengo ninguna duda sobre que Yayoi Kusama es una mujer única, que decidió tomar con sus manos el curso de su vida. Su pulsión de vida, frente a la locura, es inagotable y lo seguirá siendo aún cuando ya no esté en este mundo. Su serie de fotografías «Self obliteration» o «Autoborramiento» en las que aparece cubierta de lunares en un mundo lleno de puntos supone una necesidad de perderse, de dejarse ir, de disolución de su propia identidad. O tal vez de ímpetu por nunca dejar de existir.

Si te interesa saber más sobre Yayoi Kusama, te recomiendo este corto que realizó junto al artista visual Jud Yalkut en 1967: Kusama’s Self Obliteration.

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