Mónica nos habla de la sororidad interseccional y de cómo es importante apoyar y empatizar más allá del círculo de amigas, para así poder construir un feminismo más inclusivo y poderoso
La primera vez que me asaltó la sororidad como sentimiento fue hace unos 5 años, y yo llevaba ya muchos años de militancia feminista. Sin embargo, el sentimiento no había llegado aún. Un día, estaba viendo un documental que se llama La guerra contra las mujeres, y ahí algo cambió en mi interior. Algo se rompió, algo se hizo más fuerte. Es un documental terrible, que explica la realidad de la violación como arma de guerra a nivel mundial, con testimonios en primera persona de mujeres cis violadas y de hombres cis violadores. Este documental es una de las cosas más terroríficas que he visto en mi vida, pero había visto otros muchos documentales horribles que no habían provocado en mí ese sentimiento tan profundo. De repente, sentía el dolor de todas ellas en mí. También pude sentir su resistencia, su fortaleza y su valentía para seguir adelante. Por supuesto que ya lo sabía teóricamente (gracias a Simone de Beauvoir y Monique Wittig, entre otras), pero por primera vez sentí mi pertenencia a un género oprimido que se extiende de manera transversal por todo el planeta. Por vez primera la experiencia de otras mujeres cis, a pesar de nuestras diferencias, era algo con lo que me sentía profundamente identificada.
Después, he vuelto a sentirlo en numerosísimas ocasiones.
Cuando una amiga me cuenta que le han tocado el culo. Cuando mi abuela me relata cómo la trataban en el internado. Cuando mis alumnas de autodefensa feminista me cuentan lo que han vivido. Todas, desgraciadamente, tenemos algo que contar, y siempre siento una patada en el estómago cuando me doy cuenta de esta situación de vulneración de nuestra integridad física y mental en la que tenemos que vivir en esta sociedad patriarcal de mierda.
Al ver la serie Top of the lake, pude sentir esa rabia milenaria reconcentrada en una niña de 12 años. En la última temporada de Orange is the New Black, se me escapan las lágrimas y quiero gritar cuando todas unidas piensan y dicen «la sororidad es poderosa». La reciente adaptación televisiva de la novela de Margaret Atwood, El cuento de la criada, juega con esta idea de una manera muy visual: cuando las echan a todas del trabajo el mismo día y van todas juntas andando, sintiendo la misma rabia y la misma impotencia; cuando Janine pare y todas unen sus cabezas encofiadas, signo de su estatus oprimido, en un gran abrazo común.
Al escuchar el monólogo No sólo duelen los golpes, de Pamela Palenciano, la patada en el estómago se convierte también en comprensión de por qué nos ocurre esto: por una sociedad machista, heteronormativa, clasista, capitalista, imperialista, que nos sitúa a las mujeres, tanto cis como trans, en una situación de vulnerabidad estructural. Este mismo sistema sitúa a otras personas con otros rasgos de identidad diferentes en otras situaciones distintas de vulnerabilidad. Y, por ello, tenemos que abrir nuestra sororidad a una perspectiva interseccional.
La interseccionalidad también parece ser una palabra de moda últimamente. Esta perspectiva fue acuñada por Kimberle Crenshaw, pensadora feminista negra que señaló que no era lo mismo ser una mujer blanca que ser una mujer negra. Parece una obviedad, pero se nos olvida constantemente desde nuestras situaciones de privilegio. Evidentemente, nos atraviesan ejes de opresión y de privilegio diferentes. Como mujer cis blanca bisexual (por poner cuatro cositas), puede que esté oprimida por ser mujer y bisexual, pero tengo privilegios cis y blanco.
Por ello, nuestra capacidad de sentir empatía en la sororidad no puede reducirse a aquello que podemos captar con nuestras propias experiencias. Por supuesto que no puedo captar lo que es ser una víctima de violación de guerra en Bosnia, pero eso no impide que mi sororidad se despliegue y se nutra de esa rabia y esa fuerza. Nuestra sororidad no puede reducirse a nuestras amigas, como ocurre en muchas ocasiones. En esta sociedad ultra-individualista, se ha perdido la capacidad para empatizar más allá de nuestras propias narices. Parece que sólo nos duelen las cosas cuando las viven nuestras amigas; si no conocemos a la persona que está sufriendo, igual nos da todo. La sororidad no puede quedarse en nuestro grupito de amigas, sino que tiene que expandirse para recoger las experiencias dolorosas y empoderantes de tantes sujetes oprimides por diversos ejes de opresión.
Sin embargo, en muchas ocasiones fomentamos feminismos exclusivos que se centran solamente en la opresión que vivimos las mujeres cis blancas y se olvida de la situación de vulnerabilidad que viven otros sujetos que también sufren bajo el heteropatriarcado: las mujeres trans, las mujeres cis y trans de color, las personas con género fluido, lxs agénero, las lesbianas, lxs asexuales o con diversidad funcional, y un largo etcétera. Así, aparte de invitarnos a unir nuestra lucha feminista con otras luchas por la justicia social, la interseccionalidad nos hace ver la necesidad de reestructurar nuestros feminismos desde dentro de manera que sean más inclusivos y tengan un mayor alcance para conseguir herramientas de lucha transformadora.
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