Distancias de una misma

Laura es psicóloga y trabaja en un Refugio para víctimas de violencia de género en Buenos Aires. Esta es su experiencia.

 

Distancias de una misma
Ilustración de Anabella

* Esos ojos graves. Me lastima. ¿Quién es?
* No es mi enemiga y cuánto me duele. ¿Quién es?
* Un dulce sabor se filtra en mi cuerpo tibio de un futuro grande. Veo esa marca oscura en su mirada. ¿Quién es?
* Me escondo en sus palabras y la busco. Espero a su demonio en los pliegues del discurso. ¿Quién es?

Mucho hay escrito sobre la distancia necesaria para operar como psicóloge. Pero cuando una se sabe mujer, feminista, activista, esto se vuelve un arduo esfuerzo cotidiano. ¿Qué hago con lo que inevitablemente siento? Es una tarea de autobús volviendo a casa cada noche, de repensar mi práctica en cada frustración, de cada esperanza, de cada mujer que pasa por el Refugio para víctimas de violencia de género. Son las horas extras dedicadas a disociar, analizar, desmenuzar la experiencia vivida. Por eso quise ensayar un texto que pueda (intente por lo menos) recorrer el camino inverso, volviendo a integrar mis emociones con los movimientos que surgen en el acompañamiento de las mujeres alojadas en el Refugio. Ciertamente, estos movimientos no tienen lugar en todas las mujeres, pero creo posible una agrupación, alguna regularidad, que con suerte les permita acercarse a mi experiencia en este campo.

El ingreso y las primeras defensas

Un “ingreso” es para mí el inicio de una pregunta sobre esa mujer que se sienta en el consultorio y me mira raro. Y es raro porque, a veces, pasa que dentro de ese consultorio, por esos cuarenta minutos, pareciera que soy la dueña del universo. Siento que al mismo tiempo que me otorgan un poder descomunal, se alejan desconfiando. Muchas mujeres ponen una distancia tremenda bajo la forma de una aceptación de todo lo que digo, porque personifico la Institución, el Estado y (para algunas) el poder. Este es un momento dificilísimo porque todo empuja a creer que la cosa va bien, y una se infla con la caricia narcisista. Pero hay que sacudirse de estas designaciones que nos dejan muy cerca de un agresor.

Siento su marca pero no logro sostenerla. Qué frio recorre su contorno, qué fuego enciende cuando habla. Puedo confiar en esa boca amarga y filosa, pero ¿qué grito aúlla entre las palabras?

¿Cuánto puede someterse a mis lecciones sin en verdad decir nada?
Cuánto quisiera enterrarme en la cueva oscura que ocupa su pecho.
¿Por qué la memoria juega a su favor?
¿Por qué no puedo empuñar su alma y abrirla como una naranja?
Quizás esta duda que me aturde sea el presentimiento del horror, el temor que doblega la voluntad

Bajan las defensas y ella aparece

Si logro que me acompañe en el salto, los relatos que sostienen la distancia, y de alguna manera su anonimato, se empieza a quebrar. Ese es para mí el momento esencial de todo este trabajo, ahí aparece cada mujer, su lógica, su vida, lo propio de cada una. Y ese encuentro, ya sin recelos, hace eco y agiganta las expectativas, que a veces desbordan.

Intenta encarnar un cuento de princesas en su cuerpo. Pero ella es la historia que nadie cuenta. Cómo podemos encerrar nuestra experiencia cuando todo nos deja solas.

Yo no quiero saber sobre su “episodio”, quiero escucharla a ella, quiero que me diga su nombre y sus miedos.

¡Cuánto la quise hoy!

Hay una idea que quizás se aleje demasiado de la realidad pero hoy la siento indefensa, retraída sobre una esquina, o desesperada por tapar con colores un agujero terrible.

¿Quién habrá sido la última persona en preguntarle por qué le duele tanto estar viva?

Y hoy es hermética. Puedo sentarme a tomar un mate en su infierno celeste, buscando un mapa del espejismo y verla envuelta en lágrimas.

¡Si pudiera tragarme ese silencio!
¡Si pudiera arrancar esos pedazos crudos del mundo!
¡Si pudiera mirarla en sus restos hasta hacerla recordar que la historia existe!
Quiero separarle la carne agotada de hoy y besar el aguijón de su pasado.

El egreso

Creo que guardaba un universo castaño, lo llevaba con ella y me lo descubría a veces. Y es que acaricié el borde cuando hablábamos.

Sólo el borde.
Uno a la vez.
Y eso es todo.

Quise escucharla en tonos alegres. Quise verla reír.

Y embravecida así como vengo, un día veo en el calendario una fecha de “egreso”; señal de que tengo que apurar un proceso de cierre que, más que un papeleo engorroso y formal, para mí es una despedida.

Por María Laura Font Nine (33).Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina.

 

 

 

 

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