Julia nos explica lo que siente cada vez que alguien le pregunta: pero, ¡¿qué harás con tus tatuajes cuando seas vieja?!
Recuerdo que él era bastante atractivo. Tenía buena conversación. Salimos un par de veces. Besaba bien. Nos gustábamos. Un día, paseando por la ciudad nocturna después de haber tomado unas tapas, me dijo, sonriendo:
– Me pareces muy guapa.
¿A quién no le gusta que le regalen un poco el oído? Yo sonreí a su vez… Pero mis labios se torcieron cuando me espetó:
– Aunque, ¿sabes? La verdad es que estarías mucho mejor sin los tatuajes y sin tantos piercings.
¿HOLA? Mi cara tuvo que ser un poema. En ese momento me quedé helada, así que simplemente me puse seria y le dije que me marchaba a casa. No volví a quedar con el tío en cuestión.
Creo que esto que cuento aquí no será algo que me haya ocurrido solamente a mí. Teniendo en cuenta que cada vez nos tatuamos más, es comprensible que las reacciones ante nuestros cuerpos modificados también se disparen. Datos de la Academia Española de Dermatología de 2016 apuntan que un 30% de la población española entre 18 y 35 años tiene algún tatuaje.
Los juicios ante las decisiones de modificar el cuerpo son infinitos. Y no suceden solamente cuando los cambios son permanentes; también se dan cuando nos cortamos o teñimos el pelo, cuando nos pintamos las uñas o cuando nos compramos unas gafas llamativas. En el caso de los tatuajes los juicios quizás sean más pesados, puesto que hacen referencia a nuestra piel y a un cambio sobre ella que en la mayoría de los casos nos acompañará toda la vida. Si tenéis tatuajes sabéis de lo que hablo: ese constante goteo de preguntas (o directamente afirmaciones) que incluyen valoraciones sobre vuestro cuerpo y vuestras decisiones con respecto a él.
- ¿Qué hace una chica como tú con un tatuaje como ese?
- Te queda bien, pero… Estarías mejor sin él, la verdad.
- Y, cuando seas madre, ¿qué va a pasar con tu tatuaje de la barriga?
- Y si adelgazas o engordas, ¿no se deformará tu tatuaje hasta parecer una mancha horrible?
- Pero, no sé… Digo yo… ¿Y para buscar trabajo? Yo creo que lo vas a tener mucho más difícil.
¿Qué obsesión tiene la sociedad occidental con la pureza del cuerpo femenino? El cuerpo de las mujeres no es ningún templo sagrado que deba ser preservado de toda mutación. Las mujeres nos hemos cansado de responder a patrones impuestos.
Estamos cansadas de tener que ser X todo el día. Nuestro cuerpo es nuestro. Y algunos pensaréis: qué obviedad tan estúpida. Pero, teniendo en cuenta la cantidad de anuncios publicitarios que nos desmembran, reduciéndonos a un cacho de pierna o un trozo de escote, no me parece descabellado repetir hasta la saciedad semejante obviedad: NUESTRO CUERPO ES NUESTRO.
A lo mejor es por eso que puede llegar a ser molesta e inquietante una mujer tatuada. Ya lo tenemos suficientemente difícil en este mundo como para encima tener que preocuparnos de satisfacer estos ideales de piel intacta, suave, lisa, sin estrías, sin pelos y libre de tinta. Diversos estudios apuntan que los factores que más influyen en la percepción negativa de una persona tatuada son el tamaño y la visibilidad de los tatuajes que lleve. Y esto indica que aún hay que superar muchos prejuicios con respecto a las personas profusamente tatuadas en las sociedades occidentales.
Y entonces llega la pregunta del millón…
Aún así, cuando somos jóvenes parece que los tatuajes no queden tan mal. Están de moda, son bonitos, lucen bien. Pasados los años, sin embargo, cae sobre nosotras otra losa: la de la vejez. Y una vieja parece encajar mejor en el estereotipo si lleva ropa ancha, gafas de aumento de culo de vaso y habla bajito. Una abuelita dulce que hace tartas para delicia de sus nietes, que cuida de su marido y que no llama demasiado la atención.
Me preguntan a menudo, y apuesto algo a que a vosotras también:
– ¿Y qué pasará cuando seas vieja? Tu brazo va a parecer un pergamino mal enrollado…
Pues, cuando seamos viejas, luciremos arrugas y TATUAJES, llenos de vida, de rabia, de experiencias y de historias que contar. Seremos una generación de viejas con los cuerpos vivos, fluidos y llenos de tinta. Nuestra carne será como un libro abierto, arrugado, pero esperando a ser leído igualmente. Si tenemos nietes o compartimos espacios con niñes, podremos relatarles mil aventuras e incluso inventar historias en base a nuestra piel tatuada. Y nos observaremos frente al espejo y podremos regresar a miles de momentos vividos, accediendo así a nuestra memoria a través de las imágenes que nos han acompañado tantos años.
Una vez hablaba con mi amiga Irene, tatuadora en su propio estudio en Granada, y ella me dijo:
Casi todo en el mundo es efímero, el tatuaje no lo es.
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