Carmen de Burgos y ‘La mujer moderna’, una verdadera transformación en tiempos

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Ilustración de Laura Izquierdo

Carmen de Burgos sigue viva entre nosotres, viva a través de sus cuentos, de sus ensayos, de sus novelas, de sus relatos, de sus reportajes, de sus historias, de su vida y, en definitiva, de su pensamiento que sigue vibrando en nuestros oídos para ser escuchado, para que, de una vez por todas, se haga justicia a su memoria y a toda aquella energía que derrochó por el futuro, para que las generaciones posteriores -es decir, nosotres- pudieran tener una conciencia crítica.

Carmen de Burgos era especial.  De esas personas con luz y de las pocas que dejó un halo en el siglo XX, resplandor que todavía hoy llega, una energía que emanó de su lucha y que Colombine (llamada así comúnmente) materializó en su pluma, en sus palabras y en su saber decir.

Desmenuzar todo lo que fue y lo que dijo no es tarea fácil, ya que aunó muchas cosas en un solo espíritu, y no uno cualquiera, sino uno libre y con voz propia. Natural de Almería, nació en 1867 y murió en el treinta y dos, cuando la II República hacía un año que se había asentado en la sociedad española. A los dieciséis años se casó con el periodista Arturo Álvarez Bustos y se separó años más tardes tras trágicos sucesos y un matrimonio infeliz. A pesar de perder tres de los cuatro hijos y vivir en una época en la que la emancipación de la mujer estaba bien cuestionada, Colombine no esperó nada, buscó su destino sin titubear, como un pájaro libre en mitad de la selva, y fue cuando, verdaderamente, comenzó su gran actividad.

A partir de ese momento, Carmen de Burgos se convirtió en la primera mujer redactora y escribió para periódicos como El Globo, El Heraldo de Madrid, La correspondencia de Madrid, El Diario Universal y ABC. Esta periodista, profesora, traductora, narradora, ensayista y corresponsal de guerra rompió todos los moldes de sus tiempos y se adelantó como ninguna otra, escribiendo una de sus mayores obras de ensayo que ha quedado como legado cultural hasta nuestros días y del que todavía aún nos queda mucho por aprender, La mujer moderna y sus derechos.

Podríamos estar hablando en infinitas páginas lo que fue Carmen de Burgos y la obra que hemos heredado de su existencia, no sólo como periodista, traductora o ensayista, sino como escritora, ya que tiene más de diez títulos publicados en el género de la novela, por no hablar de la novela corta, que fueron más de ochenta.

Si hoy quería escribir este artículo era para dar a conocer su pensamiento moderno, que tanto hace falta en los tiempos que corren, con la ultraderecha llamando a la puerta de casa en pleno siglo XXI, amenazando con su verborrea insensata y pasada de rosca a las mujeres, jugando con nuestras leyes que son las que protegen nuestra libertad y pisoteando años de lucha. Colombine ya habló de conceptos claves como de la democratización de la cultura, de la que tan poco acceso tenía las mujeres hasta entonces, y que hoy día aún pasa en muchas partes del mundo; de la libertad individual, del amar sin restricciones, apelando a la opción de salirse del margen de la unión matrimonial; pero, sobre todo, al hablar del género como un constructo social y cultural.

Carmen de Burgos introdujo ya en 1900 la idea de que los roles son meros productos culturales, que la mujer debía emprender un proceso de reconquista en los espacios públicos y privados, para también el hombre mejorar su condición al encontrar una compañera que le complementase, así como la mujer mejorarse a sí misma en esa reconstrucción de su identidad. De hecho, cito textualmente: “la mujer que algo más que la hembra, como el hombre es algo más que el macho, desde el momento en que la inteligencia les permite no quedar reducidos al papel de simples reproductores de la especie”.

Tampoco tuvo pelos en la lengua al hablar del aborto ni de los infanticidios, describiendo a una sociedad hipócrita ya que, según Colombine, la principal causa era el concepto de deshonor que acompañaba a los hijos fuera de la unión matrimonial. Incluso se atrevió en este ensayo de casi cuatrocientas páginas a citar a la activista británica Dora Rusell al hablar de lo que supone la prohibición del aborto como medida legal, cuya autora ya adelantó que “las mujeres ricas pueden procurarse tales instrucciones de los especialistas, mientras la pobres no tienen a su alcance este beneficio”.

De Burgos, no se detuvo ni un momento, ni siquiera para echar la vista atrás y analizar los siglos anteriores a su época, no dudó en criticar a la Revolución francesa por su ingratitud con la mujer ni a Robespierre, Marat, Montagne, Herbert, Chaumette o Rousseau  por su superioridad moral y sus desafortunados comentarios, como aquel de Rousseau que decía así: «la mujer es una flor venenosa nacida en el estercolero de las civilizaciones«.

Luchando a contracorriente, contra políticos, pensadores y filósofos, también científicos, especialmente a aquellos que querían demostrar a través de la ciencia que la mujer era biológicamente inferior. Colombine lo tenía claro: el feminismo era la fuente de cambio, la única agua del que los movimientos trasgresores podían beber y alimentarse para seguir avanzando en sociedad.

Hoy seguimos luchando por esta idea del constructo social, un momento perfecto para recordar que ya en tiempos, hace más de cien años, hubo mujeres como Carmen de Burgos, que llenaron con sus palabras y su inteligencia el vacío que dejaron y que dejan las injusticias y la desigualdad social.

Su memoria está viva, fuente de conocimiento que nos sigue empujando, enseñando y que, precisamente por eso, debemos casi sentir la obligación de aprovecharla, para que sigamos tejiendo entre todes esa madeja de las justicias, de los sueños y de las verdades.

Aquella que es capaz de transformar el mundo.

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