Una Frida nos descubre el amor libre a través de Maruja Mallo, una pintora surrealista española imprescindible en la historia del arte reciente.
Para Mallo, la vida era el resultado de un conjunto de muchas de ellas, nada era inmutable, impermeable ni permanente. La pintora surrealista fue una guerrera en tiempos revueltos, como dice la canción, y nada ni nadie la paró en esos años torbellinos del siglo XX. Vivió como pudo; pero como quiso sin lugar a dudas.
Las sin sombrero, así dice el documental. Y así dice porque Maruja Mallo tuvo la ocurrencia junto con su amiga Margarita Manso de pasar por la Puerta del Sol de Madrid sin sombrero, en una época en la que las mujeres no podían pasear con su melena al viento porque era algo parecido al pecado mortal. ¿Acaso Maruja entendía lo que era el pecado mortal? Lo que sí entendía bien era que su mundo era un mundo sin reglas, excepto cuando pintaba, que sí usaba una para medir al dedillo los planos y las figuras que quería trazar.
Maruja Mallo era libre, como pudo pero lo era. Su forma de amar no era la propia y estipulada para las mujeres, ella quería ser. Sin la –a de mujer, pero sí con la de person-a. Quería querer, pero sin ataduras ni compromisos vagos. Quería amar retroalimentándose en todos los sentidos, en lo vital y en lo intelectual. Sin explicaciones, tú en tu casa y yo en la mía.
Mallo sentó un precedente en su época; ni muches hoy (me incluyo) nos sentimos tan libres. Quizás porque para llevarlo a cabo hay que tener esa gran elegancia y perseverancia con la que ella lo hacía, estar convecides de que no poseemos, sino compartimos. En un mundo heteropatriarcal, cuya educación gira en torno a la monogamia como compromiso fiel, es difícil desprenderse de todos esos patrones. No voy a negar que aunque crea profundamente en la libertad de los cuerpos, la práctica me resulta más que complicada.
Así, Maruja Mallo amó a su manera, amó a Pablo Neruda, a Rafael Alberti, a Miguel Hernández y a otros tantos artistas desde su independencia, creyendo profundamente en el compromiso espiritual y no formal de sus relaciones. Maruja iba mucho más allá, aplicaba a la perfección ese mundo surrealista que transmitía en sus pinturas. Su mundo quedaba, así, lleno de formas estrambóticas, de teorías lejanas a su tiempo y de vivencias arriesgadas, nada que fuera mínimamente parecido a lo que muchas mujeres vivían en su época; es decir, en su realidad de los años treinta.
Tal era su forma de entender al surrealismo y al amor que Dalí fue alguien crucial en su vida, aunque esta vez desde el plano de la amistad. La pintura los unió en una especie de simbiosis artística, donde la influencia fue clara en ambos. Un legado que quedará para siempre entre nosotres para recordarnos que no hace demasiado tiempo ya hubo personas que abrieron un camino lleno de espinas, que sangraron mientras vivieron, pero al menos fueron. Siempre serán eternas entre nosotres por esa energía que dejaron en sus obras, esa sensibilidad para mirar a la vida con distintos prismas y colores.
Maruja Mallo, en la forma en la que quiera que esté, se podría hoy reír de muchas cosas; seguramente no comprendería cómo aún hoy tenemos que hablar de lo evidente; de que la mujer sigue bajo los dominios del patriarcado a través del concepto del amor romántico. No discuto que cada une es libre de amar como quiera; ella tampoco lo haría, pondría la mano en el fuego. Pero sí al menos ser conscientes de que podemos elegir, elegir lo que queramos ser, con quiénes queramos, emprender un proyecto de la manera que sea. Que ningún patrón nos condicione a sentir, ni a probar ni a amar.
Página personal: http://manhattaneterno.com
Los Comentarios están cerrados.