Una lectora afirma que con las emociones actuamos como con los sofás. Acumulamos sofás nuevos cada vez que nos deja de gustar el anterior. Quizá, antes de comprar otro sofá, deberías prestar atención al que lleva meses arrinconado en tu salón
No llores. Sobre todo, no llores más. No arreglas nada llorando.
Así se presenta la cultura del hedonismo: pintamos solo de color rosa, bebemos tés mágicos de tazas llenas de mensajes felices mientras nos inundan con frases positivas en nuestras redes sociales. Pero, ¿dónde está la cara B de la cinta? ¿rechaza nuestra sociedad determinadas emociones? ¿las emociones de bajas vibraciones no venden?
Es así como se discriminan las emociones que duelen, que escuecen, que pican, las que se agarran al estómago, las que bombean lágrimas, las que te secuestran en una cama, o te atrapan en una canción que sólo habla del ayer.
Hemos construido una sociedad en la que hay emociones buenas y emociones malas. Y sentir las malas, es alejarse de la felicidad, no estar a la altura: fracasar. La angustia, la tristeza, la nostalgia, la rabia, la inseguridad, la indecisión, el desamor, el dolor…que pasen rápido pensamos, que injusto, ¿Por qué esto ahora? Y entonces, nos resistimos.
Estas emociones quedan excluidas de nuestras realidades. Sin embargo, estas emociones son las responsables de la mayoría de logros de nuestra vida. Afortunadamente estamos dotados de sensaciones que nos guían, nos ayudan a cumplir nuestro propósito, nos acercan a nosotres mismes. La ansiedad, por ejemplo, nos traslada horas debajo del agua, nos pone la mano en el cuello, y aprieta, y aprieta, más y más…Entonces nos resistimos, y por eso sufrimos. Deberíamos reeducar nuestra sociedad hacia la inteligencia emocional, entender las señales a través de las emociones. ¿Qué nos produce esa angustia? ¿Es el trabajo? ¿Mi pareja? ¿Estoy realmente en el camino correcto? ¿Decido o deciden por mí?
Sentirnos libres para vivir nuestras emociones no es fácil. Queremos ser felices, positivos, alegres, generosos, equilibrados, pero nos negamos a aceptar nuestras sombras, tan nuestras como la luz.
Quizá, esa emoción que ignoras, a la que le cierras la puerta, pero vive instalada en tu almohada, ha llegado porque te toca crecer. Hemos olvidado vivir en estas emociones sin frustrarnos, sin juzgarnos. Entenderlas como una alerta ante el estrés, un alivio en las pérdidas, una limpieza de culpa frente a los fracasos.
Sentir, es vivir, sentir lo bueno y sentir lo malo, sin cuestionarnos la emoción que inunda nuestro momento, viviendo el hoy y el ahora del color que toque. Todo aquello que llega a nuestra piel, y la traspasa, no nos deja indiferentes, nos hace crecer, evolucionar, desarrollar nuestra persona más allá del ayer y menos de lo que lo haremos mañana. Nuestras emociones son en parte nuestro instinto animal: nos protegen, nos alertan, nos avisan si hay que cambiar, si algo nos está empolvando las alas.
Que importante es entender estas emociones, acercarse a ellas sin miedo, escucharlas, sentirlas, dejar que nos sacudan el polvo. Hacerle un hueco a esa lágrima que aflora, dejar salir el grito, o quemar la rabia.
Podemos pensar que no es necesario, que hay otros caminos que esquivan esas calles donde siempre llueve y hace frío, pero entonces, nunca llegaríamos a las que baña el sol.
Exploremos esta idea de rechazo a determinadas emociones a través de una imagen más visual:
Nos deja de gustar el sofá que tanto habíamos apreciado cuando nos independizamos. Ha dejado de ser cómodo y bonito. Ya no es acogedor, no es sinónimo de hogar. Tú, inmersa en esta vida que no puede bajar de 100, en la que no hay tiempo para sentirse, entenderse y conocerse, encuentras la solución…
Al día siguiente llegas a casa y ya ha llegado tu nuevo sofá. Sin embargo, no te has deshecho de aquello que te incomodaba, que hacia tu estancia poco acogedora. No te has parado a pensar en liberarte de aquello que te frena, que resta, que dejó de aportar.
Con las emociones actuamos igual, acumulamos sofás nuevos cada vez que nos deja de gustar el anterior. En nuestra sociedad de la inmediatez, las emociones se han empañado de hedonismo. Nuestras experiencias deben ser inmediatamente gratificantes.
Quizá, antes de comprar otro sofá, deberías prestar atención al que lleva meses arrinconado en tu salón. Cárgalo, deshazte de él, sácalo de tu espacio. Pero no sigas comprando el sofá más bonito del mundo, porque para que lo disfrutes, necesitas haberte liberado del antiguo.
Conocerse es el mejor regalo del mundo. Vivir en tu piel, sentir tu estómago vibrar con un recuerdo, la contracción de la garganta cuando ya no puedes controlar más el llanto. Déjate de resistir a tus emociones, atiéndelas, mímalas, no las juzgues, hazlas tuyas y transfórmalas.
¿No crees que es hora de dejar de acumular sofás?
Alba de la Hoz (23), Madrid
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2 Comentarios
Agradezco hayan tomado el tiempo para compartir esta información util. El exceso de polvo crea un ambiente para acumular acaros y otros pequeños insectos, por eso mantener limpias las salas nos dara una zona de descanso mas comoda y comfiable.
Hola. Me ha encantado el post. Es muy sencillo de comprender aquello que nos dicen o qué sentimos y no sabemos expresar con claridad. Me encanta leer sobre lo que estoy pasando y tiene que ver con mi sombra, con esas emociones que nadie quiere expresar o qué reprimen para sentirse mejores que otras personas. Yo siempre he creído que somos un todo, y estamos hechos de luz y oscuridad y todo eso nos lleva a ser mejores personas, cuando aceptamos cómo somos. Gracias por reflexionar sobre estos temas. Un abrazo.