Octubre/ Semana 26: Crónicas de un cuerpo gestante.

El embarazo no es tan idílico como nos lo pintan. Una Frida comparte con nosotres las crónicas de un cuerpo gestante.

Fotografía libre de derechos

Mi panza está enorme, no me veo la vulva y, aunque con una nueva sensibilidad, sé de memoria dónde está el clítoris y la vagina. A veces, necesito ayuda para higienizarme. Las tetas a veces me pican, otras veces están calientes, últimamente los pezones se erectan y duelen.

Me encremo la panza, los muslos, la cara. A veces pica. Es normal que la piel se estire y se rompa. Se rompa, subrayo, señalo: la piel se rompe y es normal.
Tengo manchas en la cara, pero no te pongas mucho al sol porque sino te quedan para siempre. A mí me encanta el sol.
El pelo brilla, crece pero se te va a caer, disfrutalo ahora.
La panza, que ahora es redonda, tuvo que pasar por varios estadios hasta ser una panza dentro de los cánones. Antes era muy chica y ¡uy! que exagerada, no tenés. Ahora sí, está saliendo pero es chiquita, esa panza es de nena, esa panza es de nene. Si te veo de atrás, no pareces embarazada (y me tengo que quedar tranquila, se supone), ¿es varón? Mejor, las nenas te deforman.

Remarco y anoto: las mujeres deforman mujeres.

¿Quién soy? Me miro al espejo y tengo ojeras, me duele el útero, no puedo comer, tengo náuseas y dolores de cabeza que hicieron que descubra una línea que divide la frente en dos y duele. Me dijeron que hasta el cuarto mes, las hormonas se duplican cada 48 horas; es un flash. No sé que me pasa nunca. Quisiera estar feliz, porque me dijeron que tengo que estar feliz. Otra cosa que no cumplo.

Quiero mí vida. Estoy atada a la cama porque esto eso único importante ahora. Tomo una pastilla cada día que siento que me empasta. Quiero llorar. Necesito encontrarme con este cuerpo, necesito el cuerpo de mi compañero. Pero me duele todo, hay una suerte de capa que me recubre y a la que todavía no me acostumbro. Me tocas una teta y me duele, no me aplastes la panza. Me siento fea.

Vuelvo del baño y te cuento si vomité, te muestro un papel higiénico para que veas si la pérdida tiene sangre nueva o vieja. Volvamos a las tetas y al encuentro y… Ya no puedo. Pero te extraño. Quiero pero no puedo.

3 kilos para 40 gramos de bebé. Es un embrión, Soledad. Y estoy en reposo hace casi tres meses, tené piedad. Pero no digo nada y me angustio. Tardo dos semanas en darme cuenta que me dolió tu comentario. Lloro. Toda la vida evitando espejos, tratando de no mirar la panza y ahora que puedo y quiero, me sancionas. Te lo dije en la siguiente consulta me incomoda que opinen de mí cuerpo,  no quiero evitar mirarme la panza porque ahí está mí futuro hije, y no volviste a pesarme. Evitas el tema, no sabes qué hacer con eso.

Mí cuerpo cambió, para siempre. La gestación deja huella. Aunque nos obliguen a esconder la panza desde chicas, aunque nos digan que los nenes tienen pito y la nenas nada, aunque las tetas quedan caídas, la panza estirada, la cara manchada; necesito encontrarme con ese cuerpo que gesta y no es poca cosa, este cuerpo que alimenta. Este cuerpo tiene la huella de producir un ser humano. Y no la borro, la abrazo. Y me abrazo, me reconcilio. Me encuentro conmigo y con quien amo.

Redescubrir el placer como rebelión contra la opresión y los discursos, como acción política, como transformación. Redescubrir el cuerpo como territorio gestante, erótico, poderoso, histórico; recuperar lo sexualmente escandaloso de gestar y parir.

 

Texto de Paula Cabañez, San Vicente, Buenos Aires. Argentina.

Facebook: Paulac85

Instagram: @_pau_paulita_

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