Una Frida comparte con nosotres este relato sobre vivir con fibromialgia y la importancia de encontrar sonoridad en el resto de las mujeres.
«La alianza de las mujeres en el compromiso es tan importante como la lucha contra otros fenómenos de la opresión y permite crear espacios en que las mujeres puedan desplegar nuevas posibilidades de vida»
Marcela Lagarde
Algunes han escuchado hablar de los cortos circuitos, de los cables que, a veces, se quiebran y que con dificultad se pueden volver a conectar, pero ¿alguien ha escuchado hablar de las fibras corporales que se ensanchan y de repente es imposible volver a ubicarlas en su lugar? … Pues bien, esa es la situación que nos ha puesto en un lugar que además de solidario es de un gran nivel de sororidad.
Somos muchas mujeres con historias y experiencias diferentes, procedentes de lugares desconocidos, de familias con anécdotas, memorias y reflejos diversos en nuestros cuerpos, mentes y espíritus. Mujeres cuya vida ha tomado rumbo hacia la transformación de sus fibras más sensibles, de su profundidad y hasta de la exploración de lo inesperado en sí mismas.
Mujeres con fibromialgia, eso somos.
Mujeres expuestas a los cambios del medio, a la lluvia, al sol, al tacto, a la intensidad de los días, pero también a la inconsciencia social, al machismo, a las negligencias de un sistema de salud pensado en clave patriarcal y excluyente, a entornos laborales que conciben al humano como máquina, a un mundo que fácilmente produce sufrimiento pero que difícilmente lo combate y, con mayor tristeza, a la indiferencia de la gente.
Nuestras luchas colectivas tienen su nudo en lo cotidiano, pasan por el cuidado de nosotras mismas y de la otras, por descubrir códigos de comunicación que nos han permitido comprender lo que sienten las demás en sus momentos más críticos o de disfrute, por el diálogo sobre lo justo o injusto de nuestros entornos, por las circunstancias de apoyo en las que requerimos de la presencia física para fortalecer los lazos que nos hacen más cercanas. Así practicamos la sororidad entre nosotras, entonces la lucha también ha sido, como dice la feminista y antropóloga mexicana Marcela Lagarde, por crear espacios en que las mujeres podamos desplegar nuevas posibilidades de vida.
Aunque los senderos por donde recorrer la vida sean millones, en momentos de crisis fibromiálgica la neblina en ellos se vuelve espesa y nos deja ver poco. Muchas veces nuestro soporte es rememorar palabras que no provienen de falsos manuales de autoayuda, sino de las reflexiones sobre el síndrome que hemos sostenido con otras mujeres y que pasan por la relación entre emociones, cuerpo y sociedad, detrás de ellas muchas veces hay historias de violencias guardadas que se han ido quedando pálidas en el camino, muchas asociadas a nuestra condición de mujeres en el mundo.
Llamamos, escribimos, preguntamos, escuchamos, dialogamos, caminamos, sugerimos, contemplamos, interpretamos, soñamos, experimentamos, nos arriesgamos. Así ahondamos en las posibles palabras y acciones emergentes sobre todo aquello que nos afecte y que podamos solucionar como grupo de mujeres, sobre nuestras relaciones de pareja, familiares, sobre lo político de nuestras vidas en lo privado y lo público, conversaciones y encuentros que no se vuelven únicamente espontáneos sino intencionados, sabemos que hay mucho por tejer y que las opciones de crear un mundo en donde quepamos nosotras también es posible.
Rearmamos el cuerpo no para adaptarnos al mundo, sino para que el mundo se adapte a nosotras, ahora hablamos con menos temor cuando algo duele, cuando algo dentro se expone y de repente tiende a ser más sensible. Permanentemente reorganizamos la cabeza, los brazos, las piernas, los ojos, la espalda, el corazón, las orejas, la piel, las manos, los pies, y así cada parte y detalle corporal, cada vez más conscientes de que es mejor persistir ante el error y extraviarnos que postrar las angustias sobre un colchón. Para nosotras ha sido valioso que el mundo alrededor comprenda de qué se trata esto, el síndrome y sus síntomas, pero además el necesario compromiso de cambiar el entorno social que nos rodea. Y así vamos, desordenando cada una y con las otras nuestra habitación propia.
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