El rock del macho: la estrepitosa caída de una ilusión

La denuncia a los ídolos del rock antes era inviable. Hoy hablamos de las noticias de denuncias al cantante de una banda de rock argentina y la defensa que se hace de él en los medios.

Como todes nosotres, fui adolescente alguna vez. Aunque ya he perdido de vista un poco el fanatismo por el rock que me supo acompañar en aquellos años en los que la conformación de la identidad propia es vital, siempre recurro a las bandas que me representaron y que me hicieron conmover desde las melodías o las letras de sus canciones. Nunca fui una groupie, ni tuve la fantasía real de conocer a ninguno de mis ídolos, tampoco asistí a enorme cantidad de recitales de rock: la música para mí siempre fue algo más parecido a un ritual íntimo y privado, auriculares de por medio y muchas pilas para escuchar una y otra vez esa canción que me volaba los pelos.

En mi país, Argentina, el rock ha sido desde sus comienzos una de las formas culturales más convocantes. Para aquelles que escapamos a la amplia popularidad de otros ritmos, caribeños, tropicales o bailables, el rock siempre ha sido un refugio donde sentimos representadas nuestras voces en un mundo que creemos lleno de hipocresía, superficialidad, o melodías marketineras repetidas.

Pero seamos honestes: el hecho de que la escena del rock (tanto local como internacional) estuviera usualmente dominada por figuras masculinas a las que idolatramos y admiramos sin siquiera cuestionar nos ha hecho muchas veces vulnerables. Consumidas tal vez por esa fantasía del amor romántico y platónico que tanto daño nos ha hecho, hemos sido muchas las que vimos en nuestros ídolos rockeros al amor de nuestras vidas, al hombre perfecto que además de tener la mejor voz o tocar perfecto la guitarra, escribía letras que nos convencían y moldeaban. Cuando une se detiene a pensarlo, es muy profunda la desigualdad de poder entre una parte y la otra. También han sido históricamente muchas las que en la práctica han tenido experiencias reales con aquellos músicos a los que seguían desde abajo del escenario, embelesadas como los marineros con el canto de las sirenas.

En los últimos años, sin embargo, esa imagen idílica, irreal e iluminada del mundo del rock y de los músicos en sí mismos, ha comenzado a venirse abajo. Una nueva verdad ha surgido: el ámbito del rock es mucho más oscuro de lo que realmente pensábamos quienes lo experimentábamos sólo como simples espectadoras o quienes lo vivieron en carne propia y recién hoy se animan a contar sus padecimientos. Calladas en el pasado por la voz de la conciencia moralista y patriarcal (voz que se reproducía además de en nuestra propia cabeza en la voz de nuestros familiares, amigues, conocides y obviamente en los medios, «si me pasó esto por algo habrá sido», «las groupies son todas regaladas», «ya quisiera ser estrella de rock para tener mujeres a mi disposición») pero también calladas por la vergüenza, la incredulidad de lo vivido o simplemente por pensar que lo experimentado era algo natural, merecido, que muchas habían buscado o provocado, cada vez son más las chicas y mujeres que hoy toman coraje para hacer públicas denuncias contra músicos del rock otrora incuestionables.

En los últimos días se dieron a conocer las voces de numerosas chicas que denuncian al líder de una joven banda de rock argentino. La variedad de situaciones abunda: desde maltrato psicológico y emocional, hasta abuso de menores y abandono frente al embarazo y posterior aborto de una de sus seguidoras. El macho convocante, como en otros casos, recibió el apoyo de sus compañeros de banda, de muches seguidores y de periodistas del rock que hace décadas vienen simulando rebeldía y que en realidad no logran enmascarar su dificultad para adaptarse a una sociedad en la que el feminismo comienza a arrollar a los privilegios patriarcales. Mario Pergolini, periodista radial hoy al frente de una de las emisoras con menos espacio para voces femeninas, entrevistó días atrás al líder de la banda para que diera su versión de los hechos (no se ha registrado que hiciera lo mismo con las víctimas denunciantes) y hasta se dio el lujo de decir que el cantante de la banda en cuestión no puede ir por la vida haciéndose cargo si le salen «novias despechadas». Evidentemente, tener el coraje de contar en un mundo tradicionalmente agresivo y violento hacia las mujeres una experiencia de abuso y  maltrato es para algunos machirulos una oportunidad que nos damos para destilar veneno, resentimiento o desesperación. Qué va. 

Esta historia y sus víctimas no es, de todos modos, la única ni será tampoco la última. Casos como los que se han contando en los últimos días se suman a una larga lista de denuncias contra músicos de rock de diferentes bandas, algunas más conocidas que otras. Frases polémicas impunemente llenan los medios (Declaraciones de Gustavo Cordera), porque estos personajes siempre tienen micrófonos y cámaras para demostrar su forma de pensar, de actuar o de ser. Actos abusivos de todo tipo, naturalizados como parte de una fe rockera que sirven para demostrar masculinidad o poder y que destruyen a quienes los han sufrido, son constantemente relativizados porque claro, un abuso sexual, psicológico o emocional casi no deja pruebas y es mi palabra contra la tuya.

¿Qué es lo que lleva a una chica, en soledad, a contar una experiencia de sufrimiento en manos de alguien a quien se idolatraba y que, además, cuenta con el beneplácito de un público cada vez más cegado por el fanatismo y las ganas de no creer lo que no se quiere creer? Yo pienso que es, básicamente, el coraje. Sí. Esa cualidad que históricamente se utilizó para describir a los hombres (¡existe incluso el sinónimo hombría!) la veo cada vez más en mujeres y eso no deja de sorprenderme. Hay que estar dispuesta a hacer pública una historia muchas veces dolorosa y traumática en un mundo preparado para cuestionar tu voz y para hacerte sufrir aún más, haciéndote sentir culpable y avergonzada por lo vivido. Lo que prevalece es siempre el coraje, la valentía, las ganas de que lo que una vivió no lo viva nadie más, la necesidad de dar a conocer la estructura de impunidad, abuso de poder y aprovechamiento que existe en el mundo del rock, la conciencia cada vez más fuerte de que somos nosotras las únicas que nos podemos cuidar y protegernos a nosotras mismas.

Por suerte, existen algunas esperanzas de que este mundo tan desigual e injusto para las mujeres pueda comenzar a ser un poquito mejor. Entre ellas, rescato con profunda admiración la entereza de las chicas y mujeres que siguen hablando y haciendo públicas sus historias para que se sepa lo que muchos quieren ocultar, que se organizan, se conocen y buscan juntas salir adelante. Rescato las voces de las periodistas feministas que hoy, en nuestro país, muestran coherencia y absoluta entrega a defender  a quienes no son otra cosa más que víctimas. Ellas están construyendo otros medios, donde no se cuestiona sino que se escucha a quienes han padecido estas situaciones, se las acompaña. Rescato a las mujeres artistas y músicas que, a pesar de tener compañeros de banda denunciados (con todo el dolor que eso puede implicar), hacen prevalecer los relatos de las víctimas y no son parte de la cofradía machista de rockeros que también, como el patriarcado, se van a caer. Ellas, todas mujeres, son nuestro faro para seguir luchando por un mundo más libre y justo.

 

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