Mi derecho a ser gorde

Cecilia nos habla de la responsabilidad que tienen los medios al mostrar un sólo tipo de cuerpo femenino: no hay disidencia posible cuando lo único que existe es la delgadez. 

Ilustración de Kry García

Sabemos ya que vivimos en una época donde la información sobreabunda, que no hay momento del día donde no estemos recibiendo imágenes y datos sobre cómo comportarnos, cuál es la fórmula del éxito y qué objetos tenemos que tener sí o sí si queremos sentir que somos alguien. Esto sin duda alguna marca nuestro modo de ver el mundo y nos hace creer, muchas veces inconscientemente, que lo que vemos en las publicidades es lo natural y esperable. Así, algo elegido para construirse como parámetro termina siendo la única verdad posible. Y entonces, quienes no encajamos en ese tipo de canon sufrimos.

A lo largo de toda la historia de la Humanidad las sociedades crearon de sí mismas una imagen de lo que era considerado perfecto o ideal. Mientras en la Antigua Grecia el ideal era el del hombre guerrero y que cuidaba de su cuerpo y espíritu, en la Edad Media las imágenes y pinturas que nos llegan como legado sólo muestran a hombres dedicados a Dios (o castigados por no deber su vida al supremo). No podemos decir que nada de lo que ocurre en la actualidad con la construcción del hombre o de la mujer ideal sea nuevo. Pero, al mismo tiempo, eso no quiere decir que no podamos cuestionar esa imagen de perfección y luchar por una sociedad donde se integren todos los cuerpos, donde todas las formas de ser puedan ser reconocidas.

El poder que hoy en día tienen los medios de comunicación es un fenómeno histórico y sociológico en sí mismo. Su presencia en nuestras vidas es tal que no hay casi resquicio de la cotidianeidad donde no estemos recibiendo publicidades de productos o servicios para consumir. Pero las publicidades no son las únicas que comunican y aquí es a donde me interesa meterme: los medios de comunicación muestran solamente un tipo de cuerpo o de imagen, especialmente de la mujer, que hace que necesariamente se invisibilice a todas aquellas formas que no entran dentro de esa categoría.

Es raro, muy raro, encender la tele y ver cuerpos gordos, disidentes, con peinados fuera de lo común, completamente tatuados, trans, con capacidades diferentes, etc. Si los hay serán lenta y sostenidamente convertidos hacia formas de imagen más accesibles y agradables para el público: les gordes siempre deberán tender a adelgazar (o se les festejará haberlo logrado), les trans y travestis deberán mantener rasgos claramente femeninos y llamativos, les homosexuales deberán hacer una parodia de sí mismes para poder llegar, etc. Incluso aquellos medios donde se ven gordes que llevan orgulloses esta característica deben vestirse, peinarse y arreglarse de un modo sensual para que el público pueda asombrarse de que une gorde pueda también ser sexy o atractive.

No vamos a asombrarnos para nada ya a esta altura de que los únicos cuerpos que vemos en los medios sean siempre de mujeres flacas, flaquísimas, modelos y ultramodelos que son convertidos en el canon de la belleza más natural y elegante. Pero sí debemos detenernos un momento a pensar por qué la belleza no puede ser representada por otra forma de cuerpo y, especialmente, por qué nunca vemos cuerpos disidentes en los medios. Cuando vamos caminando por la calle, paseamos, en el trabajo, en nuestras familias, no estamos rodeades todo el tiempo de esos cuerpos de pasarela como si nuestra vida fuera una Matrix o fantasía. De hecho, son pocas las veces que nos cruzamos realmente con personas así porque la variedad de cuerpos es mucho más amplia que la que vemos en las pantallas. Entonces, si hay tanta variedad de cuerpos e imágenes personales, ¿por qué sólo vemos uno sólo y nos acostumbramos a pensar que eso es lo normal?

La responsabilidad de los medios en crear en nuestras mentes la idea de que los cuerpos delgados, atléticos y naturalmente esbeltos son el único tipo de cuerpo posible es absolutamente directa. Y esto es especialmente llamativo en el caso de las mujeres. Tan sólo con mirar a las tapas de los semanarios, de las revistas sobre famoses y cualquier programa donde se hable de estas cuestiones veremos que no se puede dejar de celebrar la delgadez como tampoco puede dejar de preocupar algún kilo de más. Incluso es muy común ver que se festeja, luego de un embarazo, que las mujeres famosas puedan volver a recuperar su peso anterior, como si fuera monstruoso que quedaran en ese estado de extra peso.

Una publicación donde se llama «exuberante» a un cuerpo claramente delgado

En muchas ocasiones incluso sabemos que les famoses no están pasando por momentos de bienestar (¡como todes, bah!) pero aún así seguimos envidiando sus cuerpos, deseando pasar por esos males con tal de sentirnos amades y deseades, etc. Recuerdo hace unos años la muy sentida carta de Jennifer Aniston, quien escribió sobre el dolor que le generaba tener que negar permanentemente estar embarazada cada vez que le sacaban fotos donde se le asomaba una pancita o donde su cuerpo no estaba en el mejor estado. En sus líneas, la actriz que fue ícono de la belleza a partir de la serie F.R.I.E.N.D.S. relataba cómo los medios invadían su privacidad para crear historias sobre su vida en la mayoría de los casos ficticias o falsas, que nadie después se tomaba el trabajo de aclarar o denegar. Nadie pensaba, según ella, en el sufrimiento que le causaba ser tratada como una mujer inestable que aún hasta hace poco no podía superar sus romances «fallidos». No había película u obra que hiciera que le permitiera escapar a ese rol para gran parte de la sociedad.

Sí, está bien. Alguien leyendo esto podrá decir que esos cuerpos delgados y ejercitados también existen. Obvio que sí. Lo que aquí deseo cuestionar es la necesidad permanente de ubicarlos en el podio del éxito personal, pero sobre todo de no poder tolerar la existencia de cuerpos disidentes. Si pensamos que el daño no es grave cometemos un error, porque del mismo modo que muches hemos crecido creyendo que esas modelos y muchachas delgadas debían ser el tipo de imagen al cual aspirar (y la disidencia de nuestros cuerpos la razón por la cual no nos salían las cosas que queríamos lograr), muches jóvenes y adolescentes hoy en día siguen consumiendo esa visión del mundo, creciendo con baja autoestima o pensando que sólo transformando sus cuerpos y su forma de ser encontrarán la respuesta a todos sus males.

Personalmente, siempre fui gorda. Recién hace poco tiempo es que me animo a decirlo porque viví toda mi vida sintiendo que la palabra «gorda» era el peor insulto que podía existir en el universo. Hasta me sonaba desagradable y no era capaz ni siquiera de mirarme al espejo estando sola y decírmelo a la cara. Me pasé toda mi vida escapando a ver mi imagen reflejada, odiando mi cuerpo, no entendiendo por qué era distinto al de les demás y pensando que en algún momento de fortaleza podría transformarlo, cambiarlo, para dar un poco más con el canon de cuerpo aceptable. Me hacía sentir mucho dolor reconocer que nunca jamás, ni porque me matara haciendo dieta, iba a poder ser como esas modelos porque claramente la estructura de mi cuerpo era diferente. Llegué a bajar 15 kilos y no obtuve ninguna felicidad de ello, más bien preocupación de quienes me rodeaban porque me veían «anoréxica».

En definitiva, hoy en día y luego de un largo camino de tratar de cimentar mi autoestima, de quererme como soy, de empezar a ver cuerpos disidentes a partir de mi propia elección en redes (me decidí por ejemplo a seguir cuentas que muestren cuerpos diferentes a lo que se ve en la televisión o publicidades), de comprender que ser gorde u obese no está mal, que cada une es como es y que la autoaceptación es lo más sano que podemos construir, pude sentirme diferente respecto a mí  misma. Pienso que sin duda alguna, el feminismo ayuda en gran modo a tirar abajo esa aspiración irreal de perfección pero especialmente nos da herramientas para querernos más y aceptarnos como somos. Si para los medios y la sociedad en general ser gorde es una monstruosidad, entonces seré monstruo. Por eso, siempre que puedo repito como mantra la frase de la gran Susy Shock: «Reivindico mi derecho a ser un monstruo».

 

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