Nuestra vida es un terreno de batalla

No todas las revoluciones son famosas ni aparecen en los libros de historia. No dejemos de lado lo cotidiano porque nuestra vida es un terreno de batalla.

terreno de batalla_Cambios_Proyecto Kahlo
Ilustración de Laura Izquierdo

Hay revoluciones que ciertamente no se libran en campos abiertos, ni en las murallas de las ciudades ni bajo tierra. ¿Qué pasa con las revoluciones que no aparecen en ningún libro de historia? ¿Dónde se gestan las revoluciones que no aprendemos en la escuela? ¿Cómo y por qué son grandes las revoluciones que ocurren en una cocina, en un parque de un barrio cualquiera o bajo la piel, allá por las entrañas?

Partiendo de la base de que las revoluciones no pueden ser sólo las televisadas, ni las narradas, ni las históricas, queda pues un vasto espacio revolucionario que conquistar desde la individualidad o desde los márgenes.

Cuando un niño o una niña se niegan a jugar con los coches o con la Barbie que les han regalado porque desean jugar con una cocina o con un balón, están desatando una revolución. Cuando una trabajadora del hogar dice: esta noche no friego los platos, me voy a ver mi serie favorita, abre un espacio revolucionario. Cuando una mujer, cansada del acoso callejero, compra un spray anti violadores, joder si está iniciando una revolución.

Todos esos gestos van a tener consecuencias. Todas esas decisiones van a tener repercusiones. Y lo más importante es que les principales afectades van a ser las personas más cercanas a elles. Entonces, la revolución comienza a contagiarse. La llama está prendida y el cuestionamiento de los patrones se ha iniciado.

No todas las revoluciones son colectivas, no todas las revoluciones toman las calles. Existen revoluciones que se dan a un nivel profundamente íntimo. No se pueden compartir fácilmente, quizás ni siquiera pretendan ser compartidas.

Cuando un chico decide dejarse llevar y en la soledad llorar para consolarse después de haber reprimido las lágrimas durante semanas, ha sido el protagonista de un acto revolucionario. Cuando una chica decide que se acabó el usar sujetador porque le es incómodo y porque ya no le importa si se transparentan sus enormes pezones a través de la camiseta, está siendo el motor de una revolución individual.

Todos estos gestos individuales que confrontan la normatividad corporal, emocional, relacional o de género, son revoluciones verdaderas. Pueden iniciar cambios en sus alrededores. De hecho, si en algún momento pasan a ser compartidas de manera informal con otras personas, las reflexiones surgidas de ese contacto van a traer consigo más gestos revolucionarios.

No todas las revoluciones saben de armas, de ruido, de grandes aglomeraciones o de colectividades. Las revoluciones que se tejen dentro del universo de nuestros cuerpos y los pensamientos y emociones que los orbitan tienen tanta potencia como todas las demás.

No me gusta demasiado el tono autoayudativo pero sí que os propongo algo: que miréis hacia atrás y penséis en todas las revoluciones que habéis desatado. Pensad en vuestros comportamientos, en vuestras respuestas ante determinadas situaciones. Recordad aquella vez que os enfrentasteis en soledad a la injusticia, rememorad todas las gestas revolucionarias que han tenido como base vuestro cuerpo.

La individualidad es revolucionaria, la fuerza de la diversidad es la mayor revolución que jamás vaya a acontecer. Merece la pena rescatar todas las cosas que hemos hecho para enfrentar la norma, porque en ellas reside la esperanza y la base de todas las demás revoluciones.
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