Elo nos plantea si es verdad la manida frase de que la gente no cambia o si, por el contrario, las personas tenemos mucha más capacidad de evolucionar de la que pensamos.
Mi experiencia me dice que sí, por desgracia hay gente que nunca cambia y con sus acciones (o su ausencia) te puede hacer mucho daño. Mi experiencia también me dice que lo mejor que se puede hacer en estos casos es alejarse. Si alguien nos ha demostrado en repetidas veces que no le importamos, no tenemos por qué aguantar nada que no queramos. No quiero decir con esto que se trate de malas personas, sino de personas que no encajan con nosotres y que es mejor dejar atrás.
No podemos, o no deberíamos, dejarnos la piel en una persona que siempre nos hace daño con lo mismo. Esta idea de la abnegación y la paciencia infinita pueden parecer cualidades estupendas pero, ¿qué pasa cuando, a fuerza de dejar pasar experiencias dañinas, acabamos con el corazón encogido y el alma por los pies? Quizá ese es el momento de enfrentarnos a esa persona que nos daña y dejarla atrás, aunque nos duela.
No quiero parecer una pesimista o alguien intransigente con esto que digo. La otra cara de la moneda son esas personas que nunca nos han demostrado nada bueno y que, de repente, quizá toman conciencia de que lo que han hecho no era correcto y saben pedir perdón y empezar a comportarse bien con nosotres. Yo siempre doy a la gente el beneficio de la duda; y prefiero llevarme un chasco antes que dejar pasar a una persona que realmente me puede ofrecer cosas buenas.
El problema está en saber distinguir cuándo realmente una persona tiene voluntad de cambio y cuando no. ¿La clave para esto? Siento deciros que no existe. Ojalá tuviéramos una varita mágica que nos permitiera saber si una persona nos va a defraudar o no. Pero, como en casi todo, la vida es riesgo, y yo nunca he sido amiga del más vale malo conocido que bueno por conocer.
Estoy segura de que ser así me ha hecho llevarme muchas desilusiones, que me hagan daño o que me tomen por tonta. Pero si eso me ha servido para descubrir a grandes personas o para reconfortar a aquellas que han decidido dar el paso del cambio, bienvenido sea. No me arrepiento de nada.
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